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En Uruguay suceden acontecimientos que merecen lecturas más o menos profundas para entender, valorar y -eventualmente- replicar, ciertos procesos que vienen a proponer nuevas reglas de juego no solo desde el punto de vista arquitectónico, sino también desde una perspectiva cultural y social.
En mayo de este año, el Museo de Arte Precolombino e Indígena – MAPI inauguró el primer parking robotizado del país y la región como un servicio complementario asociado a la propuesta cultural del museo y a la actividad gastronómica de MAPI Café, con el principal objetivo de generar otra fuente de ingresos para el desarrollo y crecimiento del centro cultural. La introducción de esta novedosa tecnología estuvo a cargo de la empresa Ecopark mediante un acuerdo con la empresa DaYang, principal fabricante chino de este tipo de equipamiento.
Lo interesante de esta nueva obra es que se enmarca en un contexto muy particular en el corazón de la Ciudad Vieja de Montevideo que interesa por varios aspectos. El más evidente tiene que ver con la instalación del primer estacionamiento automatizado e inteligente de América del Sur, mediante un sofisticado sistema de elevadores inteligentes que permiten ubicar un total de 120 vehículos trasladados de forma automática sin conductor hasta su almacenamiento. La velocidad promedio de recuperación del automóvil es de dos minutos, garantizando al usuario un servicio de alta seguridad contra choques y hurtos. Pero más allá de la innovación tecnológica que implica este sistema, también viene a solucionar un problema de agenda en Ciudad Vieja: las dificultades de estacionamiento para vecinos y visitantes que circulan por esta zona de la ciudad.
Cuando Facundo de Almeida asumió la dirección del MAPI en el año 2011, el museo utilizaba el espacio del estacionamiento de modo informal. El predio pertenecía a la Intendencia de Montevideo, pero a diferencia del edificio central no estaba asociado al museo. Fue entonces que Facundo planteó a la IM la posibilidad de hacer un parking con dos fines centrales: 1) generar una fuente de financiamiento estable para aportar al museo que además facilitara el tema de estacionamiento en alrededores y 2) revertir la imagen de espacio inseguro que el montevideano promedio tiene de Ciudad Vieja, lo que generaba muchos conflictos al museo a la hora de realizar actividades fuera del horario de luz solar. Además, el hecho de que un terreno baldío de mil y pico de metros esté vacío, no solo implicaba un problema urbanístico dentro de la ciudad, sino también un problema de convivencia porque los vecinos arrojaban allí la basura de forma permanente.
La cesión del predio se materializó en un convenio por el cual la Intendencia de Montevideo redujo en un 20% el aporte económico que estaba haciendo el museo a cambio de entregar el terreno a la Fundación MAPI. A partir de entonces, se inició un largo proceso de más de siete años, dado que normativa de estacionamientos de Ciudad Vieja contemplaba construcciones formales cuya ecuación de inversión no era viable en el corto plazo. La alternativa de desembarcar con un estacionamiento inteligente, mecánico y desmontable llegó para accesibilizar los costos de la concesión, aunque sin embargo exigió una lógica bastante creativa que permitiera conjugar dos términos que tradicionalmente han estado en veredas opuestas: la arquitectura contemporánea y el espacio patrimonial.
¿Cómo es posible establecer una conexión estética y conceptual entre el edificio de un museo declarado Monumento Histórico Nacional y una estructura maquínica hipercontemporánea en pleno casco histórico de Montevideo? Como toda propuesta que viene a sumar algo diferente, no había una normativa específica que contemplara este tipo de construcción para un estacionamiento de Ciudad Vieja, por lo que el proyecto debió ser previamente evaluado y autorizado por la Junta Departamental, la Comisión de Ciudad Vieja y la Comisión Nacional del Patrimonio, actores encargados de asegurar que la nueva obrase ajustara a los lineamientos de preservación del entorno. La intervención del estudio LPS Arquitectos fue clave para la articulación de este diálogo entre lo contemporáneo y lo patrimonial, en principio desafiante por las particulares exigencias que debieron contemplarse para el diseño de la fachada.
