“Logra gambetear el tránsito con una habilidad que me asombra. Camina a paso normal, cruza la calle. Sólo cuando un ruido le llama la atención mira a sus costados, y lo hace con el radio suficiente para chequear que su camino esté liberado, aunque jamás se detiene.
No, no creo que se sienta triste ni que esté deprimido, y menos que ande sin rumbo. Va con la cabeza gacha porque está escribiendo un mensaje. Un mensaje para quien sabe quien. Un mensaje imagino importante, porque de no girar la vista en los próximos 5 segundos, el auto que está por pasar, le va a dar una despabilada bien rápida. Podría estar resolviendo algún problema grave, uno que no puede esperar: uno de vida o muerte…”.
Autómatas
¿Cuántas veces nos hemos cruzado, chocado o fastidiado con una persona que viene caminando y usando su celular al mismo tiempo? ¿cuántas veces hemos sido nosotros los que, sin percatarnos del peligro que supone, caminábamos mientras escribíamos o escribíamos mientras caminábamos? ¿Y qué decir de los que van al volante? Hoy día es una escena de lo más común, y ya no tiene que ver sólo con los adolescentes. El uso del celular en la calle, el famoso “texteo” es moneda corriente. Si hiciésemos una encuesta a todos los que caminan alienados con sus celulares, estoy segura de que la gran mayoría escribe algo no tan importante, y menos que menos urgente. Entonces, me cuesta entender el porqué de tanta impaciencia, el porqué de tanto desinterés en nuestro entorno o el motivo de aburrimiento que nos hace chequear y rechequear las noticias y los mensajes, casi desesperadamente, una y otra vez. Quiero entender el porqué de la necesidad de estar conectados A TODO MOMENTO.
Admitámoslo, este aparatito nos tiene esclavizados. Nos hemos convertido en autómatas. Estamos inmiscuidos en una especie de burbuja que nos aísla y nos convierte en víctimas y victimarios.
“Whats app no es un buen copiloto”
¿Somos conscientes de las consecuencias que genera este hábito?
En muchos lugares del mundo podemos ver señales, avisos, llamadas de atención y otras prevenciones, pero no parece ser suficiente. En otros lugares han adoptado medidas más concretas, como en Hawai, en donde existe la llamada “Ley del Caminante distraído” con multas que van de los 35 hasta los 100 dólares (dependiendo si es, o no, la primera vez que se lo multa). Y tendría que aplicarse en todo el mundo, ya que cuando se toca el bolsillo, la toma de consciencia suele ser más rápida.
Una escena casi real
“…Sigue unas cuadras más. No es que lo esté siguiendo, pero parece que nos dirigimos al mismo lugar. Le llevo una poca distancia por detrás y sus ritmos más bien arrítmicos, me obligan a estar coordinada con él. Si pudiésemos silenciar el ruido y los sonidos callejeros, estoy segura que esta escena podría pertenecer a una película chaplinesca. Como sea, pienso en pasarlo, pero no estoy apurada y confieso que me divierte un poco observarlo y jugar a que nunca me di cuenta que estoy dentro de esta escena. De vez en cuando se ríe, levanta la vista buscando algún cómplice pasivo o un sorbo de aire colectivo, pero la vuelve a bajar, esquivando con una destreza majestuosa a todo aquel que viene, sobretodo en dirección contraria. ¡Qué chico más experimentado! Le hace el amague a hombres, mujeres y hasta un perro salchicha que se le quiere subir encima. No, no es su primera vez.
De repente me distraigo, disfrutando de ser una sombra o una imitadora de caminatas, y casi nos rozamos, pero ahora soy yo la que reacciona moldeando el espacio, y él ni siquiera se percata de que existo. Se detiene, abraza a una chica muy afectuosamente, al parecer su novia.
Finjo buscar algo en mi cartera para no parecer una freaky y les doy tiempo a que se abracen y sigan su camino. Continúo observándolos con ganas de retirarme de mi momento detectivesco, ya que creo que ahora podrían darse cuenta que estoy ahí, aunque para mi asombro, la chica saca su celular del bolsillo y la historia vuelve a comenzar…”.
¿Que estás escribiendo?
Sé que muchos harán oídos sordos a esto, sé que cada uno tendrá sus motivos o esa especie de naturalidad inconsciente para seguir haciéndolo. Sé, incluso que, aunque exista la consciencia, la mayoría de nosotros no dejaremos de hacerlo al 100%. Pero si estás leyendo esto me gustaría que, por lo menos, en el momento en que lo vuelvas a hacer, PARES, te detengas y te preguntes: ¿qué o quién puede ser tan importante como para ponerme y poner a otros en riesgo? ¿por qué ese aparatito me tiene todo el día pendiente y hoy sé que no podría vivir sin él?.
¿Yo? Un ser libre que decide que hacer con su vida. ¿Yo atado a algo? Yo no (seguro?).
“Ellos siguen juntos, con sus cabezas gachas, con los ojos puestos en sus pantallas, comunicándose con alguien, ni con ellos ni con nadie de los que ahí estamos. Sus dedos, movedizos y enérgicos, parecen locos de alegría, en medio de un juego muy excitante, un juego que no termina. Finalmente decido adelantarme en la marcha, me doy vuelta para mirarlos, quisiera gritarles que se están perdiendo ALGO, pero ni siquiera me miran y tampoco me atrevo a gritarles. Soy invisible para ellos. Y ellos también lo son, están escribiendo un mensaje”.