Revista Cultura y Ocio
Los juegos de palabras se utilizan para dar a entender que uno tiene ingenio o es ingenioso. Ya viene de antiguo. Las palabras se retuercen y fuerzan a lector a vislumbrar las diferencias de significado que encierran los verbos, los nombres, adverbios y los adjetivos (porque pocos, muy pocos, ven el poder expresivo de una coma, el punto, la preposición, sufijos, prefijos y demás). Algunos dirán que el verbo es el "jefe" de la acción y el nombre "el protagonista"; el adjetivo la definición de la cualidad del protagonista y el adverbio un envoltorio. Pero es una visión basada en el fijamiento superficial de la técnica literaria. Queremos hacer frases buenas y bonitas para demostrar nuestra capacidad de adornar las palabras, que creemos que están para algo más que simplemente comunicarse. Intentamos separar estética literaria de comunicación, por un lado; por otro, obviamos la sonoridad subjetiva que conlleva el lenguaje. Nos afanamos en imitar super frases super subjuntivas que agotan en longitud de grandes escritores porque nos sorprenden que se puedan hacer esas frases. Intentamos rizar el rizo antes de tener pelo y comprender por qué crece, como se desarrolla y por qué se cae finalmente. Olvidamos que la escritura es parte de uno como son los pensamientos, y si estos están anclados en conceptos futiles, así será nuestra escritura, por más que retorzamos las palabras hasta exprimir sus posibilidad gramaticales y sintácticas. Y es todo lo contrario, la escritura es multidisciplinar y profundamente arraigada en nuestros sufrimientos y pesares. Y las palabras se llenan de esos pensamientos, sufrimientos y felicidades sin importar la combinación que utilices, porque sale sin esfuerzo de las entrañas de esas neuronas alienadas de información subconsciente adquirida y procesada. Porque estar vivo no es lo mismo que vivir.