Para conocer un poco más acerca de este proyecto y su impacto urbanístico, Ministerio de Diseño se reunió con Facundo de Almeida, director del MAPI, y el Arq. Conrado Pintos en representación del estudio que comparte con su socio, el Arq. Luis Santellán.
¿Cómo fue el desafío de implementar este proyecto y cómo se llevó a cabo la logística de montaje?
Conrado: Diría que fue todo bastante particular; poco extraordinario pero sí bastante particular. Estos aparatos que vienen desarmados de fábrica tienen su lógica perfecta y no se pueden correr ni un milímetro porque se tranca toda la máquina. Entonces, se trataba de colocar dentro de este predio hasta tres o cuatro máquinas de una forma tal que no se transformaran en una agresión para el ambiente que se pretende para la ciudad general y para la Ciudad Vieja en particular. En Montevideo, hay cuatro zonas especiales gestionadas por la intendencia a través de comisiones integradas de manera bastante compleja, que son algo así como la “policía” de la construcción en la ciudad buscando que lo que se haga por lo menos no dañe lo preexistente. La comisión especial de Ciudad Vieja tiene unas pautas de actuación muy definidas a diferencia de las del Prado, Pocitos y Carrasco/Punta Gorda, que en general se manejan más con criterios de ocupación de predios y materiales. Pero acá en Ciudad Vieja hay determinaciones muy fuertes que son razonables o se han vuelto razonables con el tiempo, digamos. ¿Cuáles son? En primer lugar, la continuidad volumétrica de lo construido, es decir que las construcciones tengan la altura de las vecinas y si estas son muy dispares se trate de acordar una con la otra; y en segundo lugar, la ocupación del predio hasta la línea de propiedad de tal manera que junto a un acotado muy exiguo de los volados posibles y alguna otra determinante más, se logre mantener lo que ha sido una característica principal de nuestro casco histórico que es una mezcla rara de edificios de distintos momentos, aunque por lo apretado de catastro han ido dando una imagen bastante unitaria. El gran lio era cómo poner los bicharracos mecánicos en el medio de Ciudad Vieja. Porque además hay otra determinante y es que las fachadas de esta zona tienen una fuerte predominancia del lleno sobre el vacío, son planos muy macizos con aberturas chicas de dominante vertical. Cuando nosotros desembarcamos en el proyecto no había una idea clara de cómo ajustarse a estas determinaciones. El hecho de que una de las máquinas estuviera adelante como fachada no era viable porque no daba con lo que se pretende para Ciudad Vieja, ya que es una estructura muy liviana y transparente. Aunque ese escenario también hubiera mejorado la imagen anterior en la que había un silencio importante. Los baldíos no solo no tienen algo, sino que lo que tienen es silencio y ausencia; son presencias depresoras urbanamente hablando.
¿Cuáles fueron las resoluciones implementadas para finalmente articular esta estructura tecnológica en un entorno de preservación patrimonial?
