Naga Bai, por Regina Webhofer y Christina Schröder / SüDWIND
Me asusta cuando veo a alguien entrar a una zapatería, probarse un par de zapatillas guapísimas, mirarse en el espejo y desembolsar 60€ sin pararse a mirar ni siquiera dónde se han hecho sus zapatos nuevos. Me asusta, en general, nuestra forma de consumir. Que hayamos llegado a saberlo todo de las últimas tendencias y poco, muy poco, de lo que hay detrás de ellas. Que consumamos a este ritmo. Que busquemos, en un par de zapatos nuevos, el reconocimiento, el estilo, la felicidad. Si quieren formar parte del viaje, vamos a conocer cómo se hacen ese par de zapatos.
Antes de eso, una historia para entrar en materia: Naga Bai (nombre ficticio), tiene 65 años y trabaja cosiendo zapatos desde hace más de 20 en Ambur, India. Por cada par recibe 0,14€ y consigue coser, como máximo, 10 pares al día. Sí, eso son 1,5€. Podríamos pensar que con 1,5€ en la India eres rico, si nos ponemos en plan neoliberales sin escrúpulos. Pues no: un kilo de arroz roza los 0,60€. Es como si en España nos saliera por 34€, para hacernos una idea. Además, como trabaja desde casa y es mujer, no tiene derecho a prestaciones; ni pensión ni seguro médico.
Además de los escasos derechos laborales, con salarios que no alcanzan ni el estándar mínimo, se suman los problemas de salud asociados a los procesos de fabricación. El cuero de los zapatos se encurte con cromo y en países como India, no se establecen mecanismos para prevenir enfermedades. Las cosas pueden llegar a puntos trágicos como el pasado 15 de enero de 2015. Nueve trabajadores y un vigilante murieron aquella noche en una curtiduría de Tamil Nadu (India), en la que se derrumbó un tanque de reciclaje de residuos que inundó las instalaciones. Los fangos que contenía el tanque eran tóxicos y por supuesto, la construcción no cumplía las normas de seguridad. Son casos que ha recogido la ONG Setem en su última campaña: Cambia tus zapatos
El problema con el calzado es el de siempre: desde los primeros procesos de globalización en los años 70, su producción no ha dejado de llevarse cada vez más lejos. Y cada eslabón tiene sus consecuencias. Uno de ellos es coser las palas -la parte del zapato que cubre el empeine-, algo que todavía se hace en casa -como en el caso de Bai. El sistema capitalista, con el ritmo de consumo que impone, no podría permitirse a un trabajador del primer mundo, así que esta fase se traslada a mercados desregulados como el de India, donde las personas trabajan desde casa en la fase más intensiva del proceso y con condiciones más precarias; como mencionábamos antes, ni seguridad laboral, ni sueldos dignos, ni riesgos laborales cubiertos.
Coste de producción de un zapato / Setem
En 2013 se produjeron en el mundo 22.000 millones de pares de zapatos. Eso significa que cada ser humano se compró 3, aunque la cifra es engañosa porque la mayoría -el 40%- se vendió en Europa. Los siguientes clientes son China y EEUU, donde cada persona se compra 7 pares distintos de zapatos al año. ¿Los comprarían igual si supieran cómo se producen? China es el mayor fabricante, con 14.600 millones de zapatos producidos en 2014 y le siguen India, Brasil, Vietnam e Indonesia. Lo triste es que sólo el 2% de lo que pagamos por cada par, se destina a pagar los salarios de quienes fabrican nuestras suelas. Una cuarta parte del precio se lo lleva la marca; y un buen tercio, el minorista.
Es injusto, pero hay más. El par de zapatos que compramos empieza mucho antes de que se cosan las palas. En función de los materiales, las etapas de producción varían. Solo en el proceso de curtido del cuero hay decenas de pasos: curtido, poscurtido, secado… en ellos -el 85% de los casos- se utiliza cromo, una sustancia química tóxica que no se emplea respetando las normas de seguridad y salud laboral, como ocurrió en el accidente de febrero de 2015 del que hemos hablado antes. Tampoco acaba ahí la cosa: para producir unas botas de cuero se necesitan 25.000 litros de agua y 50 m2 de tierra, así que es imprescindible que empecemos a consumir con cabeza.
La ONG Setem pide a los fabricantes que garanticen salarios suficientes y que se prohíba el uso del cromo en el curtido. “Todos y todas tenemos derecho a saber cómo se producen los zapatos”, sentencia al final de su informe. Según un estudio de la empresa Nielsenl, el 85% de las personas encuestadas estarían dispuestas a pagar, como mínimo, un poco más por un calzado respetuoso con el medio ambiente y los derechos laborales. Pero sólo una cuarta parte estaría dispuesta a pagar por ellos hasta un 25% más.
Quizá, para que esa cifra aumente, sólo es necesario conocer un poco más la vida de quienes trabajan haciendo nuestros zapatos. A diferencia de la industria textil, las movilizaciones de los trabajadores del sector casi no se conocen ni se difunden. Pero estoy segura de que la próxima vez que vayas a comprar zapatos, le darás más vueltas. Saber que de esos 60€ sólo 1,2€ van a quien los ha confeccionado para que camines elegante o cómodo, te hará pensar. Y buscarás, al menos, dónde se han hecho. Algo ocurrirá, seguro.
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