Las palmas de mis manos miran al cielo.
En ellas
indescifrables suturas trenzan mi destino.
Cada arruga, cada surco, cada herida,
herencias de este tiempo ineludible.
En el corazón de mis manos,
sobre el remolino de dulces grietas,
se levantan susurros de un lejano atardecer.
Ya mi piel se pliega sobre sí misma
como un pedazo de papel al sol de las horas.
Esther Cánovas