Revista Cultura y Ocio
Este jueves nos conduce Dorotea en su blog LAZOS Y RAICES y nos propone hablar sobre profesiones u oficios ya desaparecidos. Yo he escogido la de SERENO. Podrás encontrar todas las desaparecidas profesiones pinchando en el enlace.
Era mi última noche como sereno. La profesión que había heredado de mi padre se había quedado obsoleta y nos habían ofrecido un trabajo en el Ayuntamiento. Hacía un frío que te helaba hasta la sangre. Yo me había llevado una lata, que guardaba en la esquina de un portal, con unas brasas de cisco, para calentarme un poquito de vez en cuando. El cielo, a pesar de ser de noche, se veía muy encapotado. Caminaba por la calle del Pez que era una de mis calles casi desde que empecé en este oficio. Acababa de cantar “las cuatro y sereno” pero tal vez dentro de una hora tuviera que cantar “las cinco y nevando”. Oí dos palmadas al principio de la calle y me imaginé quién era. El señorito Pepe. Con tantos años en la misma zona ya me conocía las costumbres de cada uno. El señorito Pepe llegaba casi todas las noches a estas horas, borracho como una cuba. En alguna ocasión tuve que ayudarlo a subir las escaleras hasta su casa porque solo era incapaz. Pero esta noche no venía solo, así que me limité a darle las buenas noches y abrirle la puerta del portal. Esta vez no me dio propina, cosa que me extrañó pues siempre lo hacía. No pude ver bien la cara del hombre que lo acompañaba porque llevaba las solapas del abrigo subidas, pero los dos estaban muy alegres. El señorito Pepe debía rondar los cincuenta y cinco y yo nunca lo había visto con ninguna mujer. En el barrio se rumoreaba que era homosexual, pero a mí eso me daba igual. Mi trabajo era ayudar a la gente, no meterme en su vida privada. Lo que me extrañó es que el hombre volviera a salir transcurridos unos veinte minutos. Desde donde yo estaba vi cómo algo caía de su bolsillo y lo llamé. Miró hacia atrás y echó a correr. Entonces supe que algo malo había ocurrido. Uno no echa a correr si no ha hecho nada. Enseguida comencé a tocar el pito para avisar a mis compañeros. Amador lo pilló en el cruce con la calle San Roque y con el chuzo consiguió reducirlo. El individuo llevaba encima bastante dinero, un par de relojes y unas cuantas joyas. Afortunadamente el señorito Pepe solo tenía un buen chichón en la cabeza y una buena borrachera. No quiso que llamásemos a la policía y como agradecimiento nos dio una buena propina a Amador y a mí. Nunca más volví a ver al señorito Pepe.