Conrado: Lo que hicimos fue empezar a trabajar dotando a este aparato de una piel con una especie de superestructura de plano exento del volumen de la máquina que nos permitiera, en primer lugar, cerrar lo suficiente el espacio; en segundo, dar la oportunidad de equilibrar las diferentes alturas de los edificios que tenemos a los costados; y en tercero, lograr tener una presencia con un carácter que enganchara de alguna manera con el museo. Esto último era lo más difícil porque son bichos de distinta naturaleza. Entonces, tal vez la única solución era una especie de sinergia de opuestos, algo que muchas veces hace funcionar parejas increíbles. Teniendo en cuenta el museo tiene un lenguaje arquitectónico historicista, pesado y con reglas de composición claras, se buscó que ese estacionamiento que está en el otro extremo programáticamente hablando, ya que es una máquina para albergar otras máquinas, pudiera tomar de ese carácter una especie de referencia que pensara la presencia del museo y en el contrapunto de los dos generara un enclave singular en la ciudad. En cuanto a lo particular, buscamos la posibilidad de incorporar una gráfica de escala de percepción urbana que también de alguna forma anunciara la presencia del museo. ¿Por qué? Porque hasta ahora habíamos hablado de las exigencias de lo que se construye en Ciudad Vieja, pero lo que cualquier habitante percibe en una ciudad es lo que ve desde el espacio público. Ahora, cuando la calle forma parte de un trazado de calles paralelas y ortogonales muy uniformes pero sobre todo tremendamente estrechas, el punto de vista que se tiene siempre es absolutamente tangente y escorzado. Todo se ve en un perfil y esto esconde la verdadera cara de los edificios, salvo que uno se pare de frente y los mire. Entonces queríamos que el dispositivo del estacionamiento tuviera la oportunidad de girar un plano y ver si podíamos introducir una imagen que en esa visión escorzada, hiciera rebotar el ojo hacia el museo o al menos lo anunciara. Con todos esos componentes también debimos decidir cuál sería el color de la gráfica, en este caso, el “no color”. Se nos ocurrió que el negro era la única opción cromática viable para un tratamiento cromático único. Solo ese color podía conservar la contundencia de lo mecánico y la escala del estacionamiento. Además, sin disimularse ni desaparecer, en la visión general podía llegar a no saltar, es decir a no imponerse a los gritos en el medio de la calle.
¿Cómo se inserta este proyecto en la normativa de estímulo de estacionamientos en el centro de la IM?
Conrado: En términos de respuesta de estacionamiento es de las más eficientes. Inclusive, la utilización del predio está en una primera etapa, ya que pueden llegar a entrar muchos más vehículos todavía. Desde ese punto de vista es una opción muy interesante por la contundencia de respuesta en la densidad cotidiana que tiene. Obviamente, el tema del estacionamiento es como una mezcla de diosa y pantera. Las soluciones que se suelen brindar por ejemplo en los estacionamientos a cielo abierto, son irritantes en general. Y en contraposición, estos bichos, en la medida que se manejen de una manera amigable con el entorno construido, parecen ser una alternativa interesante. En definitiva, es un programa en el cual la multiplicación o el crecimiento metastásico del parque automotor de este país se vuelve inevitable, porque a la larga hay que tratar de sacar los autos de la calle para ir recuperando ciudad.
¿Cómo fue la interacción de ese programa pero con un comitente privado y otro de una institución cultural?
Facundo: Como en todo largo proceso hubo cuestiones en el medio que complicaron un poco la cosa. La comisión de Ciudad Vieja interviene en la parte urbanística del edificio, mientras que la Comisión Nacional lo hace ante cualquier obra que se haga. En esta zona en particular hay que hacer un estudio de impacto arqueológico antes de iniciar la obra, y cuando se hizo apareció en el fondo del predio una fuente de agua colonial; la segunda del país, la otra está en el anexo de la Torre Ejecutiva. Entonces, eso generó todo un proceso para preservar esta fuente, se hizo un registro de lo que había y luego se tapó con arena dulce, cumpliendo con todas las condiciones que exigió la Comisión del Patrimonio. Hubo que retirarse entre seis y ocho metros desde la medianera del fondo del predio para poder adelantar las máquinas y preservar la fuente. Ese fue un desafío que exigió la interacción permanente entre museo, arquitectos, inversores y comisiones para juntos poder resolver esa cuestión, y que todas las partes cumplieran con estas cuestiones de impacto arqueológico. No fue sencillo, especialmente por la innovación de un proyecto que nunca se había hecho en Ciudad Vieja, pero además porque en el camino fueron apareciendo esas cuestiones en el medio que hicieron que todo demorara más de lo que habíamos planificado.
¿En qué medida una obra de esta envergadura viene a sumar valor a una ciudad como Montevideo y particularmente al MAPI?
