Revista Comunicación
¿Está la iglesia preparada para ser cuna de nuevos convertidos?
Publicado el 27 febrero 2017 por Max Damián @soymaxdamian
Carlos es un joven de 20 años que conocí hace algunos meses atrás, lo veía casi en todos los cultos de la iglesia y en algunas ocasiones lográbamos platicar. De pronto se me fue haciendo extraño ya no verlo en algunas reuniones, comenzaba a llegar dejando algunos días, y hacía notar mi preocupación al líder de jóvenes motivándole a ir en busca de Carlos y visitarlo en su casa. Hace un par de días sentí en mi corazón, después de no verlo ya un tiempo, visitarle en su casa, apenas recordaba haberlo visto entrar en una casa grande que queda a unas cuadras del templo. Así que me di ánimo y fui en busca de Carlos, sabiendo que las personas podrían verme como alguien peligroso y no darme la información que iba a solicitar.Preguntando a los vecinos logré dar con su domicilio, pero a él no lo encontré. Le dejé un recado a su prima y entristecido enrumbé hacia mi casa. Pero grande fue mi sorpresa que antes de llegar a la esquina de la cuadra logré toparme con Carlos, mi corazón se llenó de alegría, pero al mismo tiempo de tristeza, pues aquel joven que empezaba a dar sus primeros pasos en Cristo y había dejado lo mundano de lado, ahora vivía tal como lo hacía antes.Estuvimos platicando por un buen rato hasta que llegó la pregunta de el por qué había dejado de asistir a la iglesia, y entonces su rostro se entristeció y me dijo todo aquello que no esperaba oír. Decía Carlos: “Nunca esperé encontrar en la iglesia a jóvenes hablando mal de otros jóvenes, señalándose, criticándose, y haciéndome a un lado como si fuera un bicho raro. Todos aparentando ser «buenos cristianos», pero en el fondo peores que yo”. Y terminó su comentario con la popular frase: “Para estar así como ellos, mejor me quedo en casa”Lo que yo hice acto seguido al comentario que Carlos había hecho era pedirle perdón por como los miembros de la iglesia le habían hecho sentir. Le dije que esa no era realmente la iglesia que es imagen de DIOS, y que tal como dice la Biblia, en medio del trigo siempre va a existir cizaña. Y estoy seguro que tú que lees este artículo ya debes haber pensado en aquella frase que dicta: “Si sales de la iglesia por causa de la gente, nunca entraste por causa de DIOS”, ¿Verdad que si? Pero esa es una frase mal dicha.Lo que concierne a esto sería preguntarnos ¿Está la iglesia preparada para ser cuna para los nuevos convertidos? Y si lo tomamos desde un enfoque de producto, ¿Es excelente nuestro control de calidad de la iglesia? Y lamentablemente la respuesta para ambas preguntas seria NO. ¿Por qué? Porque nos hemos enfocado en la forma, más no en el estilo de la forma; y los estándares en cuanto al “producto” (evangelio) se encuentran por el suelo. Sin creerme el más espiritual de todos, pero con la experiencia necesaria para tomarme la palabra y hablar, puedo recalcar que la iglesia ha buscado seguir las formas establecidas en la Biblia, pero no ha buscado un estilo necesario para aplicar esas formas. Por ejemplo: “Decimos que debemos amar a todos, pero el estilo al aplicar esa forma termina siendo un «Doy amor, a los que me den amor, y aquellos que se ven interesantes y/o de mi condición». Por lo tanto los recién nacidos espiritualmente son rechazados, mirados desde lejos y, como miran nuestra conducta todo el tiempo, se sienten estafados por una iglesia que aparenta ser correcta.Y aunque en el mundo no existe iglesia correcta, y donde haya trigo siempre va a existir cizaña, lo que si debe existir es una iglesia capaz de amar a todos sin señalar, sin juzgar; capaz de amar como Jesús nos ama y de la forma en que nos amamos nosotros mismos. Debe existir iglesias donde los recién llegados se sientan como en nueva familia, y que allí es donde pertenecen desde siempre; que nadie reciba una mirada extraña o reproche solo porque tiene un rara cicatriz en el rostro producto de sus malas decisiones en su vida pasada. No solo eso, sino que tanto pastores como feligreses deberían aprender a hacer sentir como en casa a los nuevos nacidos, enseñándoles a caminar, dándoles la leche correcta y siendo ejemplo como hermanos mayores. Cambiemos la estructura religiosa en la que estamos cimentados. No podemos más ser piedra de tropiezo para los recién nacidos espirituales. Seamos la iglesia que ama, que siente, que abraza, que no juzga y señala. Seamos Jesús.