Acostumbrada a la noche de la ciudad, me quedé sin respiración… Allí, en el cielo de ese pueblo de montaña, mil estrellas se apretujaban en el espacio para derramar luz y magia, ante mis ojos asombrados.
Nunca había visto tantas…
Cuando mi cuello protestó, decidí tumbarme en el prado para observar el espectáculo, en postura relajada…
Hasta aquí, la imagen bucólica. Ahora, la verdad…
Primero, tuve que reposicionarme varias veces, para evitar las piedras que se habían afianzado bajo mi cuerpo. Una vez solucionado el tema, me quité los zapatos y con los pies desnudos, me estiré…Relajada… A los pocos segundos, noté un cosquilleo en los tobillos y me incorporé para matar ( sí, he escrito “matar”) a unas hormigas aventureras…A partir de ese momento, ya empecé a sentir cosquilleos en otras zonas que, aunque imaginarios, me hicieron dar manotazos, aquí y allá , para acabar con los insectos. Entonces, se inició el concierto: crujiditos, siseos, animalillos y cosas sin identificar. Mi condición de urbanita ( y cobarde), me hizo abandonar mi posición de relax y entrar en el modo “alerta”.
En ese preciso instante, noté la humedad de la tierra…y de mis jeans (que, encima, se pusieron verdes…). Me levanté, alcé la vista y, hasta que mis vértebras volvieron a decirme “basta”, me abandoné al cielo estrellado pero… de pie.
Muy digna, eso sí.
Si alguna vez describo ese cielo que me robó el corazón, opto por la versión bucólica : Rollo prado, descalza y estirada cómodamente.
A fuerza de repetirla, casi me la he creído… ; – )