Resultan, cuando menos, chocantes estas manifestaciones “espontáneas” de fervor popular demandando que una persona no sea sometida a la justicia, dando por seguro que el conjunto del sistema judicial, o al menos el tribunal supremo al completo, está manipulado y vendido a arcanos e inconfesables intereses, mientras que la inocencia y honorabilidad del encausado no se ponen en duda (fíjense que no digo se presumen) ni por asomo.
En definitiva, se trata del triunfo de la imagen sobre las leyes, de las impresiones sobre las pruebas, de las emociones sobre la razón; esto es: lo de siempre.