"Hablo hoy, después de cuarenta y cinco años de travesía por un desierto en el que no ha sido fácil vivir, porque por fin siento que no le tengo miedo. A él, al hombre que me rompió el cuerpo por dentro y cuya sombra me ha perseguido día tras día durante esta eternidad que, milagrosamente, ha sido finita.
Por eso lo cuento así, en público, para que el mundo se entere de que el terror ha terminado. El mundo y sobre todo él. Que sepa que el niño ha sobrevivido al horror que me ha mantenido mudo desde que él me mató la voz, que he vivido con el miedo perpetuo a volverme y a verlo allí, detrás de mí, en cualquier esquina, en todos los sueños, acusándome de haber sido yo quien lo ensució a él y de tener que pagarle por ello.
Segundo libro que leo del autor que fue ganador del Premio Nacional de Literatura Juvenil con su obra “Un hijo” y del Nadal en el 2018 por “Un amor”. Lo acabé hace unos días y ando todavía con el nudo en la garganta. Lo primero que pienso cuando leo la última página del libro es en aplaudir, aplaudir sin parar a Alejandro Palomas, por su valentía, por haber sido capaz de compartir con el mundo su aterradora experiencia de vida, porque estoy convencida de que leer su historia será para muchos, para los que hayan sufrido acoso escolar y violaciones cuando eran niños, esperanzador, una forma de sentir que no están solos. ¡Gracias Jandro por escribir esta grandiosa novela!
La trama a grandes rasgos sin spoilerEl 26 de enero de 2022, Alejandro Palomas contó a sus cincuenta y cuatro años, en el programa de radio «Hora 25» de la cadena SER y delante de todos, que, en 1975, con nueve años de edad, fue víctima de abusos y agresiones sexuales continuadas por parte de un docente religioso del colegio La Salle de Premià (Barcelona), a quién por recomendación de su abogada, ha querido llamar «hermano L.». El «hermano L.» le sometió durante un año entero a toda clase de vejaciones físicas y psicológicas, arrancándole la infancia del cuerpo, destrozándole la vida. ¿Porque, cómo se recompone un niño de algo así?
Aquello fue un auténtico bombazo y más teniendo en cuenta la lacra de los abusos a menores por miembros de la Iglesia católica que sufrimos en los últimos tiempos, la gran cantidad de casos que salen a la luz. Al día siguiente, la mayor parte de la prensa escrita del país se hizo eco de la noticia, y dio comienzo un frenético torbellino de atención mediática alrededor del autor. Todo el mundo le hacía preguntas, todas las cadenas querían entrevistarle, todos querían saber.
Y decidió plasmarlo por escrito, contarlo todo sin pelos en la lengua, regalarnos su verdad, la verdad que hasta ese momento solo su familia mas cercana conocía, su madre y sus dos hermanas, la mediana y la mayor. Aunque ellas no estaban al tanto de todo, de hecho, el germen de lo que contienen estas páginas, es una charla entre hermanos, es contarles a sus hermanas ahora que su madre ya no está, lo que nadie sabía hasta este momento. Del fruto de dichas conversaciones, se gesta “Esto no se dice”, una biografía novelada que cuenta su vida centrada en el plano familiar, en los abusos sexuales a lo largo de ese año y toda la repercusión que ello conllevó en su desvalida infancia, adolescencia y en la persona adulta en todos los niveles: en su relación con los demás, en sus relaciones afectivas, en su sexualidad, en la vivencia de la enfermedad que ello le causó. Esa noche, Alejandro Palomas contó en la radio solo lo que “se dice”. Y aquí, por escrito ha contado “Lo que no se dice”.
Los puntos fuertes de la novela
✔ ¿Qué fue lo que le llevó aquel día de enero a romper su silencio en la radio? Ni él mismo lo tiene claro, pero lo que sí tiene claro y así nos lo hace saber en el comienzo de su novela es que, NUNCA, NUNCA, se le debe hacer a una persona que ha sido violada o víctima de abusos sexuales en la infancia, la tan dañina pregunta, una pregunta que siempre está mal formulada porque con ella se revictimiza a quien lo sufrió, y supone un golpe letal sobre esa herida que aún puede estar semicerrada o incluso abierta. NUNCA se debe preguntar ¿Por qué ahora? Y es que cada uno lo cuenta cuando puede, cuando quiere, cuando se ve capaz, pero sobre todo cuando deja de tener miedo a su agresor. Eso es así.
Y entendí también que quizá sea ese precisamente uno de los motivos por los que la gran mayoría de los hombres y mujeres que han sufrido violencia sexual durante la infancia o la adolescencia nunca lo cuentan. Saben —intuyen— que tendrán que pasar por el filtro de ese «¿Por qué ahora?», que no es sino otra forma de poner en duda sus intenciones y por tanto también su verdad. «¿Hablas ahora por venganza?», «Querrá dinero, verás», «Seguro que está a punto de sacar una novela y necesita promoción extra», «¿Qué buscas haciendo daño a un anciano indefenso a estas alturas?», «¿Para qué?», «¿Contra quién?».
