Si yo tuviera las mismas dotes de clarividencia para adivinar quién vota a quién en Eurovisión que para acertar los números del cuponcito de la ONCE, en lugar de estar escribiendo esto, ahora mismo estaría tomando el sol en la cubierta de mi yate o dejándome hacer cosquillas por las burbujas de un jacuzzi en la suite presidencial del resort más lujoso de las Seychelles.
Fantasías neoliberales aparte, yo siempre he presumido de mi habilidad para saber a dónde van a parar los puntos del jurado de cada país con un margen de error infinitamente inferior al de las encuestas del CIS en cualquier proceso electoral (claro, que a tenor del creciente desprestigio del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, eso ya no tiene mucho mérito).
Antes de proseguir, quiero precisar que de coreografías y de estilismos entiendo lo justito (incluso un poco menos) y que, como ya ando un poco teniente, mi oído solo es capaz de descubrir una desafinación cuando se trata de un caso flagrante.
Tampoco sé de idiomas, ni soy experto en el panorama musical contemporáneo de Albania, Serbia, Chipre, Moldavia, Lituania, Azerbaiyan y alrededores.
Sin embargo, el tiempo que desde pequeño me he pasado frente al televisor contemplando con máximo interés las puntuaciones en las sucesivas ediciones del festival me ha servido para que me lo convaliden por un doctorado de lo más pinturero en Geoestrategia del voto eurovisivo.
Así que, aunque me jacte de haber atinado con los dos primeros clasificados y los tres de la cola en la porra para la gran final celebrada hace unos días en Rotterdam, esto no es una crónica de Eurovisión, ni nada que se le parezca. De hecho, yo nunca me atrevería a hacer una cosa parecida y mucho menos después del derroche de sabiduría sobre la materia demostrado por nuestro insigne ElHombre10 en su artículo publicado en este mismo blog bajo el título Pijamas contra brillor.
Por tanto, mi único objetivo con estos parrafillos es evidenciar que, aunque ya no ocurre tanto como antes, la política de las buenas vecindades sigue mediatizando los resultados de Eurovisión. De este modo, a nadie le extraña que Grecia le dé sus doce puntos a Chipre y viceversa, que San Marino le conceda su puesto de honor a Italia o que Lituania haga lo propio con Ucrania (Letonia o Estonia, cuando proceda), que Alemania vote a Francia, que Francia vote a Suiza y que Suiza vote a Francia.
No sé a ustedes, pero a mí tampoco me resulta raro que Australia apueste por Malta (échenle la culpa al vínculo isleño o algo así para justificar esta inusual sinergia, pero yo siempre tuve claro que este año le iba a dar sus doce puntos), incluso, vaticiné la extraña conexión de Portugal con Bulgaria y que Ucrania, en lugar de otorgar su máxima nota a Rusia (que lo lleva haciendo casi de por vida a pesar de los bombazos que se intercambian a cada dos por tres), en esta ocasión no le diera ni un solo punto (se ve que ahora la cosa sí que está chunga).
Por contra, confieso que me sorprendió que Suecia no le diera ni un solo voto a Finlandia y que España no se acordara de Italia, a la postre ganadora del concurso, ni siquiera para la pedrea, máxime cuando desde el origen de los tiempos el amor de nuestro país por los representantes italianos ha sido incondicional.
En cuanto al resto de los votos del jurado español fueron más que previsibles, con sus doce puntos para Francia y los diez para Suiza, incluyendo igualmente en su listado a Malta, Portugal, Grecia e Israel, a los que siempre les cae algo, aunque lleven un bodrio. Por contra, desde hace años, España no recibe nada de ninguno de ellos. (No lo digo con rencor, simplemente certifico una realidad del tamaño de un tranvía en Carnavales).
Repecto a los puntos que sumó España (6 o mejor decir media docena, que parece más) con la actuación de Blas Cantó, que supuso el mejor de nuestros peores puestos de las últimas décadas, se desglosan de los dos que nos dio el Reino Unido (muy bien por la comunidad de Au Pair y erasmus españoles, menos mal que siguen retenidos ahí por la Covid, porque si no, ni eso) y los cuatro de Bulgaria (que digo yo que será por la similitud de la historia que envuelve a las canciones presentadas por ambas).
Visto lo visto, y descartado ya el mantra de que para ganar Eurovisión hay que cantar en inglés, dado que los tres primeros clasificados de la última edición lo hicieron en italiano y en francés, a continuación sugiero una serie de tips para mejorar la clasificación de cara a nuevas ediciones o alternativas para paliar la desazón por los continuos batacazos en este certamen:
Clasificación final del Festival de Eurovisión celebrado hace unos días en Rotterdam.1.- Que vuelva Andorra a la competición (12 votos fijos).
2.- Incluir a Gibraltar en régimen de custodia compartida con Inglaterra (bajo el compromiso de que sus doce puntos se repartan al 50% entre el/la/le representante, representanta o represen tonto español e inglés o, en su defecto, alternar los doce puntos año sí, año no. Caso a estudiar).
3.- Dar la independencia a Cataluña y el País Vasco con la condición irrevocable de que nos den siempre la máxima puntuación en el festival.
4.- Organizar una recogida de firmas a través de Change.org para que se sumen a Eurovisión las naciones de la extinta OTI y las antiguas colonias españolas de África y de ultramar, para combatir en condiciones al lobby de las ex repúblicas soviéticas y balcánicas. (¿No participan ya Israel y Australia?, pues eso)
5.- Crear una Superliga paralela de Eurovisión en la que solo participen Inglaterra, Alemania y España (incluyendo sus comunidades autónomas) igual que el chiringuito que se montó Florentino con el fútbol.
6.- Erradicar el televoto y recuperar el sistema del jurado tradicional, reduciendo, a su vez, su número de miembros. (La opción del soborno sería mucho más barata de esta manera).
7.- Convencer a Betty Missiego o a Mocedades para que vuelvan a representar a España o postular la candidatura de Pepe Benavente con una versión dance de El Polvorete (rakatapún chinchín) que, probablemente, tampoco ganaría, pero por lo menos nos echábamos unas risas.
*NOTA ACLARATORIA: Todas estas medidas se pueden adoptar individualmente o, de manera conjunta, en el denominado Macropack triunfador para participantes en decadencia®.