El mundo de la magia tiene la cara de un payaso regalando un globo, en el borde de la pista, a Niña Pequeña, que se olvidó de pestañear cuando el trapecista voló el triple mortal; y se sentó ella por fin en el final de su asiento rojo: la troupe de malabaristas había recogido desde el aire docenas de aros plateados y brillantes.
Hoy regresamos poco a poco a la normalidad. El árbol de Navidad descansa en el trastero, las figuras de pastores y ovejas reposan en papel de burbujas en una caja blanca; ya no hay estrellas doradas en el fondo de la estantería y en su lugar han vuelto los libros que les dejaron sitio hace dos semanas. Mañana volveremos, ella y yo, a las aulas y seguramente escucharé de nuevo que nadie tomó el pulso en las casas ante las notas de mis alumnos, de forma que no hubo consecuencias y seguramente sí comentarios sobre el mal trabajo de este profesor o aquel, infames profesionales que osaron evaluar el poco hábito de estudio del hijo-amigo.
Pero hoy, a estas horas, aún saboreamos, a pesar de que se acabó demasiado pronto el turrón de chocolate, que ayer estábamos junto a la pista del Circo Price.