Estafa

Me pasa con algunas palabras de uso frecuente. De pronto las pronuncio y me suenan extrañísimas, de raro uso, como si no formaran parte de mi vocabulario. Entonces trato de aislarlas de la oración en la que acabo de usarlas y me suenan más inusuales aún.

Yo no sé si esto es fruto de un fundido temporal de neuronas, fruto de la edad y otros menesteres, pero lo cierto es que esta sensación la vivo con bastante frecuencia en los últimos tiempos. A veces, simplemente, me quedo con la sonoridad del término. Me pasa, por ejemplo, con aquellas palabras que terminan con el sufijo -cto y de las que ya hablé en una ocasión anterior. Su sonoridad me gusta.

Pero volviendo a la rareza de las primeras, a la sensación de escuchar esos términos por primera vez, ayer por la tarde me vino una palabra a la cabeza: ESTAFA. ¿No les parece rara? Sí, bueno, seguro que muchos de ustedes han pensado en lo mismo, en la sensación que nos traslada la clase política actual en estos momentos, más concretamente quienes deberían estar haciendo su trabajo para darle de una vez un gobierno a este país -ay, cómo habría plasmado Forges esta etapa...- y cada uno solo se dedica a decirnos que la tiene más grande que el otro.

Así que, señoras y señores, tenemos instalada la estafa en casa, aunque suene raro. Esta estafa es como un robo profesional delante de tu cara, que tarda en reaccionar, y que se queda paralizada en vez de estar quemando contenedores -disculpen el concepto, sé que la cosa no está para bromas, pero a mí me sirve para definir la situación- o haciendo un paro global de 'brazos caídos bajo el edredón' hasta que haya Gobierno.

Oye, pues no es mala idea, ¿no? ¿Qué sucedería si todos los ciudadanos de este país hacemos una huelga absoluta, sin servicios mínimos, hasta que estos- elementos-a-los-que-hemos-elegido lleguen a un acuerdo de gobernabilidad? ¿De verdad que a nadie se le ha ocurrido y lo ha hecho público? ¡Venga ya!, ¿a nadie? Pues chiquita estafa.