Ya sé que es una pregunta simple con una respuesta obvia.
Sé que todos tenemos decenas, sino centenas de testimonios donde ella es la absoluta protagonista.
Ese compañero de trabajo que nos ha enseñado que no debes tener incontinencia verbal a la hora de comer, ese amigo que, al final, mostró la cara que te negabas a ver desde hacía tiempo, ese novio que te decía siempre que eras la más sexy del mundo, hasta que descubrías que opinaba lo mismo de otras cuatrocientas más…
Sé que todos podemos contar nuestra experiencia y cómo hemos superado con mayor ó menor éxito los estragos causados en nuestro ánimo.
Sé que existen multitud de libros que prometen ayudarnos a salir de hoyo y si todos ellos fallan siempre nos quedarán las frases del Facebook y ya como recurso desesperado Paulo Coelho.
Sé todo eso, pero lo que yo me pregunto es ¿Estamos preparados para ser nosotros la causa de la decepción?
¿Para ser conscientes de que no hemos cumplido con las expectativas que había puestas en nosotros?
Sé todo ese rollo de “no soy perfecto, me equivoco todos los días de mi vida…” que soltamos ante quien nos escucha en cuanto somos cuestionado por algo. No hablo de eso, hablo de la aceptación con serenidad de que somos importantes en la vida de alguien y le hemos decepcionado, así que muy probablemente dejemos de serlo en el futuro. Hablo de entender que quizás serán con nosotros tan duros como muchas veces lo hemos sido nosotros con aquellos que nos han decepcionado. Hablo de ser nosotros los malos y no los buenos.
¿Estamos preparados para asumir las consecuencias de decepcionar a alguien? Por lógica, serían las mismas que aplicaríamos si fuéramos nosotros las víctimas y es en este punto donde mis dudas crecen de forma alarmante y hará su aparición ese personaje secundario que, como en una mala novela policiaca, he ocultado adrede: la versión.
En toda historia entre personas hay tantas versiones como personajes. Curiosamente todas son válidas y todas tienen el bien más preciado: La Razón, pero todas y cada una de ellas tiene solo una parte de la preciada joya, así que según con quien hables acabarás asintiendo convencido de que él es la víctima sin lugar a dudas. ¿Y por qué?
Pues porque no estamos preparados para que nos decepcionen, para que nos rompan la confianza, para que nos enseñen la peor cara de los demás, pero a base de convivir con ello llega un momento en que nos acostumbramos y se convierte en un dolor tolerado, sin embargo para lo que no estamos dispuestos a prepararnos jamás es para ser nosotros el origen del mal. Contra eso nos defendemos como gatos panza arriba y saldrá a la palestra lo mejor de nuestra dialéctica y el mayor repertorio de argumentos conocido.