El Proceso promovido contra el diligente y mezquino funcionario de banca Josef K. concluye de hecho con una condena a muerte, nunca pronunciada, nunca escrita, y la ejecución tiene lugar en el entorno más desolado e inhóspito, sin aparato y sin cólera, con meticulosidad burocrática, de la mano de dos justicieros fantoches que cumplen con su obligación maquinalmente, sin pronunciar palabra, intercambiando tontos cumplimientos. Esta última página me deja sin aliento. Yo, que sobreviví a Auschwitz, nunca la habría escrito, o no lo habría hecho de este modo: por incapacidad, o por falta de imaginación, desde luego, pero también por un sentido de la decencia frente a la muerte (que Kafka ignoró o rechazó); o tal vez simplemente por falta de valor.
La famosa frase, que es fuente de tantas discusiones y que cierra el libro como una lápida (“Fue como si la vergüenza le sobreviviera”) no constituye en absoluto ningún enigma para mí. ¿De qué debería estar avergonzado Joseph K.? Está avergonzado de muchas cosas contradictorias, porque no es coherente, su esencia consiste en ser incoherente, no igual a sus semejantes en el curso del tiempo, inestable, errático, incluso dividido en el mismo instante, partido en dos o más individualidades que no coinciden. Está avergonzado de haberse enfrentado al tribunal de la catedral, y al mismo tiempo de no haber resistido suficiente al tribunal de la buhardilla. De existir cuando ya no debería de haber existido, de no haber encontrado la fuerza de liquidarse por cuenta propia cuando todo estaba perdido, antes de que sus verdugos lo visitaran. De todos modos, creo que hay, en su vergüenza, otro elemento que conozco bien. Josef K., al final de su angustioso itinerario, experimenta vergüenza porque existe este tribunal oculto y corrupto, que invade todo lo que le rodea, y al cual pertenecen también el capellán de la cárcel y las chicas precozmente viciosas que molestan al pintor Titorelli. Después de todo, este tribunal estaba hecho por hombres, no por Dios, y Joseph K., cuando le clavan el cuchillo en el corazón, experimenta la vergüenza de ser un hombre.
Primo Levi
Tradurre Kafka
Traducción: José Manuel Álvarez-Flórez y José Ramón Monreal,
completado por Iñaki Martínez Ortigosa
Película: El proceso, Orson Wells, 1963
Previamente en Calle del Orco:
La vergüenza de ser un hombre, Primo Levi