Revista Cultura y Ocio

Estación Carandirú, Drauzio Varella

Publicado el 03 diciembre 2010 por Manigna
Estación Carandirú, Drauzio Varella
Estação Carandiru; Estación Carandirú; Drauzio Varella, 1999; Editora Companhia Das Letras.
En la línea Azul 1 del viejo metro de São Paulo, no solamente la “Estação Sé” -que te lleva a su hermosa Catedral da Sé, de estilo gótico-, ni la “Estação da Luz” -con la que llegas a la espectacular y bien cuidada estación del mismo nombre-, son las que causan el mayor impacto; cuatro paradas más adelante de esta última está la estación que intitula este libro, la que te lleva a la que fue la mayor cárcel de América Latina, en la zona norte de la metrópoli: la “Casa de Detenção de São Paulo”, más conocida por todos como “Carandirú”.
De los once libros (hasta la fecha) que tratan sobre esta penitenciaría, ninguno, ni siquiera los otros diez juntos, sumados a otras obras de literatura o no ficción en Brasil, arañó el enorme éxito obtenido por esta obra. Rápidamente se convirtió en “Best Seller” absoluto, a finales del siglo que pasó, y leído por personas de toda índole, de todos los niveles socio-económicos.
Drauzio Varella, médico graduado en la Universidad de São Paulo, especialista en oncología, es también uno de los pioneros en estudios sobre el SIDA en Brasil. En 1989 se presentó como voluntario para investigar la propagación del virus HIV en los presos de este local. Quedó estupefacto al comprobar que no existía ningún tipo de información sobre este mal, menos aún sobre prevención. Si tomamos en cuenta que muchos de los reclusos intercalaban la práctica sexual con otros reos infectados de un pabellón, un grupo grande de travestis que lamentablemente estaban infectados en su mayoría, y con sus respectivas esposas y/o novias (a veces ambas a la vez en un reo: la novia el sábado, y la esposa el domingo) que van a verlos, con derecho a “visita íntima”. Como resultado, el virus adquirido en el interior de la cárcel, era trasladado a la ciudad. Sin embargo, la manera más común de transmisión del SIDA era a través de la droga: al compartir la jeringa entre varios reclusos, “lavándola” en vasos con agua sanguinolenta, que inclusive llegaba a ser bebida al final.
Con mucha dedicación y empeño supo ganarse el respeto de los más de 7,500 presos (la cárcel tenía capacidad para 4,000), llegando a circular entre ellos, por cualquiera de sus nueve pabellones sin ningún resguardo, así como también el respeto de los policías que celaban ese local, que inicialmente lo veían como un “espía” de algún grupo de derechos humanos, o de alguna instancia mayor. Supo también mediar con la total falta de infraestructura, ingeniándosela con vídeos de prevención que él mismo, y con la ayuda de otros colegas filmaba, para ser exhibidos a manera de una película en un cine, acompañado de charlas informativas y preguntas de la platea, con el “plus” de algún vídeo erótico de alguna actriz porno nacional al final, atrayendo a los reclusos más ariscos que, poco a poco fueron concientizados. Reclutó al guionista Paulo Garfunkel, de quien había leído el cómic “Vira Lata” en el ’91, con los diseños de Libero Malavoglia y con textos de Garfunkel, para adecuar el cómic a la realidad carcelaria y ayudar en la prevención del SIDA. Hasta llevó el show de la deseada -por ese entonces, en Brasil-, Rita Cadillac, para incentivar la prevención.
Varella supo plasmar la crudeza del entorno en que se sumergió, de la sociedad que en lugares como aquel se forma, con leyes internas para el convivio; del tráfico y mercantilismo interno, como en toda sociedad, a la par de la economía del país; del odio generalizado y del "trato especial unánime” a los violadores; del respeto que hay entre ellos, el respeto a la palabra de algún preso y el castigo a los que la incumplen.
