La vestimenta debe ser entendida no sólo como una obligación social, sino también como una verdadera expresión personal. Por ello debe ser un aspecto personal e intransferible.
Nadie debería decirnos cómo vestir o qué combinar. Pero ello requiere un ejercicio introspectivo que muchos no están dispuestos a hacer. Bien por comodidad, bien por falta de motivación o conocimiento.
Es común que cuando nos sentimos bien de ánimos pretendemos que todo el mundo lo sepa, que se vea de lejos lo feliz que somos. Creemos más en nosotros mismos, sintiéndonos más seguros y permitiéndonos ciertas licencias que quizás en otro estado no nos plantearíamos. Todo ello queda de manifiesto en el color, complementos o combinaciones.
Mientras que cuando nuestra ánima se encuentra en momentos bajos parece lógico pensar que nuestro nivel de seguridad y decisión decae a la par que nuestro optimismo. Nuestras ganas de riesgo inevitablemente se encuentran bajo mínimos, y esto se muestra en nuestra imagen a todos los niveles. Es probable que entonces sintamos que vestimos por obligación, sin más objetivo que el cubrirnos y pasar la jornada.
Influencia del entorno
Por otro lado, como es lógico nuestro estado de ánimo viene condicionado en muchas ocasiones por el clima que nos rodea. Y cuando hablo de clima lo hago en el sentido más amplio de la palabra. Es decir, tanto al sentido meteorológico, como al entorno físico y emocional en el que nos encontremos -laboral o familiar-.
La presión por parte del entorno puede ser decisiva y hacer que nos dejemos guiar por opiniones de los demás, sin realmente nosotros estar de acuerdo, sólo por el simple hecho de sentirnos aceptados por el resto. Esto es algo que sigue haciendo mucho daño en el vestir en general y en nuestra personalidad en particular.
A día de hoy sorprende comprobar cómo en una sociedad que pugna por las libertades individuales, todo aquel que no cumple ciertos cánones es considerado diferente y por tanto de una forma u otra marginado o criticado. Esta es una de las herramientas mediante la cual la Moda -como ente empresarial textil- nos manipula a su antojo, aprovechándose de esa consabida mezcla entre inseguridad individual y presión grupal hacia todo lo que no sea seguido por la masa.
Creo haberlo dicho en varias ocasiones, pero Uno debe vestir siempre primero para uno mismo, segundo para los demás.
Si creemos en nuestra forma de vestir y ella es fruto de nuestros verdaderos gustos, podremos defender allá donde vayamos nuestro atuendo sin que nadie nos haga sentir inseguro. Algunos gustan de llamar a esto personalidad, casualmente aquello que nos define como seres individuales e únicos. Por tanto, todo lo demás es ser quien realmente no somos.