Es domingo, esta tarde juega mi equipo. Con ese pensamiento tan agradable me he levantado esta mañana. Soy un gran aficionado al fútbol, me encanta verlo por la tele, descubrir cómo se juega a este magnífico deporte en todas las partes del mundo, analizar tácticas, ver jugadores nuevos, disfrutar con las estrellas mundiales, sorprenderme con los modestos que consiguen vencer a los poderosos, alicientes no faltan.
Pero todo eso, el domingo, queda eclipsado, es el día del partido y toda la actividad está dirigida hacia el campo de fútbol. Por la mañana me levanto con un gusanillo en el estómago, devoro la prensa nacional mientras desayuno, voy a comprar la prensa local para no perderme ni un detalle del partido. Los rivales son siempre un equipo potente, tienen sus armas, no será sencillo superarles. Nosotros tenemos un buen equipo, aunque nunca es lo suficientemente bueno para las ilusiones del aficionado, cada uno tiene su visión particular de cómo debería mejorarse, todos llevamos un entrenador dentro.
Es un día soleado, dan ganas de pasear, de ir a una terraza. En la zona del centro, ya por la mañana, se empiezan a mezclar los colores, a los ya habituales del equipo local, se suman los de los aficionados visitantes, que acaban de llegar en autobús, parecen alegres, transmiten buen rollo, esta tarde será distinto, en el campo somos enemigos, seguro que al salir del campo no son tan felices.
Comida ligera, no tengo muchas ganas de hablar ya, el partido se acerca y los nervios crecen, repaso mentalmente las alineaciones de ambos equipos, ellos tienen calidad en la zona de 3/4, nosotros somos algo superiores en el balón parado, hay opciones de ganar pero tiene pinta de que será un partido sufrido, de los que se deciden por un detalle. A los postres ya no hay quién me aguante, me voy a mi habitación a ponerme la radio, quiero vivir los momentos previos a través de las ondas. Mientras tanto voy sacando del armario la indumentaria habitual, llevo la camiseta con el 10 a la espalda desde esta mañana, ahora es tiempo del resto, el de los amuletos, recuerdo que con este pantalón hicimos un gran partido y ganamos al campeón del año pasado, cuando me puse el reloj en la mano derecha, mi jugador favorito marcó su último hattrick…
Ya sólo queda el desplazarme hasta el estadio, es una ciudad pequeña, se puede hacer a pié, además así podré parar en algún bar aledaño al estadio para palpar como se sienten los demás paisanos de cara al partido, entro en el que está menos lleno, con todo hay bastante ambiente, se canta, se bebe, se pasan muchos nervios, hay confianza, pero siempre con respeto al rival, tienen, seguramente, mejores jugadores, pero esto es un campo difícil.
Entro al estadio, es mi momento favorito, quedan 30 minutos para que el árbitro señale el comienzo pero las gradas ya presentan un buen aspecto, los aficionados rivales están animando desde una esquina de la parte más alta, pase lo que pase, ellos ya han disfrutado de este día de fútbol. Los nervios están ya en su máxima expresión, es una sensación de tensión contenida que se libera un poco cuando nuestro equipo sale a calentar. Un rugido estremecedor acompaña a los ídolos locales, hoy vamos a ganar.
Esto, aunque es un relato de ficción, podría ser la historia de cualquiera de los cada vez menos aficionados al fútbol que, en nuestro país, acuden cada 15 días al estadio de su equipo para ver el partido. Esto, señores, es lo que, la LFP, lleva varios años intentando cargarse, sus medidas están siendo encaminadas a favorecer al aficionado de fuera, por encima del de casa. No creo que se den cuenta de la atrocidad que están cometiendo, si son conscientes, el tema es más grave. No estoy en contra de que el producto de la Liga Española se exporte al mundo entero, pero esto se puede compaginar, perfectamente, con cuidar y respetar al aficionado local, que, directa o indirectamente también produce dinero y es el que lleva haciendo posible esto de la liga desde hace más de 80 años. Cuando se pierdan las raíces del fútbol y la gente, ante las trabas que se les ponen en forma de horarios y de guerras mediáticas, se canse y abandone, quizá sea demasiado tarde.