Tener ese cajón de madera (que yo llamo huerto) me ha dado mucho más juego del que creía al principio. Mi idea básica era tener algunas cosas de cosecha propia (tal que lechugas, perejil, albahaca y tomates) y poder disfrutar de algo tan único y exquisito como, por ejemplo, una ensalada de rúcula, tomate y albahaca, recién cosechado. En términos superlativos sería la experiencia “de la tierra al plato” y en mi caso es: “de mi cajoncito de tierra al plato”…
En cualquier caso, el resultado ha sido asombroso. Escaso, eso sí, pero asombroso…Lo pensaba esta tarde cuando tomaba esta foto de la flor de la rúcula. Quiero obtener semillas, como hice el año pasado para una cosecha ya com Mi Denominación de Origen.
Esta rúcula es especialmente sedosa y no amarga nada. Además, sobrevive a cualquier cosa. ; – )
Las lechugas son crujientes y saben a lechuga. Es posible que sólo haya recolectado una docena en total pero estaban buenísimas. Las que no me han salido bien, son las “hoja de roble”. Muy, muy amargas. Incomibles.
Las zanahorias , dulces a más no poder.
También las pocas fresas que sobrevivieron a las hormigas…
El brócoli, nada de nada. Se me pasó y floreció: precioso pero sin ninguna traza comestible.
Con los tomates, el primer año fue una guerra. Los cherry se me fueron de madre (planté muchos más de los indicados) y fueron atacados por el temible “culo negro”.
La segunda temporada, me contuve y planté los justos y creo (sólo creo) que pude recolectar medio kilo. Repetiré.
Los guisantes…Pobrecillos. Ni siquiera sirvieron para una tapita pero su momento “flor” fue espectacular.
Los ajos dieron pena…El perejil, intratable. Ha resistido podas y desaires pero cada vez se ha hecho más fuerte. Tengo perejil para aburrir.
Lo mismo pasó con las guindillas. Fue una recolección continuada y numerosa. También repetiré pero en maceta.
He hecho un aceite picante que ha recibido muchos elogios… (Antes de la asfixia, claro) ; – )
Intento hacer un recuento mental y sé que mi cosecha ha sido mínima pero…a ese cálculo habría que sumarle una serie de factores extras que son difícilmente cuantificables : la contribución del mini huerto a la paz mental, ese extraño sentimiento de orgullo y satisfacción cuando te comes algo que has plantado tú ( lo hace más sabroso), las “sorpresas” del crecimiento ( ahora una flor, ahora una vaina, ahora un tomatito,…Esto, claro, sólo sirve para urbanitas), muchas risas y buenos momentos ( también risas a mi costa, admito.)En mi caso, además, debo agradecerle un Nanowrimo con una novelita de 50.000 palabras “Te voy a llevar al huerto”. Fue fuente de inspiración.
Lo mire por dónde lo mire, ese cajón de madera y las macetitas que han proliferado a su vera (increíble la aventura de la planta de cacahuete y los diez cacahuetes que conseguí), me ha dado muchas cosas positivas (la única negativa es ese momento ”salir a regar” cuando hace frio y no apetece pero… no pasa siempre ; – )) así que, tras la experiencia, creo que merece la pena recomendar, fervientemente, a todos los que tengáis un poco de curiosidad que os hagáis con un huerto urbano. Es una experiencia agradable, dinámica, bonita y divertida. Ni siquiera hace falta un cajón de madera. Su mínima expresión es una maceta: una con un par de lechugas, otra con una mata de tomates cherrys o una plantita de guindillas…
Ya llega la primavera y es tiempo de huerto.
¿Por qué no esta primavera?
Primera foto de mi huerto urbano en su estreno. Mayo del 2012.
NB : Las fotos que ilustran este post son un “histórico” del huerto.Me parece mentira pero ya tengo un “histórico”….
Este 2014, se inicia la tercera temporada… ¿Ya? ¡Sí! ; – )