Revista Coaching

Estar en manos de otros

Por Interesproductivo @RoberttiGamarra

Estar en manos de otros

@morguefile

Actualmente, la desafección por el puesto de trabajo aumenta de forma considerable, cuando la eficacia en la ejecución de las tareas requiere justo lo contrario, una asimilación del proceso como parte integrante de la conducta del trabajador. Por desgracia, el lugar de trabajo, en muchas empresas, adquiere condición de trinchera donde cada trabajador debe defender posiciones continuamente. El cambio radical del mercado laboral y de las condiciones de contratación ha modificado las prioridades, imponiéndose la guerra por mantenerse en el puesto de trabajo al compromiso profesional. Estar en manos de otros es una presión añadida, y muchos carecen de capacidad para sobrevivir, lo cual les lleva a renunciar a sus puestos, mientras otros luchan, pero no lo suficiente, o se especializan en convertir ese terreno, exclusivamente, en su campo de batalla, en detrimento de la solidaridad o en trabajo en equipo.
El factor determinante suele ser la imposibilidad de tomar decisiones en el ejercicio de las tareas. El escalafón jerárquico, desde el primer peldaño hasta la parte más alta, se fundamenta en la subordinación, donde siempre existe una persona que decide sobre otra, y cuyas decisiones no siempre obedecen a una estrategia exclusivamente corporativa, sino a categoría profesional, formación, capacidad, interés, etc. Por todo ello, cuanto más grande sea la empresa, resulta más complicado manejarse libremente.


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Estar en un puesto de trabajo, en estos sitios tan jerarquizados, es como aquella persona que su vida depende de alguien que le está apuntando con un arma. No valen los ruegos, la inocencia, la experiencia, no se puede hacer nada; si la otra persona decide disparar, todos los recursos o las propuestas pierden valor. Incluso se puede ir más allá y afirmar que la jerarquización enfermiza propicia que, en la estructura de producción de una empresa, de arriba abajo, se origine una cultura de perjuicio mutuo. Así es como nos encontramos muchas veces que, si la persona que decide sobre el futuro de otro está disgustada, proyecta su disgusto hacia abajo y acaba descargando su frustración en el subordinado.
En este escenario caben, como mínimo, tres comportamientos posibles para afrontar este tipo de ambientes peligrosos:
  1. Hacer lo imposible por no llegar a esa situación, lo cual significa establecer una regla de actuación donde se sobrepasa los límites de la capacidad personal. Este extremo aumenta la posibilidad de fracasar en cualquier momento, por asumir compromisos o comportamientos que no están al alcance profesional del trabajador.
  1. Derrumbarse y perder toda la iniciativa es lo más habitual al encontrarse en un entorno hostil. La estructura psicológica de la persona no responde o no es suficiente para aguantar la presión. Y en estos caso confluyen, casi siempre, dos factores determinante: la necesidad de conservar el trabajo para sobrevivir y la incapacidad de soportar la presión, lo que lleva a la destrucción total del autoestima de la persona, inutiliza la capacidad para reaccionar. El resultado es desastroso, porque siembra en la persona la falsa idea de que no vale para desempeñar las tareas.
  1. Obviar el entorno y rendir naturalmente debería de ser el procedimiento correcto, ya que es la forma de demostrarse a uno mismo, y a los demás, que esa situación no se ha generado de forma natural, y que la persona afectada no ha tenido nada que ver con ella, lo cual le exime a rendir cuenta de sus consecuencias. Es una forma de ganarse el privilegio de libertad que permite desarrollar las tareas sin ataduras.
Quedaría un factor, no menos importante, como es la virtud para ejercer equitativamente la responsabilidad de decidir sobre otros.
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