Facundo: Nos pasa un poco lo mismo con el edificio en el que está el museo. Todo lo que es conservable y hay que conservar lo conservamos. Ahora, cuando hay que hacer algo nuevo tratamos de que sea lo más innovador posible desde todo punto de vista: gestión integral, exposiciones, arquitectura, etc. En ese sentido, me parece que una obra de estas características agrega valor desde la innovación que implica el uso de esta tecnología, pero también porque es muy novedosa la resolución arquitectónica para un espacio en la Ciudad Vieja de Montevideo. Es un poco lo que decía Conrado al principio, de algún modo esa obra muy innovadora desde la perspectiva arquitectónica está dialogando con un edificio del siglo XIX que es Monumento Histórico Nacional. Sucede algo similar con MAPI Café. Este tipo de resolución es muy representativa de lo que nosotros queremos como museo: podemos tener piezas de diez mil años pero ser los más contemporáneos en la forma en que mostramos, contamos y gestionamos ese patrimonio milenario.
Conrado: En términos de funcionamiento urbano si se quiere, la llegada de aparatos de este tipo a la ciudad puede resultar interesante y beneficiosa en contextos muy densos donde hay problemas grandes de tránsito por la cantidad de autos que circulan. En cuanto a lo que la obra hace a la ciudad, a favor o en contra, suelo relativizarlo bastante; es una obra más. Aunque sí creo interesante poner en juego en el ambiente disciplinar de los que hacemos la parte material de la ciudad y las autoridades que son los encargados de vigilarla, promoverla y mejorarla, el hecho de dignificar algunos programas que no tienen buena prensa o que ya nacen para ser feos. “Un estacionamiento… ¿Qué vas a hacer en un estacionamiento?” Casualmente, hay otro estacionamiento en la calle San José que hizo la gente de Mapa, que son excelentes colegas, valiéndose de estructuras prefabricadas. Esto hace que digamos “¡cuidado!”, porque cada obra ocupa el lugar que ocupa y hace lo que tiene que hacer. El edificio hace una cosa, el negocio otra, y el estacionamiento otra; pero en definitiva, todos son caras de ciudad y conforman el espacio público. Entonces, lo que finalmente importa es darle a la obra, sea del tipo que sea, un tratamiento atento y cariñoso en términos de diseño.
¿Bajo qué concepto se articula este diálogo entre un edificio del siglo XIX con una obra de estacionamiento hipercontemporánea?
Facundo: Esto lo voy a decir más en mi condición de docente de Gestión de Patrimonio que como director del MAPI. Justamente, lo que me parece interesante de esta obra y también de la de Mapa, es que anula la discusión entre el patrimonio y la arquitectura contemporánea como si fueran anatemas, dos cosas que no pueden coexistir. Hoy ya está casi totalmente descartado lo que se llama “falso histórico” o volver a recrear el pasado, aunque los alemanes ahora lo están haciendo. En ese sentido, me parece que es preferible que la obra sea explícitamente contemporánea y dialogue con el patrimonio, y no un intermedio que imite un poquito y quede a medias. Así es que estas respuestas, citando como ejemplo ambos estacionamientos, son interesantes desde esa perspectiva: ¿puede dialogar un edificio del siglo XIX con una obra hipercontemporánea? Sí, se puede hacer buena arquitectura contemporánea en un entorno patrimonial.
Conrado: Hay algo que cae por su propio peso que durante mucho tiempo no se tuvo en cuenta, y es que de alguna forma el presente es el pasado del futuro. Entonces, cuando tú estás construyendo de cierta manera estás creando lo que va a ser el pasado en un futuro. Si lo que hacés es reproducir el pasado desde el momento que se construye, quedás congelado en el tiempo. Es como si salieras a pasear en carruaje. A lo único que no se puede renunciar es a la expresión tecnológica, sensible, cultural y civilizatoria del momento en el que vivís. Partiendo de ese lugar, sí hay formas de dialogar; formas educadas y cariñosas, y también formas autoritarias y radicales. ¡Y ojo! En el marco de un programa que lo justifique, las rupturas son bienvenidas.
