Las sociedades están orgullosas de tener universidades, ojalá muchas. La Universidad, como institución, está desde hace siglos para producir conocimiento; sin embargo, desde la última mitad del siglo XX y lo que va corrido del XXI, se ha dedicado, con honrosas excepciones, a legalizar diplomas, estatus sociales y prerrequisitos laborales.
Cuando la Academia se preocupa más por ser una fábrica de cartones (diplomas) pierde su esencia. Para hacer cartones tenemos a Smurfit Kappa (la otrora Cartón de Colombia); en cambio para cultivar cerebros que revolucionen la sociedad y el entorno en el que vivimos, deberíamos tener a la Academia y a una sociedad viva, pujante y constructora de sentido.
El triángulo entre Academia, Estado y Sociedad debe profundizarse y no quedarse en la simple coexistencia de actores. Si gran parte de la Academia sigue aislada, de espaldas al territorio por estar maquilando egresados; si el aparato estatal sigue ocupado por corruptos o, en el mejor de los casos, por mediocres; y si gran parte de la ciudadanía sigue dominada por los indiferentes que esperan que otros hagan, no vamos a llegar lejos.
Ha sido un desastre que muchas de las facultades en este país hayan renunciado a la idea de hacer monografías para darle al estudiante la posibilidad de que la cambie por un diplomadito que les valide créditos. Esa decisión fue declarar nuestra incompetencia y pereza para producir nuevos conocimientos ¿Nos da pereza pensar?
¿Qué pasaría si los gobiernos locales estimularan a estudiantes (y profesores directores de tesis) para que compitan por ganarse concursos con premios de becas de posgrados en Colombia o en el exterior, o capital semilla para sus emprendimientos si dan soluciones a problemas puntuales del municipio? ¿Se imaginan cambiar estudios multimillonarios y hasta de dudosos resultados por trabajos de grado realmente viables y funcionales?
La oportunidad de que los jóvenes profesionales desarrollen conocimiento pertinente con las necesidades de sus territorios, disipa la tentación en ellos de emigrar a emprender a los grandes centros urbanos.
O se unen estos sectores o seguiremos parasitando por muchos años más.
Nota: columna publicada originalmente en Vanguardia el día 29 de agosto de 2019