Para justificar la crisis económica que padece su país y que lo ha colocado al borde de la recesión, Barack Obama asegura que nada anda mal en Estados Unidos.
“Lo que no funciona es nuestra vida política”, afirmó. Casi nada. O sea, si no fuese por su Congreso, los republicanos y los demócratas, el Pentágono y la CIA, la Reserva Federal, Wall Street y la industria armamentista, todo marcharía maravillosamente allá y, de paso, el resto del mundo dormiría más tranquilo. En otras palabras, como dicen los abogados, a confesión de parte, relevo de pruebas.
Standard & Poor’s le bajó la calificación de la capacidad de pago a Estados Unidos y lo puso a hervirse en su propio sancocho. La agencia, como suele suceder, acredita y desacredita según criterios muy particulares, detrás de los cuales suele haber un gran negocio. Termina uno desde fuera presumiendo que la jugada debe venir del bando republicano, para cortarle los ánimos reeleccionistas al primer afrodescendiente que comanda la Casa Blanca.
De todas formas, la crisis hace rato que ronda agazapada detrás del sistema financiero norteamericano. Los numeritos no dan para pagar tanto dispendio imperialista. Pronto les va a hacer falta inventarse otra invasión por ahí, que les permita reactivar la lucrativa industria de las balas y las bombas. Caerán los misiles sobre algún territorio de esos que ellos llaman “amenaza” para sus intereses y más atrás vendrán los tractores prestos a la fase de “reconstrucción”. Tumban y vuelven a levantar, y siempre se quedan con el vuelto. ¿Quién les va a pagar con la misma moneda y los va a declarar a ellos como Estados fallidos?
Después de que uno ve imágenes como las que convulsionaron esta semana a Inglaterra o las que han sacudido a Chile, se pregunta cuándo es que los ciudadanos norteamericanos van a reaccionar. Pareciera casi imposible que ese país permanezca impávido y sin respuesta ante los funestos senderos en que lo han colocado sus mandatarios. Con frecuencia escuchamos frases manidas e hipócritas que salvan la responsabilidad de la gente frente a lo que hacen sus gobiernos. Eso se dice para no quedar mal, para no meterse con el “pueblo”. Pero los Obama, los Bush y los Clinton han llegado donde lo han hecho, con la anuencia y voluntad de su soberano.
En Inglaterra, donde no se juega beisbol, se agotaron los bates en un mismo día y no precisamente para iniciar una súbita caimanera. El “londinazo” tiene un motivo, millones de motivos, expresados en los rostros negros, asiáticos, latinos y unos cuantos arios, cargados de rabia, de frustraciones, de cansancio ante la discriminación racial y el desempleo. Ese violento levantamiento colectivo, convocado vía cibernética como antes sucedió en Egipto y otros países árabes, le está dando un inesperado uso a la tecnología y las redes sociales.
Los “indignados” españoles, los “bateadores” ingleses, los marroquíes, egipcios, chilenos y muchos más, han mandado una señal inequívoca al mundo: están hartos de engaños. Esperemos a ver cómo reaccionan los gringos frente a la versión de Obama de nuestro “estamos mal, pero vamos bien”. Recordemos que después de eso, vino un 1998.