Por Alvaro Mendoza
¿Cuándo fue la última vez que te equivocaste? ¿Lo recuerdas? ¿Hace unos segundos o más bien pocos minutos atrás? Yo tengo una respuesta: hace no más de 5 minutos, pero quizás no te diste cuenta. ¿Cómo lo sé? Porque los seres humanos nos equivocamos todo el tiempo, muchas veces de manera inconsciente. Errores simples o, también, errores por lo que pagamos un alto precio.
El error es parte fundamental de la esencia del ser humano. Por decirlo de alguna manera, es algo que está instalado en nosotros por configuración básica: no lo podemos eliminar, aunque nos demos a la tarea de reconfigurar nuestra mente una y otra vez. Nos equivocamos desde el primer día de nuestra vida y lo hacemos hasta el último, así que no hay más remedio que aceptarlo.
El problema con los errores, ¿sabes cuál es el problema? Que los errores tienen mala fama. Desde que somos niños, nos enseñan que el error es malo, que debemos evitarlo a toda costa y, vaya ironía, esa creencia es un error. Nada, absolutamente nada de lo que hagas, evitará que cometas más errores, nuevos errores. Y, quizás ya lo sabes, errar es humano, así que no hay que lapidarse.
Crecemos en un ambiente en el que nos dicen "No hagas", "No toques", "No comas", "No te relaciones con esa persona" y tantos otros "No..." que se convierten en una pesada carga. Aunque el objetivo de ese modelo de crianza es ayudarnos a errar menos, en la práctica se manifiesta de un modo distinto: como una creencia limitante, como un miedo al error, al costo del error.
Así lo disfrutes, no sales a dar paseos en bicicleta con tus amigos por miedo a caerte. Tampoco te animas a comenzar una nueva relación sentimental porque en las últimas no te fue bien, porque te lastimaron. Te sometes a seguir en una vida que no te llena, ni te satisface, porque, como decimos en Colombia, "es mejor la seguridad que la Policía". ¿Entiendes?
Desarrollamos una gran variedad y cantidad de "No hagas esto..." y tenemos un libreto muy completo que, además, ponemos en práctica todos y cada uno de los días de nuestra vida. Con el paso del tiempo, sin embargo, el peso de esa carga nos vence, nos damos cuenta de que tratar de evitar los errores es el mayor error que podemos cometer. Y no hay opción: cambias o lo lamentas.
Hace más de 23 años, cuando comencé mi aventura como emprendedor, prácticamente no había información disponible y tampoco había casos de éxito que nos pudieran guiar. Internet era un bebé muy distinto al que conocemos hoy y no era necesario recorrer mucho camino antes de enfrentarte al gran dilema: desistes, tiras la toalla, o aguantas y tratas de avanzar, a pesar de los errores.
En mi caso, elegí la segunda opción. ¿Y sabes qué ocurrió? Que cometí muchos errores, cientos de errores, miles de errores. Y los cometo todavía, quizás menos, pero los cometo todavía. ¿Por qué? Porque como lo mencioné al comienzo el error es parte fundamental de la naturaleza humana. Es un ingrediente que no puedes eliminar, que no puedes sustituir. Solo puedes aprender a lidiarlo.
El resultado, ¿sabes cuál fue el resultado? Que cometí mil y un errores. Algunos simples, pero otros graves, que dolieron, que me molestaron. Con el tiempo, sin embargo, y sobre todo con la ayuda de mi familia y de mis mentores, aprendí a encontrar el valor que encierra cada error. Entendí, especialmente, que ese aprendizaje me permite avanzar y crecer si lo capitalizo.
Convengamos que, por esa carga negativa que le otorgamos al error, no vemos lo que nos enseña, no apreciamos la alerta que nos emite. Entonces, ese episodio pasa por nuestra vida y solo nos deja dolor, vergüenza, frustración. Ese, créeme, es el verdadero error. Además, y esto es algo que no debes olvidar, cuando no aprendes de un error, este se repite una y otra vez, sin cesar.
Empecinarse en tratar de evitar los errores, algo que es literalmente imposible, es la piedra con la que muchos emprendedores tropiezan una y otra vez, y otra más. ¿Por qué? Porque el error tiene mala fama y no entienden que incorpora valiosas lecciones y aprendizajes necesarios.No es fácil de comprender, ni de aceptar. A mí también me costó: tiempo y muchos errores. Me exigió cambiar el chip, desaprender aquellas creencias limitantes que grabaron en mi mente en la niñez y que reforcé durante muchos años. Y, sobre todo, significó aprender que esa situación que llamamos error no es más que una oportunidad, una preciosa oportunidad, que nos brinda la vida.
¿Para qué? Para que nos demos cuenta de que vamos por un camino que no nos llevará a donde queremos estar. Para que nos alejemos de ambientes o personas tóxicas y, en especial, para que incorporemos la información necesaria, el valioso conocimiento que encierra esa situación, ese hecho. Si no atiendes ese mensaje de la vida, estás condenado a repetirlo una y otra vez.
Durante muchos años, te lo confieso, cultivé hábitos negativos: sedentarismo, mala alimentación, era fumador y poco o nada cuidada mi salud. ¿El resultado? Un día, cuando estaba a punto de abordar un avión para Colombia, donde me esperaban para dirigir un evento presencial con más de 400 personas, sufrí un infarto. No hubo más remedio que salir corriendo para la clínica.
¿Moraleja? Esta situación me permitió ser consciente de que cuántos errores había cometido, uno tras otro, hasta que llevé mi vida a una situación límite. Por fortuna, no solo pude salir bien librado, sino que además aprendí la lección. Desde entonces, no solo estoy bajo supervisión de los médicos, sino que desaprendí esos hábitos negativos y adquirí unos nuevos, estos sí saludables.
A lo largo de más de 23 de trayectoria, he tenido el privilegio de conocer a miles de personas muy valiosas, con ideas increíbles y sueños maravillosos que no se pudieron cumplir. ¿Por qué? Porque renunciaron a ellos para evitar cometer errores, por el miedo a los errores. Y, ¿sabes cuál fue el resultado? En algún momento de su vida se dieron cuenta de que ese fue su más grande error.
¿Cuándo fue la última vez que te equivocaste? ¿Lo recuerdas? ¿Hace unos segundos o más bien pocos minutos atrás? Los seres humanos nos equivocamos todo el tiempo, muchas veces de manera inconsciente. Errores simples o, también, errores por lo que pagamos un alto precio. Sin embargo, el más grave, el más costoso, es aquel miedo a cometer errores que no puedes evitar.
Porque te paraliza, porque te impide avanzar, porque te lleva a procrastinar y, eventualmente, a renunciar a tus sueños, al bienestar que te mereces, a conseguir lo que anhelas. Porque además te distrae, provoca que pierdas el foco de lo que en realidad es importante y te desvíes del camino que elegiste. Así mismo, destierra de tu vida el hábito de culparte, de castigarte, por tus errores.
¿Sabes cuándo terminaron mis problemas con los errores? El día que entendí y acepté que son necesarios y, en especial, que son fuente de valioso aprendizaje. Por supuesto, procuro no cometer más errores, no repetir lo que en el pasado me amargaron, pero los veo como parte del proceso, como obstáculos circunstanciales, como pruebas que la vida me ofrece para aprender.
Cuando mi veo el espejo retrovisor de mi vida y veo mi trayectoria como emprendedor en perspectiva, les agradezco a Dios y a la vida por la oportunidad de cometer tantos errores. Sin ellos, estoy completamente seguro, no sería la persona que soy, no estaría donde estoy. Por eso, repito, el peor error de tu vida, el más doloroso, obsesionarte con la idea de no cometer errores.
Fuente: https://mercadeoglobal.com/blog/el-peor-error/?mg