✔ Alejandro no estaba ni está solo, sus hermanas y sobre todo su madre le intentaron arropar cuando supieron, cuando conocieron, cuando él se atrevió a decirles.
«¿Crees que estás preparado?», preguntaron. Les contesté que sí y ellas se mantuvieron firmes a mi lado: «Si tú lo estás, adelante. Nosotras contigo». Ahora sé que eso, ese apoyo, no es lo habitual.
● La relación madre-hijo: es lo más entrañable de la historia, lo que más me llega al corazón y enternece de lo que se nos cuenta, la especial complicidad entre ambos que traspasa las páginas y nos zarandea el alma.
Sin mamá, todo se volvía oscuro, desaparecía la red sobre la que saltar.
“Una madre” que es comprensiva, empática, que también sufrió lo suyo en su matrimonio hasta que, tras múltiples idas y venidas, decidió divorciarse, comenzar su vida desde cero y empezar a vivir. Su madre, una madre que le salvó varias veces, de forma directa y también indirectamente cuando de forma instintiva le regaló un Golden Retriever en el momento oportuno, su perro, otra pieza clave que le sujetó fuerte a la vida.
No miento ni exagero si digo que sin mi madre yo no habría sobrevivido. No habría tenido la fuerza, el empuje ni la motivación suficientes para vivir los años que lo he hecho. Dicho de otro modo: sin su presencia en el mundo, yo me habría quitado la vida hace mucho tiempo.
● La relación hijo-perro: esa es otra de las relaciones entrañables que consigue emocionarme, la que forja con Rulfo, que también le salva. Porque Rulfo llega a él tras una larga y desesperada noche, en la que el autor se plantea muy seriamente quitarse de en medio, acabar con todo de una vez. Mucha gente esto no lo entiende, no es mi caso, yo entiendo y sé que los animales de compañía, sobre todo los perros, salvan vidas.
Leyendo de nuevo a Alejandro Palomas se me han humedecido los ojos varias veces, y he sentido constantemente la necesidad de acunar, de abrazar, de proteger al niño-Jandro. Y he llorado, pero no en las narraciones de la violencia, ni las vejaciones sufridas que son muy duras de digerir, no. Cuando mas emoción he sentido y me he desbordado, ha sido cuando cuenta los momentos con su madre, de disfrute juntos, de risas compartidas, con palabras repletas de pasión y agradecimiento hacia ella. También he disfrutado mucho los momentos con Rulfo, sus sentimientos hacia un perro, su simbiosis, su “animalización” como él lo llama. El cachorro Rulfo era igual que su dueño, asocial, poco cariñoso, ambos son la misma versión en hombre (incapaz de dar abrazos) y en perro (ni siquiera sabía ladrar hasta que tuvo su primer amigo-perro), seres traumatizados, incompletos, y ambos evolucionan juntos, a la par, complementándose.
En mí existe una falta de vinculo con la condición humana que suplo con la naturaleza y los animales.
✔ El poder sanador de los libros: conozco ese poder y, ese niño que solo conseguía evadirse de su triste existencia leyendo y leyendo sin parar, que intentaba comprender a través de la lectura, lo conoce, y nos lo hace saber en su novela. También sé, que escribir puede resultar una auténtica terapia para el que escribe y así nos lo hace saber ese adulto, que ha encontrado en la escritura una gran herramienta para poder recordar sin que le duela, para crear mundos en los que poder tratar el dolor desde fuera, como si no le perteneciera.
Tantas veces me han preguntado si mis novelas son terapéuticas… No, no lo son. Mis novelas, todo lo que escribo desde que empecé a hacerlo, son mi ventana al exterior, esa grieta de luz que se cuela desde fuera y me ayuda a tranquilizar al niño que soy, el que tiene miedo a la oscuridad, a despertar de noche con las manos atadas.
✔ Además de las continuadas violaciones por parte de ese cura, Alejandro sufrió el rechazo, burlas, acoso, violencia y agresiones físicas a partir de los seis años, por parte de los otros niños de la escuela, por ser tímido, asustadizo, afeminado, por ser diferente. Leer esta historia te hace sentir asco hacia ese ser impresentable (hacia el verdugo), porque tienes delante algo real, porque tienes delante "años de silencio, un largo camino de supervivencia, reparación, enfermedad, lucha diaria y daño. Pero es, por encima de todo, un testimonio de infatigable apego a la vida".
No entiendo, me deja perpleja y me repele saber que, la mayoría de los profesores y resto del alumnado lo sabían, lo del bullying, eran conscientes de lo que ocurría y callaban, miraban hacia otro lado.
La que vivíamos a diario en el colegio era una violencia tan normalizada por todos —padres, niños y maestros— que eras tú quien debías adaptarte a ella y buscar los medios necesarios para que el grupo dejara de fijar su atención en ti. Había que despistar, conseguir que el amarillo de la diana se desplazara de foco, retirarte a la sombra y desaparecer.
