Revista Cultura y Ocio
Desde aquel día cuando vio que en la puerta del supermercado se había colocado un negro alto y musculoso vendiendo "La farola" deseó en secreto que fuera para ella, y desde entonces, cada día bajaba a comprar los cruasanes del desayuno solo para verlo de cerca. Toda su vida había deseado hacerlo con un negro aunque nunca se hubiera atrevido a confesárselo a nadie. ¡Qué pensarían de ella! Esa mañana, decidida, se acercó a él y le propuso ganarse una propina si le subía todas las mañanas los cruasanes para el desayuno. El negro, que dijo llamarse Tarek, accedió encantado y le dedicó una amplia sonrisa. Ella pasó todo el día pensando en el dichoso negro y preguntándose si la leyenda sobre ellos sería verdad o no. A la mañana siguiente, mientras estaba en la ducha sonó el timbre, se puso el albornoz y salióa abrir. Era Tarek con el paquete de la panadería en la mano desprendiendo el maravilloso olor de los cruasanes recién hechos. Decidida a cumplir su deseo lo invitó a entrar y cerró la puerta. Lentamente se desató el cinturón del albornoz y lo dejó caer al suelo. Se acercó despacio a él y le quitó la camiseta. Los cruasanes cayeron al suelo desparramándose a sus pies. Acarició su pecho desnudo, suave, sin vello y una punzada de deseo golpeó su sexo. Sus bocas se acercaron y sus lenguas se enredaron con ansia durante unos minutos. Diana metió sus manos entre el pantalón y tocó su culo duro, masajeándolo mientras él le acariciaba la espalda y recorría su cuello con los labios. Después, deslizó una mano hacia adelante ansiosa por comprobar cuanto antes el tamaño de su miembro. La visión de ese cuerpo fibroso y musculado de proporciones perfectas brillando por el sudor, le produjo una excitación imposible de controlar. Notó su sexo caliente, preparado para recibirlo y se lo suplicó susurrándole al oído. Tarek la empujócontra la pared y sujetando sus piernas por los muslos se introdujo en ella, empujando fuerte, embistiendo una y otra vez mientras de su garganta salían jadeos entrecortados mezclados con palabras extrañas, y otra vez el aroma de los cruasanes invadió sus fosas nasales a la vez que sintió una ola de placer recorrer su cuerpo desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza haciéndola explotar en un intenso orgasmo envuelto en la oscuridad de la piel de Tarek.
Desde ese día, otros encuentros se sucedieron, hasta que una mañana su oscuro objeto de deseo no volvió más, un viejo barbudoocupó su sitio en la puerta del supermercado y ella dejó de comer cruasanes porque su olor le recordaba demasiado a Tarek.
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