“Una vez Zico, con la fama de bandido en la “Vila Guaraní”, reconoció la fisonomía de un recién llegado al pabellón Nueve, y fue a conversar con el encargado general, un negro de labios gruesos, conocido como “Galleta”, ladrón de larga carrera:
- Quiero pedir permiso para dar una lección en ese maldito. Es violador; abusó de la amiga de mi hermana, allá en la villa.
Galleta escuchó en silencio y, cuando el otro terminó el relato se dirigió a él:
- Si es así como tú dices, que él irrespetó la honestidad de la joven, y que la madre de ella hizo la denuncia en la comisaría, debe de existir un boletín de esa denuncia. Es fácil, escribe para tu vecina y manda traer con ella una copia, y estarás en tu derecho.
Zico siguió el consejo al dedillo. De hecho, había un atestado del delito flagrante, y la copia comprobaba la versión expuesta a Galleta. Zico fue autorizado a matar al violador.
Sin embargo, al recibir la autorización, Zico escuchó a los amigos, y reflexionó que quizá no sería esa la mejor actitud. No tenía un “naranja”, otra persona que se adjudicase la autoría del futuro crimen. Sería condenado a muchos años más, justo ahora que estaba a punto de conseguir la transferencia para la “Colonia”, y con régimen semi-abierto.
Algunos días después, Zico fue llamado a la celda de Galleta, con la presencia de testigos:
- ¡Zico, qué te sucede! ¿Qué estás esperando para resolver el caso de ese desgraciado?
- Galleta, sucede que subió mi pedido para transferirme a la “Colonia”, y creí mejor dejarlo tranquilo por ahora, y acertar las cuentas en la calle.
- Zico, me decepcionas. Me pides para matar al tipo, traes la prueba de la violación, y después cambias de idea. Recoge tus cosas y vete para el Cinco, que el Nueve quedó chico para ti. Tú no eres “del crimen”, ‘mano. Tú eres un payaso.
Extracto del capítulo “Ángeles y demonios”, páginas 101, 102.

Estación Carandirú, Drauzio Varella
Varella en ningún momento condena, ni defiende, ni a los miembros que custodian la prisión, ni a los diversos reclusos que allí encontró. Por el contrario, intenta explicar algunas acciones adoptadas por los primeros, por vivencias que sufrieron ahí con algunos reclusos; y a los segundos, trata de comprender que, la peculiar sociedad que ahí se formó tiene sus reglas a ser seguidas. Él deja en claro que es tan sólo un médico, y no un juez. Es cierto que la violencia está presente, al final, ninguna sociedad está libre de eso. Él es un observador que fue recogiendo experiencias que llegaban a él a modo de comentarios, por los muy diversos personajes que hasta él iban para ser atendidos. Luego, con una cierta confianza y respeto ganado preguntaba por sus historias.
Los 58 capítulos no están enumerados mas sí titulados. Generalmente son cortos, de 3 ó 4 páginas en su mayoría. El libro trae también un mapa sobre la distribución de los pabellones en la prisión, y varias páginas con fotografías a color y en b/n, muchas de las cuales él mismo fotografió.
A pesar de que en general no me impresiono con mucho, en este libro encuentro capítulos que te impactan y escarapelan, queriendo leer más, aunque la acción medio masoquista de imaginar esa figura no sea tan fácil.
Varella sabe también mezclar humor negro entre los capítulos más fuertes, haciendo que las historias que narran sus personajes sean más llevaderas. Entre los muy diversos personajes que circulan narrando el por qué están ahí detenidos aparecen, entre los más recurrentes y cercanos, con aquellos que inclusive se llega a envolver por un trato más continuo: “Zico”, “Majestad”, “Loreta”, “don Luis”, “Antonio Carlos”, “Deusdete”, “Mané”, “Sin chance”, apodado así por terminar cada frase o comentario dicho con esas dos palabras.
Visitas íntimas.
Es sombrío el origen de las visitas íntimas. Cuentan que comenzaron al inicio de la década de los 80’s, cautelosamente, con algunos reos que improvisaban barracas en los patios de los pabellones en los días de visita. Otros, mercenarios, juntaban dos largos bancos, los cubrían con frazadas y luego alquilaban el espacio interno para la intimidad de las parejas.
