Polarización fue la palabra del 2023, según la Real Academia Española (RAE) y la Fundación del Español Urgente (Fundéu).
El propio término tiene, en sí mismo, sus sombras y luces. Aunque, si buscas la palabra en Google, la noción de polarización es estigmatizada como un riesgo para el devenir de la política, la economía y la sociedad en general.
Pero la culpa no es de Google, ni de quienes de forma indiscriminada vierten contenidos en su buscador para vivir del tráfico virtual.
En general, la polarización es vendida por la academia y el conservadurismo como un mal generalizado, instrumentalizado por sectores extremos para, presuntamente, golpear las democracias, la cultura y la convivencia ciudadana. Tal vez por eso fue elegida de manera conveniente entre doce candidatas a palabra del año.
Antes, era usual que acusaran a la izquierda de usar la polarización en sus narrativas. Sin embargo, ahora también se la endilgan a la ultraderecha (los casos más palpables apuntan a Milei, Bolsonaro y Trump). En ese marco, es habitual que con la palabra polarización te encasillen políticamente diciendo que eres un borrego, incapaz de tener pensamiento crítico ni sensatez para comprender la realidad o apoyar algo que se asocie a irreverencia o cambio.
De hecho, existe una idea según la cual si hablas mal de la polarización, te vendes como alguien más consciente, casi iluminado; alguien que no está «fanatizado» y con «quien se puede hablar» sin importar las diferencias.
Yo difiero de que sea así. La polarización tributa a polos sociales, en su mayoría opuestos, el sentipensar la realidad. Y no ser parte de esa polarización es ubicarse en un nihilismo vulnerable, que espera tener cabida (y además ser mayoría alguna vez) con un modelo político-social de tercera vía, cuyo único sustento es la subestimación de la fuerza de los polos históricamente en pugna.
Hoy es común ser bombardeado con el mensaje de que la polarización chavismo-oposición no es buena para el país, porque «son lo mismo», cuando en realidad forman parte de un antagonismo necesario que permite visualizar con claridad qué queremos como modelo de vida social y política. Cualquier postura vendida como «despolarizante» (el candidato outsider, por ejemplo) siempre será una derivación indefectible de estos polos.
Antes de Chávez no había polarización, como erróneamente propugna la academia. No estaban en disputa dos modelos políticos; era uno solo —la guanábana de AD y Copei— que se revestía y depuraba con un barniz de falso cambio. Chávez emergió como el segundo polo para demostrar que la polarización es una ventana que abre nuevos caminos para la esperanza de las mayorías.
Tan necesaria es la polarización que en 2010 el comandante llamó a «repolarizar» el país. En aquel entonces estaba en marcha una campaña para borrar lo que el chavismo había logrado como fuerza social y consciente. «Ellos [la derecha] están tratando de arrancarme del corazón del pueblo», dijo Chávez en esa oportunidad.
Tal vez en este 2023 la polarización en nuestro país estuvo en pausa. Para nosotros, quizás, la palabra de este año pudiera estar entre consenso (para respetar la Constitución), unidad (en la recuperación económica) y lucha (para restaurar el bienestar social).
Las dos primeras pueden mostrar resultados tempranos. La tercera y última será clave para el 2024, en el que seguramente la polarización volverá a ser decisiva. O tal vez me equivoque y más peso electoral tenga la noción de repolarizar el país que planteó Chávez.
Manuel Palma