Por Diana Castaños
Los cuerpos y las decisiones de las mujeres les pertenecen a las mujeres. A cada una de ellas. No son de dominio público. A nadie le importa.
Este texto es para las mujeres que perdieron su virginidad a los 31 años. Y las llamaron estúpidas. Y tontas y aburridas. Monjas, apretadas, imbéciles, pajuatas, tontas, recalcitrantes.
Este texto es para las mujeres que perdieron su virginidad a los 13 años. Y las llamaron salidas del plato, descaradas, desvergonzadas, y sintieron vergüenza por ellas.
Este texto es para las mujeres que se tomaron fotos desnudas con sus novios y luego descubrieron que esos novios publicaron sus fotos en Internet. Y perdieron la universidad, el trabajo, el prestigio, el perdón. Y la gente dijo que era su culpa y todas las señalaron con el dedo. Y el dedo estaba sucio, pero igual señalaba. Y terminaron suicidándose y ahora ya nadie se acuerda de ellas. Aunque existieron.
Este texto es para las mujeres que se embarazaron jóvenes. Y que luego todos juzgaron y las acusaron de no saber cerrar las piernas y de no tener información sobre anticonceptivos.
Este texto es, finalmente, para las mujeres que han decidido, por su libre albedrío, porque les da la gana —que también tienen derecho, coño—, no tener hijos. Aunque las acusen de egoístas, de cobardes, de casa-solas, y las bombardeen con amenazas sobre lo «malo» que es quedarse sin hijos en esta vida.
Los cuerpos y las decisiones de las mujeres les pertenecen a las mujeres. A cada una de ellas. No son de dominio público. A nadie le importa. Nadie sabe. Y si saben, pues que no contesten. Porque nadie les ha preguntado nada.