Toda la semana fuera de casa con un montón de conferencias en Cataluña, Granada y Murcia. Aprovecho para cenar con un buen amigo y a los postres reflexionamos despacio sobre la felicidad y las bases que hay en nosotros para sustentar el que podamos alcanzarla.
En mi vuelo a Granada el avión ha sobrevolado Sierra Nevada antes de lanzarse hacia la pista del aeródromo de Chauchina. La Sierra estaba majestuosa, pintada de blanco. Me ha llamado la atención un gran nevero aislado que quedaba en una de las montañas. Daba la sensación, desde la altura, que en cualquier momento podría desprenderse ladera abajo. Y me he acordado al hilo de nuestra cena, de esta historia:
Por un paisaje helado se desliza un trineo a toda velocidad. Su único ocupante y su decena de perros viajan hacia el Polo Norte. Su rostro denota el frío y el ansia por alcanzar el objetivo. No permite a sus perros ni un descanso ni un respiro. Nada le distrae. Todo es querer llegar a la meta. En ello centra todas sus energías y sus esperanzas. Es el sentido final de su viaje.
De vez en cuando, el viajero se incorpora un poco en el trineo para con la brújula comprobar que la dirección es la correcta. De pronto algo le sorprende. Los instrumentos le indican que la ruta es la adecuada, pero también que cada vez la distancia al Polo Norte es mayor. Mira una y otra vez la brújula, los relojes y el GPS y no hay duda, algo está pasando. Castiga con fuerza a sus perros para que empujen con más velocidad en medio de la ventisca, pero todo sigue igual. El rumbo es el adecuado, pero la distancia hacia el Polo sigue aumentando. Se desespera.
¿Qué le ocurre?. Si tomáramos distancia, veríamos que el paisaje en el que se está moviendo es efectivamente polar, pero se trata sólo de un inmenso iceberg, arrancado del casquete polar, que se desplaza vertiginosamente hacia el sur, a más velocidad que el trineo de nuestro viajero.
La meta y los ideales eran nobles, su esfuerzo admirable, pero la base sobre la que sustentaba su búsqueda de la felicidad era errónea y le conducía fatalmente al fracaso. Y es que si nos empeñamos en buscar la felicidad en nuestro interior, no la hallaremos jamás. Correremos y correremos sin alcanzar nuestra meta. Cuando aprendamos que la felicidad está en darnos a los demás, en entregarnos a otros, en hacer que los que nos rodean saquen su mejor versión, entonces nuestro trineo llegará rápido a su destino.