Revista Cine
El Poder (léase Estado y Capital) utilizan el descontento y las protestas (violentas o no) populares como válvulas de escape para canalizar el odio que genera el propio sistema de dominación en la sociedad. Toda concentración de malestar social debe ser reprimida desde el Poder para diluirla en la población como forma de lucha por la supervivencia para que de este modo genere violencia y corrupción en la sociedad y pueda ser gestionada desde el mismo Poder que la fábrica y inocula en la población como modo de vida. Con esta maniobra del Poder, el centro donde se dirige el odio, es desviado hacia la sociedad para ser controlado. La respuesta a la dominación por parte de las clases populares (gobernadas) queda difuminada por la delegación y aceptación de éstas a las clases dirigentes (gobernantes) y sucumbe por lo tanto a la fuerza que el propio Poder les impone en su administración y las anula en su proyecto por la emancipación.
El quietismo del pueblo y de la sociedad en general es la imposición desde el Poder de la lucha por la supervivencia, por ejemplo, a través del trabajo asalariado.
No hay una respuesta convincente desde el movimiento obrero porque está fragmentado en mil pedazos y por lo tanto no tiene fuerza alguna para afrontar los conflictos con el Capital privado ya que está sujeto al Estado por medio de los sindicatos mayoritarios. No hay organización y tampoco auto-gestión, que es la herramienta más importante para afrontar el conflicto con el Capital y en última instancia contra el Estado y dirigirla por buen camino hasta llegar a la emancipación. La lucha queda difuminada por una mezcla de miedo (por la represión y las consecuencias que pudiera acarrear) y por la impotencia al no poder articular una respuesta consensuada debido a la división de toda la clase trabajadora que inevitablemente lleva a la desesperanza.
La violencia del ser humano es el producto de la invención del Estado y el Capital, el sistema de dominación sublima la violencia al extremo y de tal manera que no sea percibida por la inmensa mayoría de los súbditos que la camuflan también ejerciéndola de alguna forma u otra en la condena a la que están sometidos por la lucha por la supervivencia. La violencia que ejerce el Estado y el Capital se retroalimenta constantemente (consciente o inconscientemente) con y en contra el pueblo que la tolera y la pone en práctica forzosamente para poder sobrevivir.
El auto-engaño inducido por el sistema de dominación (Estado y Capital) es el que justifica la violencia del ser humano y de la sociedad.
El Estado no regula al Capital sino que lo sirve para fortalecerse como ente de dominación sobre el pueblo, por ese motivo el Estado siempre tiene y tendrá sus chivos expiatorios preparados para poder justificar la corrupción de todo el sistema (ya sea en el Estado y el Gobierno o en la burguesía) ante sus súbditos. El Estado de los altos funcionarios y políticos, y el Capital de los burgueses se retroalimentan entre si, de tal forma que acaban siendo las dos caras de una misma moneda que fingen ser distintos y opuestos ante el pueblo pero que en el fondo persiguen un mismo fin, el de la consecución del Poder y el dominio en todos los aspectos de la vida de sus súbditos.
El Capitalismo ha supeditado las relaciones humanas basadas en el apoyo mutuo y la fraternidad por el individualismo del fetichismo de la mercancía y la tecnología producido por el trabajo asalariado. El cambio de paradigma de la revolución tecnológica supone como lo fue antaño la revolución industrial, un nuevo modo de vida en el cual la atomización del individuo y la sociedad determinan la integración de los hombres con las máquinas y su total dependencia sobre éstas, por lo tanto la sumisión y la esclavización del ser humano por al aparato tecnológico supondrá el régimen de un nuevo gobierno basado en un Estado tecnofascista que impondrá sus leyes y sus normas a todos sus súbditos, la regla del sistema de dominación será el control absoluto de sus servidores para la configuración del nuevo orden mundial.