El 24 de mayo, tres personas eran tiroteadas en el Museo Judío de Bruselas por Mehdi Nemmouche, un ciudadano francés que anteriormente había combatido con la oposición yihadista en Siria para derribar el régimen de Bashar al-Assad. El derramamiento de sangre de la guerra manchaba por primera vez el territorio europeo y se encendían las alarmas. El 19 de agosto el fotoperiodista estadounidense James Foley era decapitado por el Estado Islámico y sus imágenes daban la vuelta al mundo a través de las redes sociales. Pocas semanas después de la proclamación del califato y de ganar terreno en Siria y en Irak, los yihadistas golpeaban a Occidente. El impacto era doble, puesto que la nacionalidad británica del verdugo de Foley confirmaba la capacidad de movilización de esta nueva amenaza e inquietaba la opinión pública.
Desde entonces, medio mundo ha puesto en marcha los controles de seguridad y ha reforzado la vigilancia de sus ciudadanos y sus fronteras mientras en Mesopotamia las listas de víctimas de la violencia sectaria de ISIS, como también se conoce a este grupo terrorista, no han parado de añadir nombres. El potencial y el alcance del Estado Islámico en el Próximo Oriente es indudable. Bajo el mandato del autoproclamado califa Abu Bakr al-Baghdadi, se han servido de la caótica inestabilidad de las zonas donde actúan y de una profunda polarización religiosa para engordar su maquinaria. “Hay que tener en cuenta la fuerza económica de el EI, puesto que factura cerca de 1,4 millones de euros diarios gracias al contrabando de petróleo, el asalto a bancos y las donaciones privadas de jeques del Golfo Pérsico”, apunta el periodista David Meseguer. Los yihadistas han ampliado sus áreas de influencia en el mapa con una sorprendente capacidad militar, apoyada con unas pesadas milicias de hasta 30.000 combatientes, y aplicando una macabra lógica a las redes sociales para propagar su reino de terror. Esto ha empujado a sus vecinos a formar una alianza histórica con los Estados Unidos para eliminar la amenaza.
ARTÍCULO RELACIONADO: Estado Islámico, el nuevo enemigo (Juan Pérez Ventura, Agosto 2014)
La captación de combatientes de todo el mundo es otro de los puntales del EI y el principal motivo de preocupación de las potencias occidentales. Un total de 19 millones de musulmanes viven en la Unión Europea, mientras que dos millones son ciudadanos estadounidenses. Según la consultora de seguridad Soufan Group, unas 2.500 personas han puesto rumbo a Siria para alistarse al Estado Islámico en una guerra que ha movilizado más islamistas europeos que cualquier otro conflicto en los últimos 20 años juntos. En Europa y Australia este fenómeno migratorio tiene un peso clave y las administraciones ya han reaccionado con contundencia para intentar poner freno. En los Estados Unidos, el ascenso del nuevo yihadismo y la posibilidad de que los combatientes radicales puedan volver a casa se vive con intriga y con ciertas dosis de pánico. ¿Se puede hablar, pues, del Estado Islámico como una amenaza directa a su territorio?
Prevenir que el Estado Islámico sea una amenaza real
Analistas y especialistas independientes coinciden en que el Estado Islámico pone en riesgo la seguridad del Próximo Oriente, pero que, hoy por hoy, no supone una gran amenaza para los Estados Unidos. Meseguer, conocedor del pueblo kurdo, asegura que “el EI ha puesto en marcha los mecanismos de seguridad americanos” pero que la amenaza, de momento, se encuentra a Kobane, donde “se hacen patente las desavenencias en el seno de la OTAN”. Por otro lado, según Thomas Hegghammer, director en investigación sobre terrorismo de la Norwegian Defence Research Establishment, a diferencia de Al Qaeda, “ el EI está más interesado al controlar los territorios ocupados que en planear un ataque a Occidente”. Una estrategia que se refuerza con las proclamas de los clérigos suníes, que abogan para ganar la batalla local antes de centrarse en el enemigo occidental. Y es que, además de combatir el régimen de a Al-Assad, las milicias kurdas y la coalición internacional, el yihadismo también se encuentra en medio una guerra interna con Jabhat al-Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria.
A pesar de que las posibilidades de un atentado puedan haber incrementado después de que la Casa Blanca anunciara su plan de acción, otros investigadores también apuntan a que se trata de una sobredimensión del problema más allá de sus fronteras. Es el caso de Daniel L. Byman y Jeremy Shapiro, de la Brookings Institution, que recuerdan que también se exageró la amenaza durante la guerra de Irak y que en aquel momento se enfrentaban a Al Qaeda, un grupo con una ideología más profundamente antiamericana que el Estado Islámico.
Incluso el presidente Obama remarcó que los yihadistas “pueden suponer una amenaza creciente” y que, por lo tanto, de facto todavía se trata de un problema más regional que global. Unas declaraciones apoyadas en los análisis de los servicios de inteligencia, que aseguran que no hay ningún indicio de que el EI prepare un ataque directo en territorio americano.
La mediatización del conflicto
Los datos apuntan a que se trata más de un espiral mediático que de una problemática vital para los ciudadanos de pie estadounidenses. Desde su irrupción, el Estado Islámico ha probado ser uno de los temas predilectos de las tertulias y entrevistas de las televisiones norteamericanas. El Islam y el terrorismo ocupan la plana central de muchos debates y el atemorizado recuerdo del 11-S todavía hace tambalear la sociedad civil cada vez que su seguridad nacional parece cuestionada. En un sistema periodístico donde la política del clic parece ser cada vez más preponderante, el alarmismo y ganas de polemizar de algunos opinadores y la sobredimensión que algunos medios otorgan a amenazas más puntuales y limitadas son un éxito corporativo que, por otro lado, alimenta el temor de la población.