Y mientras lees, no puedes parar de repetirte que NADIE, pero con mayor razón NINGÚN NIÑO, debería de pasar por algo así, bajo ningún concepto, debería estar prohibido, debería de ser ley de vida, regla de vida tajante e inquebrantable. Y que no deberían de existir tipos así, esos innombrables que se escudan en su sotana para ejercer su oficio de pederastas y que encima se las dan de santos, de buenas personas, de buenos cristianos. ¡ASQUEROSO!
Ese religioso bonachón, cariñoso, siempre dispuesto a ayudar y tan querido por todos —padres y alumnos— en el que yo había encontrado un mago era, cuando nos quedábamos a solas, una trampa que solo yo veía, porque nunca había testigos. La intimidad era su trinchera, ese cuadrilátero en el que aparecía una cara distinta de él: violenta, física, bestial. «¿Ves lo que me haces hacer?», repetía cuando terminaba. Y eso era lo peor. Yo tenía la culpa. Yo era el sucio.
✔ "Esto no se dice" es la verdad contada sin tapujos, sin adornos, porque como él mismo nos dice, “una vez que se da el paso de contar, ¿para qué ocultar nada?” Y pienso. . ., permíteme que te lo diga, Jandro (así te llamaba tu madre), que el título de tu novela igual debería de ser “Esto sí se dice”, porque lo que aquí se cuenta, se debería de decir SIEMPRE, cuando la víctima quiera, pueda, cuando se sea capaz, cuando pierda el miedo, pase el tiempo que pase. Porque estas atrocidades ocurren, y debemos conocerlas, debemos saber que muchas infancias son destruidas y los monstruos suelen salirse de rositas, porque ya ha prescrito, porque las víctimas denuncian demasiado tarde. Tras la denuncia pública de Alejandro, muchos otros más denunciaron, supo entonces que él solo ha sido el número X de una carpeta inmensa de este terrible depredador.
Acabo de enterarme de que «El hermano L.», ha fallecido a los 90 años de edad, el 21 de octubre pasado, no hace ni dos meses. Y lo único que me viene a la cabeza es pensar ¡un malnacido menos por el mundo! Y desear que, si el dios en el que se supone que debía de creer existe, le haya pedido cuentas.
Lo mío es hablar para que el mundo sepa que existo y existimos, que hay entre nosotros una gran mayoría silenciosa de hombres y mujeres con infancias mutiladas por religiosos, abuelos, tíos, parientes, entrenadores, maestros…, hombres que violaron y que se nutrieron en su maldad del silencio de la infancia. Hombres que destruyeron. Como tantos otros niños y niñas, yo no he tenido un juicio porque no denuncié «a tiempo».
✔ Llama la atención que a pesar de su escalofriante testimonio de vida, Alejandro no guarde rencor ni odie a nadie, ni a su padre que siempre le detestó, ni siquiera a su abusador, así lo expresa en varias ocasiones, a pesar de que "Cuando te violan de niño, no hay nada que lo borre; afecta para siempre a la manera en la que te vinculas con el mundo y con tu entorno"
«Venga, hijo, si no pasa nada. Quédate quieto, anda.» Y la mano cada vez más rígida, su polo rasposo contra mi espalda y, después de empujar e intentarlo, por fin sentí que algo se abría paso dentro de mí y que me cortaba, como si me pasaran el filo de un cuchillo que de pronto se me clavó entero, y fue como si en mi cabeza estallara un chorro de luces rojas y eso fuera todo. Entonces él estuvo dentro y empezó a moverse.
Aunque hay algo que no es capaz de perdonar y yo lo entiendo:
Pero quiero ser sincero, y debo confesar que si hay algo que no podré perdonar ni perdonaré nunca al Hermano ni al colegio que me amputó la infancia es el daño que le hicieron a mi madre. El mío he podido trabajarlo, vivirlo y filtrarlo como buenamente he sabido, y sigo en ello, supongo que hasta mi último día aquí. El de mi madre no tiene perdón. Ni olvido. Y no, no es rencor. Es esta orfandad que yo no sé encajar en quien soy ahora, porque reviviendo todo lo que ocurrió entonces me ha faltado y me falta ella a mi lado.
Resumiendo: "Esto no se dice” es un relato desgarrador, aterrador, valiente, necesario, esperanzador, de un niño que creció sintiéndose rechazado incluso por su propio padre. Es la historia real de un niño que decidió vivir, de un adolescente que no decidió morir y de un hombre que lleva media vida en terapia psicológica intentando superar y que vive para contar, para ayudar a otros niños y niñas que sufren o han sufrido abusos, y/o que han sido violados.
Así perdura el abuso, amparado por la alargada sombra del silencio.
Esta historia me ha encogido el corazón, por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. Alejandro Palomas escribe que da gloria, sabe expresar, transmitir, exprimir las emociones, las suyas propias y las del lector. ¿Os recomiendo leer esta novela? Por supuesto y no solo es que recomiende su lectura, es que creo que todo el mundo debería leerla. Creo que este libro puede ayudar a mucha gente, leyéndolo es más fácil entender a las víctimas, saber cómo se sintieron y se sienten cuando tiene que revivir aquellas barbaridades.
Mi nota esta vez es la máxima, para variar, dicho sea irónicamente: