Revista Cultura y Ocio
Este jueves, Leonor, en su blog Playa del Castillo nos propones dejarnos llevar por nuestros impulsos y caer en la tentación. Para ver todos los relatos pinchar en el enlace.
Al borde de la extenuación, el muchacho se encoge para no perder el escaso calor que su cuerpo genera bajo la gruesa capa que cubre su cuerpo y parte de su montura, una vieja yegua que le han facilitado los hermanos del último monasterio en el que ha pernoctado. Tiene una misión y nada ni nadie debe apartarlo de ella. Esta idea, que no abandona su mente en ningún momento, es lo único que le da fuerzas para continuar. Debe proteger la sagrada reliquia incluso con su vida si fuera necesario. Muchos hombres antes que él lo han hecho y él no va a ser menos, para eso ha hecho su juramente delante del Altísimo. La nieve, que cae suave, pero sin parar en ningún momento, le impide ver con claridad el camino que conduce a su destino. Apenas siente los dedos de los pies y es posible que al final del viaje pierda alguno. Hace dos días que las provisiones de pan duro y carne seca se le han terminado, aunque, gracias a Dios, con la nieve tiene cubiertas sus necesidades de líquido. Su boca se hace agua al pensar en una sopa caliente y un camastro al lado del fuego en el que descansar sus huesos. Una casa aislada aparece de pronto en su camino como surgida de la nada. Por la chimenea sale una pequeña columna de humo que zigzaguea por el viento, sugiriendo al muchacho la confortabilidad de su interior, y un olor a carne asada llega hasta su nariz haciendo que su estómago se contraiga. La tentación de parar a descansar es muy fuerte, pero sus órdenes de no hacerlo bajo ningún concepto hasta llegar a su destino fueron muy claras. Si lo han escogido a él para la misión ha sido por su probada fuerza física y mental para soportar el ayuno y las penalidades a pesar de su juventud. Sin embargo, nadie lo ha preparado para resistirse a los diabólicos y perturbadores ojos verdes y la seductora sonrisa de la muchacha pelirroja que, vestida con un corpiño ajustado por el que asoman sus grandes y turgentes pechos, lo invita a pasar al interior de su morada.
Esa fue la primera y la última vez que Andrés sucumbió a la tentación de la carne. En primavera, cuando la nieve se deshizo, un peregrino encontró su cuerpo congelado. La reliquia que custodiaba jamás llegó a su destino.