Revista Cultura y Ocio
Este jueves de nuevo nos convocan los chicos del Daily con una original propuesta: cada uno de nosotros ha elegido uno de los temas que nos proponían y ha sido remitido a otro "juevero", sin que sepamos su identidad, y a su vez, cada uno de nosotros ha recibido otro regalito también anónimo.
A mi me ha tocado escribir sobre "la hora del despertar" y todavía no sé quién me la ha mandado.
Para leer el resto de relatos de la convocatoria visitar THE DAILY PLANET'S BLOGGERS.
Eusebio despierta después de una noche de pesadillas. Siempre es lo mismo. Cae en un profundo abismo que no tiene fin, oscuro y frío. Abre los ojos todos los días a la misma hora, cuando las primeras luces del amanecer se van formando en el horizonte y los pájaros empiezan a cantar frenéticamente. Esta hora, la del despertar, era su hora favorita del día. Ahora intenta con todas sus fuerzas dormirse de nuevo y no despertarse hasta que el sol esté bien alto en el horizonte. No quiere salir y encontrarse de nuevo con ella como aquella vez. Nunca creyó las historias que se contaban en el pueblo sobre oscuros aquelarres celebrados en lo profundo del bosque, donde las brujas bailaban desnudas alrededor del fuego y efectuaban sacrificios a Lucifer. Le encantaba pasear con el alba entre la neblina que aún permanecía en los árboles y el rocío que goteaba de los helechos. Entonces la vio. Una mujer desnuda que se dirigía hacia él. Su gran melena negra y abundante estaba alborotada, el pelo sucio e impregnado de una sustancia oscura y manchas rojas de sangre por todo su cuerpo. Cuando llegó a su altura la reconoció al instante. Era Flora, la mujer de Elías, el herrero. Antes de que Eusebio pudiera siquiera abrir la boca, Flora le habló con una voz profunda y fría: Dame tu capa, y no cuentes a nadie del pueblo que me has visto o yo misma vendré a buscarte para llevarte al infierno.
Ese domingo, en la iglesia, durante la misa, la cabeza de Flora se volvió hacia atrás dirigiéndole una sonrisa diabólica. Cuando regresó a su casa, Eusebio encontró su capa doblada encima de una silla de la cocina.