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Reinaldo habla poco de su etapa como periodista oficial. Cuando lo hace, tiene una mezcla de frustración y alivio. La primera por su responsabilidad con la fabricación de tantos estereotipos y el segundo porque al expulsarlo del periódico Juventud Rebelde lo convirtieron en un hombre libre. Un lugar destacado en sus memorias tiene la Revista Cuba Internacional, donde trabajó por casi tres lustros.
En nuestra casa hemos creado toda una categoría de noticias con el nombre de esa publicación. Cuando un corresponsal de provincia habla en la televisión de las maravillas de una fabrica de acumuladores sin mencionar cuántos realmente se están produciendo… nos miramos, reímos y aseguramos: “eso está al peor estilo de la Revista Cuba”. Si en la prensa un texto explica en tonos rosas la vida de un pequeño pueblo de provincia, lo relacionamos también con esa línea editorial que tanto daño hizo y ha hecho.
Mayerín, a diferencia de Reinaldo, acaba de graduarse en la Facultad de Comunicación Social. A veces llama desde un teléfono público para comentarme sobre su último artículo en un sitio digital donde colabora. ¿Viste -me pregunta- lo que logré colar en la tercera línea del segundo párrafo? Así que me acerco para comprobar el atrevimiento de mi amiga reportera y encuentro que, en lugar de escribir “nuestro querido e invencible Comandante en Jefe”, ha puesto simplemente “Fidel Castro”. ¡Vaya osadía la suya!
Varias generaciones de profesionales de la información han debido entrar por el carril de la censura, la propaganda ideológica y el aplauso al poder. Edulcorar la realidad, usar los medios nacionales como vitrina de falsos logros y llenar los periódicos con una Cuba retocada y falseada, son algunos de los males de nuestra prensa oficial. Si en los lectores y televidentes esas deformaciones dejan un sabor amargo, en los periodistas el efecto es aún peor.
Los informadores terminan prostituyendo su palabra para no meterse en problemas o para alcanzar ciertos privilegios. El prestigio social del reportero cae en picada y la prensa se convierte en instrumento de dominación política. A ese informador, que cuando niño soñó con destapar algún escándalo o investigar un hecho hasta sus últimas consecuencias, sólo le quedará entonces plegarse o tirar la puerta, seguir maquillando la realidad o ser declarado como un “no-periodista” por el gobierno.