Ortega resalta cómo del siglo XIX heredamos una forma de mirar que llevaba a explicar lo más alto por lo más bajo y lo mejor por lo peor. Y así, dice, por ejemplo: “El siglo XIX ha tendido en todos los órdenes y problemas a explicar los fenómenos normales como formas incipientes de lo patológico (…) Esta predilección por lo patológico emana simplemente del pesimismo preconcebido, de la acritud y omnímodo resentimiento que actuaban en los senos del alma europea durante la pasada centuria”[1]. Esta tendencia ya empezó en el siglo XVIII con Rousseau, para el cual el estado de salvajismo es el genuino y natural del hombre, y la civilización, una degradación suya. Marx explica la historia por la lucha egoísta de intereses económicos contrapuestos. Por otro lado, dice Ortega de Darwin que “cree haber conseguido aprisionar lo vital –nuestra última esperanza– dentro de la necesidad física. La vida desciende a no más que materia. La fisiología a mecánica”(2). Por si fuera poco, Freud, dicho un poco a lo bruto, considera la civilización un subproducto de la represión del deseo de matar al padre para acostarse con la madre. Aun antes, Rudolf Clausiusenunció el segundo principio de la termodinámica, que establece que el Universo se mueve tratando de regresar a la muerte térmica… Más cerca de nosotros, los artistas conceptuales vinieron a decir que arte es lo que a cada cual se le ocurra que es arte. Y Richard Dawkins, que la unidad fundamental de la evolución es el gen, y que la sucesión de generaciones de personas es el recurso que utiliza el gen para encontrarse consigo mismo una generación más tarde. Oponiéndose a todo esto, Ortega dirá que “La vida es en (el hombre) –a diferencia de lo que es en el animal– un instinto frenético hacia lo óptimo”[3].
[1] Ortega y Gasset: “Las Atlántidas”, O. C. Tº 3, p. 292.
[2] Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 399-400.
[3] Ortega y Gasset: “La ‘Filosofía de la Historia’ de Hegel y la historiología”, O. C. Tº IV, Madrid, Alianza, 1983, p. 522