En esa época, las autoridades se hicieron de la vista gorda, convencidos de que aquellos momentos de privacidad calmaban la violencia de la semana. Cuando surgieron las primeras quejas de menores embarazadas en esos furtivos encuentros, quedó evidenciado que la situación se escaparía de control. Incapaces de acabar con el privilegio adquirido, decidieron entonces, oficializar las visitas íntimas: las mayores de edad podían subir a las celdas del compañero, siempre y cuando hayan sido previamente registradas con su documento de identificación y fotografía. De esta forma, al mejor estilo de “Pantaleón y las visitadoras”, personajes de Vargas Llosa, el sexo fue burocratizado en la “Casa de Detenção de São Paulo”, y el sistema se dispersó, siendo adoptado en todo el país.
Cada recluso tiene derecho de inscribir una única mujer. Esposa, amante o enamorada; no hay exigencia de lazos legales. En el caso de ruptura, otra mujer sólo puede ser indicada después de seis meses. Sin embargo, con ciertas mañas, ese período es substancialmente reducido. Más de dos mil mujeres hacen parte del programa.
La rutina es exigente: después de la revisión, ellas se dirigen al pabellón, donde los hombres las esperan de ropa planchada, peinados y perfumados. En el primer piso, en una mesita, en la puerta de entrada a la escalera que conduce a las celdas, está un funcionario con la caja de fichas. Las parejas forman filas delante de la mesa, la mujer entrega su documento de identidad, él revisa la foto, prende el documento a la ficha con un clip y lo retiene hasta la salida. De la puerta para adentro no hay carceleros, los presos administran la propia visita.
En los pabellones más populares, como el Cinco, el Ocho y el Nueve, el patio interno queda tan lleno de personas que los reos sin visita evitan bajar para dejar espacio, y como no pueden permanecer en las celdas ocupadas por las parejas, esperan de pie, en el corredor. La galería queda llena de hombres.
Quien nunca entró en un presidio pensará que los más fuertes se hacen de las mujeres de los más débiles, en un corredor como ese, lleno de todo tipo de delincuente recostado en la pared. Tremendo engaño: el ambiente es más respetuoso que en pensión de monja. Cuando una pareja pasa, todos agachan la cabeza. No basta con desviar a mirada, es necesario curvar todo el cuello. Nadie osa desobedecer esa regla del “procedimiento”, sea mujer, esposa, novia o prostituta.
Una vez, Genésio, un nordestino que hablaba en voz baja, casi susurrando, quien despilfarraba el dinero robado de más de cien asaltos, en los clubs nocturnos de la zona norte, reconoció en el pasillo a una mujer de la cual había sido cliente:
- El compañero venía con el brazo en el hombro de ella. Me volteé de espaldas, con la cara hacia la pared, para evitar que ella me viese y me reconociera. Que soy elegante, doctor.
En una celda, en caso un único morador reciba visita, todo el tiempo disponible es de él; de haber varios, el horario es dividido en partes iguales. No hay necesidad de golpear en la puerta, la puntualidad es británica. En las celdas más grandes, con veinte, treinta hombres, en que no existe otra posibilidad que la del uso concomitante, ellos improvisan espacios privativos con frazadas colgadas. Para disimular las manifestaciones más exaltadas del arrobo femenino, dejan el volumen de las radios muy elevado.
Los que no tienen visita pueden alquilar su litera para compañeros más afortunados:
- Que nada es gratis en una cárcel, doctor.
De haber disponibilidad económica y un poco de conocimiento, hasta es posible tener visita en otro pabellón, sistema utilizado para recibir a la esposa en la litera de origen el sábado, y la enamorada en otro pabellón los domingos. El número de los funcionarios es tan insignificante que no llegan a cubrir las infidelidades.
Por uno de esos misterios del alma femenina, son muchos los que se hacen de una enamorada mientras cumplen pena. Una vez, el juez, de tanto analizar los pedidos en los que se envuelven los detenidos y sus mujeres, se quejó al director general:
- Doctor, ¿qué es lo que tiene un preso que nosotros no tenemos?

