Leo un poemario breve y de gran sencillez de la madrileña Amalia Bautista, que lleva por título Estoy ausente y que publica la editorial Pre-Textos. Y nada más escritas las ocho palabras iniciales, vacilo, porque el sintagma “poemario breve” parece una recriminación y el sintagma “gran sencillez” podría entenderse como una acusación de ramplonería. Pero decido no tacharlas, porque las dos cosas son verdad: es un poemario de pocas páginas y es un poemario que está escrito con un lenguaje (y unas emociones) de gran transparencia. Concibo ambas etiquetas como elogio, frente a los libros de extensión abusiva o de léxico abstruso (que se pone “un forro de palabras”, como diría Gómez de la Serna, para esconder su intrínseca inanidad).
Formulo una invitación muy concreta: adéntrese el lector en el primero de los poemas del libro (“Sueño con mi padre”). Le aseguro que se pondrá cómodo y querrá leerse el resto del libro, donde se nos habla de un mundo en el que “era todo mentira”, en el que “las semanas sólo tienen lunes” y en el que apetece arrojar la vida por la borda y dejar que las lágrimas se sumen a las de millones de otros seres, que han nutrido “la inconcebible cantidad de llanto / que ha formado los mares de este mundo”. Incluyendo hermosos poemas de amor (“Pecados capitales”, “El bosque”), utilizando versos de humor para abordar temas tristes y descongestionarlos (“Sé que me estoy ahogando, pero al menos / logro mantener fuera la cabeza. / Así que, por favor, / no vengas tú a hacer olas”), dejándonos el testimonio de su ansiosa búsqueda de cariño (“Todos necesitamos que nos quieran. / Algunos infelices, sin embargo, / no sabemos vivir para otra cosa”) y, en fin, dedicándose a componer unos poemas rítmicamente impolutos, que dejan en los ojos de quien lee su música perfecta, Amalia Bautista nos regala un libro breve (sí), un libro sencillo (también) y un libro espléndido (sin duda).
Me siento feliz de haberlo encontrado.