Uno de los grandes errores del periodismo cultural, sobre todo en España, es etiquetar y esquematizar todo: desde autores, pasando por los libros y hasta los géneros literarios. Hay un intento de catalogarlo todo y una falta de profundización muy grande. Es como si este periodismo cultural zafio, inepto y corto de miras, sólo alcanzase a realizar listas de esto o lo otro para un público lector que, en gran parte, también ha perdido el rumbo o nunca lo tuvo y con escaso bagaje cultural.
Inevitablemente este periodismo cultural español peca de etiquetar a los escritores como de determinada generación y de potenciar un establishment literario que debe reunir una serie de requisitos, entre los que el peloteo sectario e ideológico es la base. El establishment literario español está formado por escritores que viven del propio sistema editorial: con premios otorgados por el Gobierno o las propias editoriales, viviendo la mayoría de ellos (y ellas) de subvenciones públicas o dineros públicos a través de conferencias y cursos, intervenciones televisivas o radiales pagadas, etc. Cualquier cosa menos ventas reales de las obras literarias.
La elite literaria española se concentra en unas pocas manos, bien conectadas con los poderes del establishment editorial y de los medios de comunicación, quienes se encargan de apoyarlos, promocionarlos, pagarlos, aplaudirlos y corearlos. Todo ello muy al margen de la calidad o no calidad de sus obras y de su valía. En este establishment literario hay algunos buenos escritores, pocos, que mantienen viva la llama de una profesión que debe estar pegada a la realidad y no a las elites intelectuales de una camarilla encantada de haberse conocido.
Muchos otros miembros del establishment literario son además activos miembros del periodismo cultural, con firmas y columnas en importantes periódicos, revistas, etc, o en programas de radio y televisión, de modo que alimentan un círculo cerrado de influencias y manipulación crítica. En sus opiniones encontrará de todo menos objetividad.
Los autores institucionalizados en España, salvo meritorias y honrosas excepciones, no cultivan una obra literaria dinámica con la que los lectores puedan identificarse. Son obras “plomazos” a más no poder que pocos leen. Y aún así, este es el establishment reconocido por instituciones, universidades y medios. En suma, los representantes de la cultura española. No es de extrañar que la misma siga perdiendo influencia y presencia a nivel mundial. Y, lo que es más grave, que los escritores estén dejando de ser referencia de la cultura y la intelectualidad, que su papel se esté quedando limitado a publicar libros más o menos consumidos por un público que ha sustituido el pensamiento por otras opciones/diversiones.
El establishment literario, con su empeño en el compadreo y en no reconocer el talento nuevo o ajeno, ha provocado que los escritores dejen de ser los interlocutores del sistema cultural, un papel que están adoptando otros sectores.
El periodismo cultural español, que se muere de incompetencia, pone la corona a este despropósito formando parte del establishment literario y con ojos sólo para ellos. Las nuevas propuestas y voces literarias son marginadas, silenciadas y alejadas de los medios y del público, en un ejercicio de suicidio que va a dejar devastado el panorama cultural.
Mientras en Estados Unidos la literatura florece, se incorporan nuevos y brillantes autores que son rápidamente aplaudidos por la crítica y un periodismo cultural abierto al talento, en España el sistema establecido condena al sector literario a soportar a los mismos pesados insufribles de siempre a los que no hay quien aguante y a los que, ¡agárrense!, están deseando de unirse y formar parte cualquiera que publique o al que aúpan en los medios españoles.
Cuando vemos la creatividad y dinamismo de la cultura estadounidense, no podemos si no comparar con el estancamiento que se observa en la cultura española, parcelada y condenada al empobrecimiento por un periodismo cultural cegato y lleno de prejuicios que ignora los sectores con más talento (que también los hay) y a los que margina.
Sólo el talento vibrante de nuevos escritores y una sociedad más abierta a ellos podrán arrasar este establishment literario y dejar que la cultura sea verdaderamente plural y referente de una intelectualidad más libre.