Revista Cultura y Ocio

Esto lo estoy escribiendo mañana

Por Calvodemora
Esto lo estoy escribiendo mañana
Sonny Stitt and Dizzy Gillespie 1953.
Fotografía;  Herman Leonard

El secreto mejor guardado es el que no se comparte, pero en el jazz el modo de trabajar es otro y consiste, en muy apresuradas cuentas, en dar y en recibir, en tomar el papel de alumno y el de profesor, en aceptar el magisterio ajeno y en ofrecer el propio en la medida en que exista. Por eso Sonny Stitt anda en la fotografía como embelesado, atrapando el numen, exigiendo del aire la restitución pura del asombro, y Dizzy Gillespie, de pie, sopla su trompeta como si en el volcado de las notas expresase la ecuación que hace al mundo girar y al amor, invitado, observarlo. Porque el jazz, en esencia, es un triunfo del amor. Toda la música, a su modo, lo es, pero la que nos ocupa, la que a mí me fascina más especialmente, está hecha de materiales muy sensibles, de códigos muy limpios, de texturas que invitan a compartir, a no guardar secretos o a no pensar que algo de lo maravilloso de lo que somos capaces de hacer es únicamente nuestro y lo ha parido nuestro inconsumerable arte. Hay un manto invisible que lo cubre todo. En una nota de Dizzy está otra que tocó Satchmo. En las de Satchmo están las voces de los negros en las plantaciones. El jazz es una celebración absoluta de la confianza, uno de esos extraños y fantásticos ritos en los que el oficiante y el oficiado se intercambian sus papeles. Sonny, absorto, está tocando lo que toca Dizzy. Lo está tocando en su cabeza, aunque no se oiga la música y no haya un solo músculo suyo percutido por el esfuerzo. Dizzy está dentro de la cabeza de Sonny. Está escuchando lo que toca en otro lado. Hay un cuento de Cortázar que habla un poco de todo esto. Se llama El perseguidor. Lo publicó en Las armas secretas en 1959 y luego, reeditado, en el volumen El perseguidor y otros cuentos, a finales de los sesenta. En él, Johnny Carter, una especie de Charlie Parker ya muy pasado de vueltas, vive sus últimos días, acompañado  por la  baronesa Pannonica de Koenigswarte, aquí la marquesa Tica; por Lan, su mujer y por Bruno, escritor que escucha el desquicio del músico y, en parte, el propio Cortázar, incorporado como protagonista. En uno de esos puntos de descalabro racional Johnny suelta la frase antológica: Esto lo estoy tocando mañana. El jazz, en cuanto arrebato místico, se toca siempre mañana. Se escucha también mañana. Esto que ahora estoy escribiendo lo estoy escribiendo mañana. En este plan de desacople temporal. Estamos todos entendiéndonos, ¿no?

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