Revista Política
Tony Leblanc tenía Arte (así, escrito con "a" mayúscula) en unas pocas disciplinas (sobre todo en la interpretación, en la que llegó a ser uno de los mejores actores cómicos que ha habido en España). En otras disciplinas no alcanzaba el Arte, pero sí, siempre, una indudable gracia, ese arte con "a" minúscula. Pero siempre tenía, al menos, esa gracia en todo. Éste es el caso de la escritura: Tony Leblanc no tenía un auténtico talento como escritor, y eso se nota en sus memorias. Pero se leen con placer, porque están teñidas de gracia. Hartos del envaramiento de muchos escritores, de su apresamiento por el estilo adquirido y convertido en corsé, podemos realmente disfrutar de estas memorias sinceras, espontáneas. De las graciosas anécdotas, y de otras más traumáticas, como aquella vez en la que un loco le apuntó con un revólver en su camerino, o como aquel atropello que truncó su carrera hasta ser redescubierto por Santiago Segura. Los gozos y dolores de un grande, en suma, narrados por él mismo sin afectación ni estilo, sino sencillamente, como un amigo que nos narrara su vida.