Por Nestor Núñez/Tomado de Cubahora
Y ciertamente, lo corrobora el hecho de que unos noventa millones de personas siguieron el primer debate televisivo entre la ex primera dama y candidata demócrata, y el magnate inmobiliario y aspirante republicano, un show cuatrienal de costa a costa donde casi todo es válido para desaliñar al oponente.
Tras noventa y cinco minutos de “golpes”, algunas de las primeras encuestas dieron la victoria a Hillary Clinton, que con una estudiada y permanente sonrisa, pareció más segura, conocedora, ecuánime y experimentada que su contrincante, incapaz de sustraerse de algunas de sus frecuentes alteraciones verbales y temperamentales.
Se dice que la Clinton dominó bien el acercamieto a temáticas de ampia repercusión pública como la economía, el empleo y los asuntos de corte social, mientras Trump prosiguió desbarrando de factores externos como las relaciones con China o el desplazamiento de industrias locales a México, en tanto factores que considera determinantes en el deterioro nacional.
¿Su remedio? “Apretar” a Beijing (el mayor acreedor de los Estados Unidos) y establecer condiciones internas (menos impuestos y regulaciones a los grandes monopolios) para que retornen al país, solo que nadie sabe con qué niveles de salarios y prestaciones para los empleados norteamericanos, cuando está claro que buena parte de las ganancias que obtienen en otros patios se derivan de los estipendios mucho más bajos que ofrecen y de la neutralización de regulaciones laborales molestas a sus intereses.
En consecuencia, dicen medios de prensa, a minutos del fin del debate que 57% de los telespectadores consideró “que la demócrata ha estado mejor a la hora de abordar las preocupaciones de los electores”, frente a un 35% favorable a Trump.
No obstante, y a tono con las mismas encuestadoras, 47% de los interrogados indicó que no cambió sus preferencias tras el enfrentamiento verbal de ambos candidatos, aunque 34% se dijo más inclinado a la Clinton y 18 % Trump.
En otras palabras, que todavía no hay una marcada diferencia que permita al menos un atisbo en torno a cual de los dos aspirantes se llevará el pato al agua en las elecciones generales de noviembre cercano, por lo que las semanas que restan auguran nuevas “sorpresas” en materia de una batalla electoral que- tradicionalmente- admite todo y de todos.
Y es que, tal como expresan diversos medios digitales, ambos personajes “siguen siendo los dos candidatos presidenciales más reprobados por el electorado en la historia reciente”.
De hecho, un chiste que circula en la red de redes cuenta que un vicario al que los asesores presidenciales solicitaron que calificara de “santo” a Barack Obama en uno de sus responsos, subió al púlpito y, tras desbarrar del actual jefe de la Casa Blanca por sus incumplimientos electorales, sus poses mediáticas, y los problemas económicos y sociales que persisten en los Estados Unidos, concluyó: “Desde luego, si pensamos en la Clinton y Trump, entonces vale afirmar que Obama es un santo”.
Gracioso o no, según quien lo lea o escuche, la realidad es que la mayoría de los estudiosos de la política interna norteamericana tienden a avalar el criterio del hipotético religioso como una imagen de los sentimientos de buena parte del electorado estadounidense, a pocas semanas de decidir quién será el nuevo ocupante de la Oficina Oval.
La batalla, según las mismas fuentes, se centra ahora en atraer a los indecisos, entre los se cuentan republicanos moderados, jóvenes, y mujeres blancas de las áreas suburbanas; en un terreno donde hasta hoy la Clinton parece agenciarse la mayoría del voto femenino citadino y de las minorías étnicas; en tanto Trump ejerce una fuerte influencia en sectores de trabajadores de Michigan, Ohio y Pensilvania, a partir de sus ácidas críticas a los tratados de libre comercio y a la salida del país de industrias para ubicarse en naciones subdesarrolladas en procura de mayores ganancias.
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