Revista Cultura y Ocio

Estado de ploff

Por Aceituno
Daniel Ramos Daniel Ramos

Una vez más os muestro un poco de gente corriente haciendo lo que hace la gente corriente en un parque. Cosas sencillas y cotidianas que sirven para distraernos de los problemas diarios, aficiones forjadas con los años para paliar los momentos de soledad. A mí se me agotan las opciones.

El cansancio acumulado de la quimioterapia es tan profundo que es muy difícil hacer cosas. Cada día hay varias horas en las que me quedo en estado de ploff y no puedo ni levantar un dedo. Entonces duermo y la vida pasa por mi lado sin que me de cuenta de ello. Es verdad que hay momentos en los que estoy bastante bien, pero solo por las mañanas y un par de horas por las noches (y no todos los días). El resto del tiempo tengo encima una losa de mil kilos imposible de mover. Y lo peor es que me da la impresión de que la cosa va a peor y ese aplofamiento es cada vez más evidente y dura más.

Contra él no puedo hacer nada más que rendirme, así que me dejo llevar sin calentarme demasiado la cabeza y duermo. Y al dormir sueño. Sueño mucho, más que nunca. Yo antes no recordaba los sueños y ahora sí. La otra noche soñé que estaba despierto, en mitad de la noche sin poder dormir. Era horrible porque al despertarme me encontraba con que estaba despierto,  en mitad  de la  noche sin  poder  dormir. Una especie de bucle que no me dejó tranquilo durante un par de horas al menos.

Porque dormir no es solo cerrar los ojos y disfrutar. Para mí supone muchas cosas porque son horas que le quito a la vida y porque los sueños son despiadados y muy vívidos, los recuerdo con mucha claridad y en todos los casos se repite la circunstancia de que, sueñe lo que sueñe, en el sueño no tengo cáncer, de manera que al despertar me encuentro con la realidad y por muy espantosa que sea la pesadilla nunca es peor que el fatídico despertar.

Así que estoy en un callejón sin salida de nuevo. Otro bucle casi existencial. Con lo bien que estaría yo montando en bici o en piragua. Pero no. Ni siquiera puedo aspirar a llegar a viejo y dedicarme a supervisar las obras de mi barrio. Para mí la fiesta parece que se va a terminar antes de lo previsto así que, mientras dure, debo hacer lo posible por reír mucho y comerme poco el coco. Estos post no cuentan porque están precisamente para eso, para desahogarme y que luego pueda llevar una vida sin estar triste o enrabietado con el mundo. Son como unos contenedores gigantes de emociones negativas. Al volcar aquí toda la porquería que genera mi mente, me quedo limpio y liberado para poder ir a la cama con mi chica y decirle cuánto y porqué la amo tanto, sin dejar escapar esas peligrosas lágrimas que todo lo estropean.

Así que allá voy. Espero que nadie se sienta usado aunque sea la pura y santa verdad.


Estado de ploff


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