La decapitación de Foley y, posteriormente, del también periodista Steven Sotloff actuaron como detonantes de este pánico, que se ha traducido en unos niveles de inseguridad ciudadana inéditas desde los atentados a las torres gemelas. A pesar de que muchas fuentes especializadas – e incluso el presidente Obama – han recalcado que el EI no supone un peligro dentro de las fronteras de los Estados Unidos, el discurso del miedo de los yihadistas ha calado hondo entre los americanos. Mientras que las principales causas de muerte en el país son los ataques de corazón, los accidentes de coche y el uso libre de las armas, los americanos siguen viendo en el terrorismo islámico su principal preocupación.
El alarmismo favorece la guerra
Una de las claves del éxito electoral de Obama fue su feroz campaña regeneracionista contra la guerra y la injerencia gratuita en la soberanía de otros estados. La ciudadanía estaba cansada de años de un conflicto estancado en Irak y ya no recordaba los motivos que lo habían traído hasta ahí. La aparición del Estado Islámico ha obligado al presidente a liderar una coalición internacional para suministrar ayuda humanitaria y táctica a los kurdos y en el nuevo gobierno iraquí y a sustituir la política de boots on the ground por los ataques aéreos selectivos.A pesar de que el rechazo a participar en el conflicto se ha hecho notar, las encuestas revelan que la mayoría de los estadunidenses es favorable a la misión de Obama, aunque su figura siga con unos índice de confianza paupérrimos. El tipo de aceptación de los ataques al EI son muy diferentes. Mientras que los republicanos temen que el presidente no actúe con suficiente mano dura, los demócratas recelan de lo contrario y quieren evitar verse inmersos de nuevo en un conflicto sin fin. Las encuestas también muestran que la aprobación de las acciones militares proviene en gran medida de aquellos que siguen las noticias del EI de bien cerca, lo que refuerza el papel de los medios de comunicación en la creación de una opinión pública propensa a la intervención.
El Estado Islámico, un carta electoralista
Sólo quedan dos semanas por que se celebren las elecciones en el Congreso de los Estados Unidos, unas midterms donde los demócratas se juegan perder definitivamente el control de las cámaras políticas y, por lo tanto, de asegurar la inestabilidad y el constante bloqueo republicano durante los últimos dos años de Obama en la Casa Blanca. La creciente preocupación por el Estado Islámico y el contagio del Ébola ha hecho que el debate haya girado hacia una vertiente más sensacionalista, dejando de banda factores esenciales de la política doméstica como la mejora económica, la evolución de la sanidad pública, la reducción de la contaminación medioambiental o los derechos de las minorías étnicas.
Los demócratas juegan la carta electoralista en desventaja. Las midterms acostumbran a pasar factura al partido del presidente y, teniendo en cuenta la impopularidad de Obama, todo hace pensar que esta tendencia no cambiará. Pueden argumentar que bajo su mandato la economía se ha fortalecido y que se crea ocupación a la vez que más gente disfruta de un seguro sanitario gracias a la Healt Care, el éxito que marcará el legado de Obama. Aún así y aunque no encaje con la línea de prudencia del presidente, a menudo es fácil caer en el sensacionalismo de campaña. Para defender su acción en el Próximo Oriente, el vicepresidente Joe Biden aseguraba que perseguirían al EI “hasta las puertas del infierno”, mientras que el presidente del comité de inteligencia, Mike Rogers, lo adobaba diciendo que los extremistas están “a un billete de avión de las costas americanas”.
Por otro lado, los republicanos tienen el viento a favor. A pesar de su bloqueo constante y su incapacidad de hacer política con la oposición, el viejo partido de Abraham Lincoln se siente mucho más cómodo a la hora de defender una política exterior intervencionista y de aplicar una mano dura para salvaguardar los intereses estratégicos de los Estados Unidos. La política del miedo vuelve a ser la clave de bóveda para que los Republicanos vuelvan al poder y los halcones del partido saben como utilizarla para vencer a los demócratas. Uno de los casos más mencionados se encuentra en New Hampshire, donde el candidato a senador Scott Brown ha utilizado directamente el plan de acción de Obama e incluso imágenes de Foley para desprestigiar a su oponente. Un patrón que también ha repetido Tom Cotton en Arkansas o Thom Tillis a Carolina del Norte. Pero el caso más grotesco es el que proponen Ted Cruz, el influyente senador del Tea Party, y el gobernador de Texas, Rick Perry, que aseguran que la primera medida a adoptar contra el EI tiene que ser reforzar la frontera con México, por donde los extremistas podrían estudiar entrar al país.
El Estado Islámico ya ha demostrado repetidamente ser algo más que un factor desestabilizante en el ya complejo Próximo Oriente. Su modus operandi bárbaro y retorcido es la cara más visible de un peligro que radica en un potencial militar y económico destacable y en un peligroso dogma de fe que puede esparcirse como una mancha de aceite. Ya sea por cuestiones humanitarias o puramente de intereses de equilibrio de la zona, la comunidad internacional ha aceptado que es necesario poner freno al rampante ascenso de la nueva rama yihadista. La fuerza de reclutamiento internacional puede inquietar a Occidente, pero no hacerlo tambalear. La imposición del terror del EI no se puede traducir en un discurso del miedo que, a miles de kilómetros de distancia y con la connivencia de unos medios de comunicación más preocupados por el like que por informar, sirva como shock social para captar votos. De esta manera demostraremos no haber aprendido nada de las lecciones del 11-S.