... Era importante la elección de una buena cántara o botijo que ‘hiciese agua fresca’, por eso se preferían las de color blanco y superficie porosa, frente a las de color rojo. Para curar la cántara se le vertía agua que se dejaba reposar por espacio de dos días, no siendo consumida. Después se tiraba y se volvía a llenar, apta ya para el consumo porque el líquido elemento se había filtrado por los poros del recipiente, eliminando el polvo y ya no producía agua de mal sabor. Las cántaras de buena calidad sudaban cuando se les echaba agua fresca, pero debía de cuidarse de no mojarlas por fuera, pues perderían sus capacidades refrescantes. El agua sacada del aljibe era fresca y para mantenerla en esas condiciones era preciso buscar para el botijo o botijón una buena sombra bajo la olivera o el garrofero, si es que se estaba trabajando en medio del campo. Un buen lugar era colocarla en la ventana durante la noche estival, buscando la corriente de aire.
Tras un duro día de trabajo campero, nada como un vaso de agua con un chorrico de vinagre y un poco de azúcar para quitar el amargor. Era un remedio muy apreciado contra los rigores solares. Aunque no estaba nada mal un trago de paloma, bebida de color blanco lechoso, resultante de la mezcla de agua fresca con anís. Preferentemente servida en botijo…
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