Lo mío con Strindberg, con el Strindberg prosista, para más señas, no tiene sazón ni tiene epíteto, es un nonsense de raíz superlativa. ¡Toma! Recuerdo aún cuando su Infierno, madre mía, aquel libro que casi casi sí; estuvo a esto de acabar conmigo. El Strindberg autobiográfico es un auténtico peligro para la integridad sicosocial del inerme lector. El tipo es capaz de tirarte a la cabeza ingentes cantidades de morralla, su basura de días, durante inabordables párrafos, y tú, ahí, aguantando el chaparrón, cada tres páginas lo quieres estampar contra la pared, hasta que a la cuarta remonta y vuelve a engancharte con algún aguijonazo de lucidez pasando a sable tus circunvoluciones. Transitas del ey, Strindberg, hijo de puta, por qué quieres destruirme de esta manera, al, ah, pedazo de mamón, ésta te la tenías bien escondida, diablo... Así todo el rato. Lo que en resumidas cuentas no desemboca de otro modo que éste: Strindberg, eres un cabrón.
Solo es una obra mucho más corta que Inferno y por eso mismo, a priori, sus posibilidades de joderte bien deberían menguar. Pero no. Sus poco más de cien páginas son extensión y oportunidad suficientes para aniquilarte a poco que bajes la guardia... Solo es el diario y quehacer de sus últimos días, sus días de viejo y enfermedad. Strindberg quiere estar solo, quiere trabajar solo, quiere cascar solo y en paz. Se rezofila en su soledad voluntaria como un cerdo. ¡Pasad de mi culo, turba!... Pero a la vez no quiere. Strindberg no quiere estar solo. Morir solo. Sentarse solo en su escritorio a trabajar. Siente la vida como un larguísimo tique de caja y no se decide, no sabe qué hacer, si repasar la cuenta o tirar el recibo a la basura. Lo suyo es el teatro; la dramaturgia, quiero decir. Y la pelma. La pelma también. De resultas de ésta, su pelma autobiográfica, tenemos toda la escuela escandinava de novela criminal, se me ocurre: A estos niños albinos les hacían leer a Strindberg en la escuela, y acabaron detestándolo, claro, fataba más, pero como ya no lo podían matar decidieron escribir novelas de crímenes truculentos bajo el hielo y la aurora boreal. Todos los cadáveres de la novela criminal escandinava son Strindberg, si eso...
Pero está lo otro: que yo a un tipo que escribió el párrafo que sigue a continuación, cuando le quedaban tres telediarios, le mordían el culo los perros de la muerte, yo a un cabrón así, Strindberg, por ejemplo, ya que estamos, se lo perdono casi casi todo; la tabarra, por descontado.
"Allí me senté. ¡Todo estaba detrás de mí! Todo estaba terminado. Las batallas, la victoria, la derrota, la amargura y el placer. Y entonces, ¿qué? ¿Estaba viejo y cansado? No. La batalla se encarnizaba tan salvajemente como nunca, a mayor escala y para objetivos más importantes, siempre, adelante, adelante. Y si mis enemigos se habían situado delante de mí, ahora se ubicaban tanto delante como detrás. Sólo había estado descansando para el próximo avance. Y mientras me sentaba allí, en ese sofá, me sentí tan joven y tan listo para la pelea como en el pasado. Sólo que ahora el objetivo era diferente; los viejos hitos quedaban atrás, muy detrás de mí. Aquellos que habían quedado atrás querían retenerme a mí también, por supuesto, pero no podía esperar. Y por ello tendría que seguir solo mi propio camino, explorando los páramos, buscando nuevos caminos y abriendo nuevas sendas, algunas veces defraudado por espejismos, obligado a volver hacia atrás, pero no más allá de los caminos transversales, y luego hacia adelante otra vez".
August Strindberg
Solo, en versión de Alejandro García Schnetzer.