Facundo: Una obra como el estacionamiento del MAPI resuelve la discusión: no son contradictorios el patrimonio y la arquitectura contemporánea, al contrario, lo que es contradictorio son las medias tintas. Hay un programa de vivienda social que se está desarrollando en este entorno y creo que en proyectos de ese estilo también debería primar este criterio. Mariano Arana tiene una frase que dice algo así como: “La arquitectura para la pobreza no debe implicar pobreza en la arquitectura”. Sería genial que esta vivienda social sea un proyecto hipercontemporáneo que dialogue con lo patrimonial, y que en todo caso, como dice Conrado, empiece a construir un futuro del futuro patrimonio de la Ciudad Vieja.
¿Qué perspectivas de réplica tiene esta obra en otras zonas de la ciudad?
Conrado: Cada punto tiene sus particulares condiciones; probablemente, si esto mismo encontrase otro terreno acá a la vuelta se convertiría en un proyecto diferente. Hay siempre un ida y vuelta entre las tensiones de lo que impone el programa, “un estacionamiento de tal tipo para tantos autos”; lo que el terreno habilita con sus dimensiones, lo que el entorno físico admite, y por supuesto las condiciones económicas.
¿Es difícil transgredir en Uruguay?
Facundo: Si lo que hacemos en MAPI es una trasgresión, diría que no. Particularmente, tengo una forma de actuar que va para adelante, pero como ex argentino ya uruguayizado, debo decir que un proyecto de estas características en Argentina por ejemplo, no hubiera podido llevarse a cabo. Todo el proceso hubiese sido mucho más engorroso. Acá, en cambio, implicó una conversación con la intendente de Montevideo en ese momento, una presentación oficial del proyecto y un procedimiento de aprobación que fue absolutamente fluido con las demoras propias de un trámite administrativo público, pero sin ningún tipo de sobresalto ni impedimento. Entonces, no es difícil “transgredir”, aunque a veces lo que sí siento es que en algunos casos falta algún grado más de arrojo si se quiere. Quizás, por mi forma de ser pueda tener más arrojo que otros colegas, pero no soy el único.
Conrado: Creo que un hecho como este no tiene la intensión de ser transgresor. Pero sí hay una cosa que es cierta y es que esta es una sociedad muy “amortiguante”. A nosotros los uruguayos en general y a los montevideanos en particular, el asumir cambios nos cuesta. Somos mucho más amigos de los cambios graduales que de las innovaciones fuertes. Y eso suele verse como un aspecto negativo, sobre todo desde los que estamos en ámbitos de actuación con cierta preponderancia intelectual. Sin embargo, si uno lo analiza a la distancia, también puede apreciar una capacidad bastante saludable de dar tiempo a la decantación para quedarse con lo verdadero del cambio y evadir o tener cierta prevención con respecto a la innovación por el simple hecho de generar algo nuevo. Cuando en el mundo en general crece el asunto de la obsolescencia rápida y la permanente innovación como forma de lubricar los mecanismos de consumo, y uno ve lo que ha pasado todos estos años con lo que suele llamarse “arquitectura del espectáculo”, esta amortiguación que nos caracteriza hasta quizás pasa a ser una cualidad que nos permite analizar con más perspectiva. El afán de ser noticia con un edificio es tremendamente peligroso, porque exceptuando los programas de las arquitecturas temporales como los stands, cuando alguien construye para asombrar al mundo y lo hace mediante la transgresión de ciertas lógicas que debieran ser preservadas, violenta un montón de aspectos. Lo que se cuenta en una noticia de un minuto, se traduce en un edificio que dura 400 años y que en un abrir y cerrar de ojos pasó de moda.
Fotos cortesía: Estudio LPS Pintos Santellán Arquitectos / Ministerio de diseño.
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