Muchas jóvenes vienen a visitar algún pariente y acaban siendo presentadas al amigo de éste. Otros responden a correos amorosos de revistas femeninas, y son convidadas a conocer al remitente, invariablemente un joven de buenos principios que dio un mal paso y espera encontrar en el amor de una mujer la fuerza para regenerarse.
Las visitantes se sienten protegidas en el ambiente. Al retirar a los carceleros del interior de los pabellones, la dirección sabiamente entregó la administración de la visita a los únicos capaces de garantizar la seguridad total. El preso tiene pavor en perder a la mujer amada.
Sin chance” astuto ladrón, habla de la experiencia de “Ricardón”, nombre atribuido al amante de la mujer:
- Si en la visita no existiese respeto, doctor, ellas van a tener miedo de regresar. Una puede contarle a la otra algún hecho lastimoso y, en poco tiempo, entre ellas, decidirán no venir más: ¡Yo no voy más!... ¡Si tú no vas tampoco voy yo, es peligroso! Listo, y aquí quedamos nosotros, con el veneno carcomiéndonos, y ellas disfrutando allá afuera; que “Ricardón” es lo que más hay, preparado para dar el golpe traicionero en la fragilidad de la mujer solitaria. Es sin chance.
Es necesario saber proceder, jamás mirar a la mujer del prójimo y mantener impecable el orden general. No hay falta considerada pequeña, cualquier desliz es muy grave.
Cierta vez, un bandido acostumbrado a cometer fraudes, golpeó en la esposa durante la visita, y los gritos fueron escuchados en las celdas vecinas. La suerte del agresor fue un funcionario que, minutos después, escuchó a tres presos en el patio organizando un grupo para matar al tumultuoso, ni bien terminase la visita; providenció su transferencia inmediata para el “Amarillo”, sector de los condenados a muerte.
La estrategia funcionó, por un tiempo: en las primeras horas del día siguiente, en pleno Seguro, el “valentón” tomó dos cuchilladas. En estado grave, fue llevado para el Hospital do Mandaqui, pasó por una cirugía, llevó cuatro días en UIT, perdió ochenta centímetros de intestino, y ganó una colostomía, pero salió con vida. Los presos se espantaron:
- ¡Tuvo mucha suerte!
Aunque del programa participen mujeres de todas las edades, las jóvenes constituyen la mayoría. En la salida, llama la atención el número de mujeres jóvenes con bebés. Muchas salen de cabellos mojados, delatando el baño tomado en la celda.
Páginas 60 al 63.

Como colofón de la obra está la masacre que sucedió en 1992, donde Varella, conocedor de todos los recovecos de la prisión nos narra los difíciles momentos que pasaron las personas con las que él convivió, a través de los testimonios de algunos de los sobrevivientes. Un día después de la masacre la policía informó la muerte de 8 reclusos, luego, la cifra oficial sería 111, aunque los internos dicen que fueron más de 250, puesto que muchos heridos fueron llevados “para ser atendidos”, y nunca más regresaron.
Carandirú fue clausurado y demolido parcialmente en el 2002, siendo construido ahí el “Parque da Juventude”, área destinada a ejercer deporte y fomentar la cultura que funciona hasta la actualidad.
Estación Carandirú” se llevó el prestigioso Premio Jabuti del año 2000 en la categoría “No ficción”, siendo llevado posteriormente al cine con el título de “Carandirú”, y dirigida por Héctor Babenco (quien ya había dirigido “El beso de la mujer araña” basado en la obra de Manuel Puig), dando a conocer, mediante esta excelente película, la obra de Varella internacionalmente. Carnadirú la vi varias veces, pero no se compara verla luego de conocer la obra de Drauzio Varella, pues hay muchas historias en el libro que no fueron representadas en la cinta.
Estación Carandirú, Drauzio Varella
Obras como esta, de Drauzio Varella hacen repensar el concepto de “Best Seller”.

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