Revista Cultura y Ocio
"El rey estaba de pie en un círculo de luz azul, algo inestable. Era el acto cuarto de el rey Lear, una noche de invierno en el Elgin Theatre de Toronto, Esa misma noche, un poco antes, tres niñas, versiones infantiles de las hijas de Lear, habían representado un juego de palmas en el escenario mientras la audiencia iba entrando, y en ese momento volvían en forma de alucinaciones en la escena de la locura. El rey trastabilló e intentó atraparlas mientras ellas revoloteaban de acá para allá entre las combras. El actor que hacía de rey se llamaba Arthur Leander. Tenía cincuenta y un años y llevaba una corona de flores en el pelo."
Hay libros que se esperan con ganas, esos que cuando uno se entera de su publicación empieza a mirar fechas para poder traérnoslos a casa. Eso me sucedió con el libro que hoy traigo a mi estantería virtual. Se trata de Estación Once.
Cuando durante una representación de El Rey Lear, uno famoso actor sufre un infarto nadie del teatro se espera que ese sea además el momento en que el mundo cambia. Como si de una señal se tratara, en ese comento comienza a ser patente que una variedad de gripe llamada la Gripe de Georgia, se está extendiendo hasta pasar de epidemia a pandemia. Una enfermedad que acaba con los enfermos en dos o tres días y cuyos síntomas se manifiestan con una rapidez pasmosa. Una enfermedad que diezmó a la población mundial, dejando pequeños grupos de personas aislados y repartidos por el mundo, que acabó con aquellos que dirigían el mundo, y también con quienes se encargaban de que hubiera electricidad, combustibles o medicinas. Una enfermedad que produjo un mundo que decidió volver a contar los días y los años a partir de esa fecha. Un mundo en el que muchos no recordaban lo que era una televisión encendida y otros, que lo recordaban, casi preferirían no hacerlo. Y otros tantos que jamás lo han conocido. En ese mundo postapocalíptico que transcurre dos décadas después, conocemos a la Sinfonía Viajera, un grupo itinerante que va de asentamiento en asentamiento representando aquella última obra, El Rey Lear. Un mundo en el que Sobrevivir no es suficiente.
Con un primer capítulo absolutamente impresionante en el que sucede la práctica totalidad de lo que os he contado, Estación Once parte con una potencia que no recuerdo haber encontrado en un libro hace mucho tiempo. En este pequeño puñado de páginas asistimos al teatro, a la muerte del actor y conocemos a los testigos y a quienes intentan socorrerlo, seguimos la estela de esta muerte y para cuando la autora decide dejarnos parar a respirar, ha llegado ya la Gripe y el mundo cambia. En ese momento levantas la vista del libro y no puedes evitar pensar: "Dios mío, muchos hubieran escrito un libro entero con lo que sucede en este capítulo. Y ahora, ¿qué?" Pues ahora empieza lo bueno. Porque es cuando el libro se despliega y comienza contar lo que sucede en la supuesta actualidad muchos años después de ese momento. Conocemos a los miembros de una itinerante Sinfonía Viajera y también sus historias y experiencias, bien como supervivientes o como nuevas generaciones. La autora hace un despliegue literario que consistirá en montar un enorme puzzle ante el lector en el que cada pieza está en el engranaje perfecto. Y lo hará con saltos constantes en el tiempo, del momento cero, al actual pasando por algunos puntos intermedios y siempre con algunos nombres de referencia involucrados en cada fragmento de la historia para que el lector jamás se pierda. Sé que suena complicado, pero lo consigue con creces y al final llegamos al momento actual con una clara idea de todo lo sucedido en el camino. Un camino que se aleja de esas distopías postapocalípticas que parecen proliferar en los estantes libreros. Esta historia de actores itinerantes nada tiene que ver con ellas. Olvidáos. "Sobrevivir no es suficiente", reza el primer vehículo de la caravana... y no tardamos mucho en comprender lo acertado de la frase, lo adecuado, lo perfecto.
Emily además se asienta en un realismo nada real, ya que, como dice la frase "da igual donde pongas los pies, pero ponlos bien" y eso es justo lo que hace ella. Va razonando cada punto desde una lógica casi pragmática que dota de un realismo a la novela que parece no exigir actos de fe a un lector que no puede dudar en ningún momento de lo ficticio de la historia. Y sin embargo, a ratos, lo olvidamos, nos encontramos razonando exactamente igual que sus protagonistas. Y también buscando conexiones, porque si algo me ha sorprendido por encima de todo lo anterior, es el grandísimo trabajo que ha tenido que suponer atar cabo a cabo sin dejar uno solo suelto. Y es que os advierto: en Estación Once no sucede nada por azar. Cada calle, cada persona, cada gesto, cada página y cada letra, están ahí puestas con un motivo. Y el lector está ahí para ir buscando y recogiendo las conexiones que nos permiten adentrarnos en un libro pensado para ser disfrutado.
No puedo dejar de recomendar su lectura, sin importar esta vez demasiado si sois o no aficionados a este tipo de ficción. Es una historia muy bien contada. Con unos personajes espléndidos, tanto los de primera línea como aquellos que apenas aparecen.
Y vosotros, ¿sois aficionados a las distopías?
Gracias