Revista Educación

Estação rodoviária

Por Siempreenmedio @Siempreblog

sem_portugalEn Portugal las guaguas tienden a ser modernas, cómodas y con wifi a bordo. Son los vasos capilares de una red de transporte que, como el resto del país, se inclina con descaro hacia la costa atlántica. Lejos de las grandes conurbaciones de Lisboa y Oporto, que acogen a más de una tercera parte de los portugueses, no se dibujan apenas los ferrocarriles ni las autopistas.

Portalegre, desde donde escribo, es uno de estos adormilados distritos interiores, más diluidos de población cuanto más se acercan a la frontera. Y mientras mato la espera y la tarde huye, me entretengo contemplando la oficina de la paquetería, que ocupa el lado sur de la estación.

No hace tanto tiempo que en España las mercancías preñaban también los bajos de las guaguas. Allí donde vivo, de hecho, el periódico sigue llegando a algunos pueblos con el coche de línea. Es una forma barata y eficiente de mover paquetes, que es lo mismo que decir noticias e ilusiones precintadas en cajas de cartón.

Una adolescente desgarbada y con coletas, acaso la única clienta de la jornada, se acerca en un momento dado al mostrador desierto. El atardecer está ya agazapado y sin embargo le brillan los ojos desde el otro lado del vestíbulo. Diez minutos más tarde, cuando por fin consigue a alguien que la atienda, se marcha sonriendo mientras zarandea su tan deseada caja, recién salida del expreso de Setúbal.

Incluso para mí, que no espero nada, las guaguas vienen también cargadas de noticias e ilusiones. Porque con ellas llega un fugaz aliento de wifi a la estación, que dura lo que duran sus visitas a los andenes. Con cada nueva descarga de pasajeros mi bolsillo rebosa de zumbidos. Y, al consultarlo, en mi cara se dibuja una sonrisa no muy distinta a la de la adolescente desgarbada.


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