Revista Cultura y Ocio

Estado, nación y Ortega

Publicado el 08 abril 2015 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Decía Ortega que la nación no remitía únicamente al pasado, sino a la voluntad de seguir conviviendo juntos en el futuro, y lo decía hace ya muchos años, por lo que si de verdad hubiéramos querido solucionar entre todos esta papeleta, quizá las ideas que legó serían de gran utilidad.

En resumidas cuentas, y con intención de no aburrir demasiado a los lectores de este blog, Ortega y Gasset afirmaba que la identidad nacional estaba garantizada cuando había un proyecto de vida en común. Así, la Nación no remite únicamente al pasado (ni tan siquiera al pasado común), sino que supone —parafraseando al filósofo español Antonio García Santesmases— un plebiscito cotidiano favorable a seguir viviendo juntos; es decir, a la voluntad de un proyecto  de vida en común.

Ortega y Gasset (1883-1955)

José Ortega y Gasset (1883-1955)

¿Existe en España un proyecto de vida en común? ¿En Cataluña? ¿En el País Vasco? ¿En Galicia o en Andalucía? Hoy, más que nunca, la legislación toma la escena, por encima del diálogo y de la razón (de estado). Un pasado en común, no legitima un futuro en común. Muchos otros pueblos se unieron baja una única bandera por razones menos sólidas que por las que amenazan separarse algunos territorios aquí; y seguro que otros también dividieron fronteras por razones más idiotas. Así que eso, por sí mismo, poca prueba es.

Ahora, nacer en cualquier país de la Unión Europea supone, por lo menos, una doble identidad: nacional y europea; y en algunos casos, incluso triple. También están los descreídos, como yo mismo, que más allá del sabor de lo local, consideramos que nacer aquí o en Checoslovaquia poco cambiaba las cosas. Allí, de común acuerdo (que no fácilmente), unos pasaron a ser checos y otros eslovacos; lo mismo que le pasó a Fritz Lang, que creció en el Imperio austrohúngaro, y moriría siendo austríaco, como podía haber sido francés, inglés o americano con deje.

Aquí, en España, los nacidos en Cataluña, por tratarse del ejemplo más candente, se enfrentan a esta triple cuestión que se subdivide hasta el mareo: ¿sentirse catalán?, ¿catalán y español?, ¿europeo y catalán, pero nunca español?, ¿catalán y español, pero no europeo? y así; ya nos hacemos una idea, ¿no? Hay quien se siente parte de todo, y hay quien no se siente parte de nada; o de la pandilla del barrio como mucho.

Manifestación independentismo catalán

Opiniones sobre esto hay de todo tipo, claro está. Conozco al opositor a juez que dice que la ley no lo permite, obviando que esta no es una fin, sino un medio para una sociedad más justa; y aquel otro, mucho más charnego que yo, que ve en la presión fiscal el mejor aliciente para ello, obviando que entre Egipto y la Tierra Prometida puede haber todo un océano de problemas. Quizá mayores incluso.

Por último, están las opciones oficiales, que tienen en común mucho más de lo que puede parecer, pues les encanta no escuchar y, de algún modo, siempre consiguen encontrar a su necesario interlocutor un paso más allá de dónde sus respectivas doctrinas políticas podrían entablar una conversación.

Los pensadores Jaume Claret y Manuel Santirso decían en La construcción del catalanismo: historia de un afán político, que había dos líneas que explican el auge del independentismo catalán: primero, la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, segundo, la crisis económica; ideas que a algunos y algunas les parecerán bien y a otros y otras les parecerán mal, pero que al fin y al cabo no tienen sentido en la Europa del siglo XXI. Hoy, lo que de verdad importa es buscar dentro de nosotros mismos, y ver si la mayoría de españoles quieren seguir trabajando junto a los catalanes, y si la mayoría de catalanes quieren seguir trabajando junto a los españoles.

Día de la Hispanidad en Cataluña

Las peleas, las riñas y los chistes, siempre han estado ahí (y tienen su gracia, oye),  pero lo que me parece imposible es que queramos un futuro compartido sin compartir un presente digno, y que queramos un presente digno, sin recordar un pasado compartido y, a veces, horrorosamente necesario de recordar.

Al final, si te has cargado el jarrón del recibidor, tendrás que pegar bien sus piezas, o llevárselo a alguien que sepa cómo arreglar el maldito trasto. La cinta adhesiva no te va a aguantar demasiado. Aquí lo mismo.


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