Muchos en esta España nuestra no sabían quien era Franco. Lo conocían por los libros de historia de los colegios. Franco era algo así como un cabrón más que caía en el examen con una guerra civil de la que nadie les había hablado. Eran los más jóvenes. La generación anterior aún habíamos oído hablar de ese Franco tan malvado o tan estupendo, de todo decían, a nuestros abuelos. Yo recuerdo oír decir a la gente por lo bajini que con Franco se vivía mejor. Comprendí que no eran todos los que vivían mejor cuando empezaron a salir en los periódicos los que buscaban a sus antepasados muertos por las cunetas de las carreteras y en las fosas comunes perdidas por los campos.
Ahora, puestos a desenterrar, desentierran a Franco. Quitan de debajo de una tremenda piedra al abuelo de la nueva Duquesa de Franco, una señora habitual de la prensa rosa por sus maridos y amores bien contados a golpe de exclusiva en el ¡Hola! ¡Y no quieren al abuelo! Estos siete nietos del dictador, unos más famosos que otros, dicen que no se llevan al abuelo. No ven el negocio. Quienes lo han visto son los curas. Ya ha hecho un comunicado la Igleisa Católica ofreciéndole cobijo en terreno santo. Me imagino las colas entrando en la iglesia en la que lo entierren ahora que ha pasado de tirano a mártir del socialismo de Pedro Sánchez. Eso es un chollo.
No sé si nuestro presidente Pedro Sánchez ganará más votos en las próximas elecciones con el desenterramiento de Franco. Seguro que sí. Lo que sí sé es que han convertido a Franco en el Elvis de los dictadores. Los que han hecho colas estos meses en el Valle de los Caídos para arrodillarse ante el dictador rezándole un padrenuestro irán hacia el nuevo enterramiento. A ese dictador pequeñito le están creciendo los fans. Se los he visto hasta en el twitter.