Tengo una amplia experiencia en una extraña relación que existe entre ventanas y culos, de la que si no os he hablado, creo que sí, algún día lo haré.
Pero hoy vengo a contaros una de esas cosas que creo que sólo me pueden pasar a mi. El jueves de hace dos semanas lleve a cangrejín al pediatra porque no se encontraba bien. Frente a las consultas hay una serie de bancos de esos con sillas independientes de madera pintadas en colores.
Similar a esta pero de colores. Al final, en la pared del fondo otra bancada, y a su derecha, una mesa bajita con sillas pequeñas de plástico de colores para que jueguen los niños.
Al llegar nos sentamos al final, porque la pediatra estaba en la última consulta así que me senté cerca. Cangrejín se fue directo a las sillitas y no paraba de decirme que me sentara en una de las sillas que había pegadita a mi asiento en la bancada.
Al principio me resistí, pero tanto insistió que al final me senté, con mucho cuidado, pues sé que esas sillas son para niños, pero aún así, no pude evitar que sonara un crujido al sentarme. Aquello sonó como si fuera un trueno en una tormenta y todas las madres y los niños que había esperando giraron sus cabezas a la vez hacia donde estábamos nosotros, fijando en mi todas las miradas.
Yo me levante despacio para volver a mi asiento con tan mala suerte que la goma del chandal se enganchó en el asiento haciendo que el pantalón no subiera conmigo, dejándome en calzoncillos. Por suerte, creo que al estar todavía un poco inclinado hacia delante los que estaban en frente no vieron nada, o al menos no mucho, pero la señora que había a mi lado, bueno esa señora es otro cantar.
Al menos no había detrás de mi una ventana a la calle.