Terminar una carrera es entrar en un nuevo mundo, el mundo definitivo de los adultos, lo cual en nuestro país puede significar una incertidumbre total, puesto que poseer un certificado de estudios superiores no es garantía de nada. Seguramente será distinto en Estados Unidos, donde, quien posee un título expedido por una de sus grandes Universidades intuye que va a formar parte de la élite, de los privilegiados que manejan los hilos de la sociedad. Esto puede suponer un poco de vértigo, de sueños de grandeza. Por eso el discurso que les dedica el escritor David Foster Wallace es tan sorprendente como necesario, ya que rompe una lanza por lo más cotidiano.
Porque Wallace, siendo un poco más adulto que los veinteañeros que se licencian, sabe mejor que ellos que sus vidas - por lo menos las de la gran mayoría - van a estar presididas a partir de ahora por la rutina, cuando no por el aburrimiento. Pequeños problemas cotidianos como los atacos de tráfico, las colas en el supermercado o las discusiones domésticas se instalarán en sus existencias y, poco a poco, los sueños de grandeza irán siendo olvidados. Precisamente esto es lo que no se enseña en la Universidad, a superar las rutinas absurdas que nos va imponiendo la vida. Aunque nos creamos libres, en realidad dicha libertad está mucho más limitada de lo que suponemos. Poco a poco nos vamos creando dependencias y nuestro margen de maniobra va siendo más y más estrecho, hasta que nos damos cuenta de que la ilusión ha sido sustituida por una visión más práctica y más prosaica de la existencia.
Para conjurar en parte este destino, el autor de La broma infinita (novela que me prometo a mí mismo leer en los próximos meses), propone una mirada profunda a la realidad que tenemos delante de nuestros ojos, a darnos cuenta de que somos peces rodeados de agua, aunque a veces nuestras mentes nos transporten a lugares demasiado elevados.
"Probablemente lo más peligroso que tiene la educación académica, por lo menos en mi caso, es que habilita mi tendencia a intelectualizar las cosas en exceso, a perderme en el pensamiento abstracto en lugar de limitarme a prestar atención a lo que está pasando delante de mí."
Quizá se ha mitificado en exceso esta charla, que seguramente no pretendía ser más que una manera original de advertir a los alumnos de lo que les espera, no una catástrofe ni una vida infeliz, sino un término medio entre la felicidad y desdicha, una vida grisácea que seguramente no va a ser muy distinta ni más especial que la de los demás, sometida a las mismas servidumbres y a los mismos miedos. Todo ello conservando siempre una "conciencia crítica", que nos avise constantamente de que jamás debemos dar nada por sentado. Por usar la frase tópica de John Lennon (si es que la pronunció él): "la vida es aquello que te sucede mientras haces otros planes".