Suena el despertador, temprano… con suerte hemos podido dormir pero a la que abrimos los ojos, ya estamos seguro, preocupados por algo a lo que nos enganchamos y ya no soltaremos. Ducha, vestirse, desayunar (si da tiempo), arreglar a los niños… Todo ello con el móvil pegado a la mano antes incluso de bajarnos de la cama. Carreras, estrés, prisas, ansiedad… ¡Al colegio! Imperativo que marca que hay que marcharse… Dejar los niños en clase y… ¡Suena el teléfono! Algo a ocurrido en el trabajo, lo dejas todo literalmente al lado y corres veloz. El mundo se para, toda nuestra atención, la que la ansiedad – preocupación y miedo nos permite, gira entorno a ese jefe que nos ha llamado y nos está quizás increpando para solucionar a algo que se le da tal importancia, que va la vida en ello… ¡Literalmente! Porque el último caso según detallamos se ha cobrado la vida de una bebé de 20 meses.
Un padre extenuado, con la cabeza en mil cosas, seguramente buen padre de 4 hijos, ha destrozado su vida y la de su familia por olvidarse de su bebé en el coche durante 7 horas. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué estamos tan angustiados, por qué vamos corriendo a todos sitios…? No disfrutamos de la vida, qué digo… Ni siquiera vivimos, sólo “sobrevivimos”. Vamos a mil, parece que cualquier cosa que realmente no tiene más es de tal importancia que nos arrasará por completo. Hemos perdido el norte, el sur y todos los puntos cardinales de nuestra vida. ¿Qué ha ocurrido y qué consecuencias tiene?
El estrés diario, ¿a qué es debido?
No respiramos… ¡No nos da tiempo! Y es tan real que tenemos hasta la frase ya acuñada y no la soltamos ¡No tengo tiempo ni para respirar! Y es que no nos damos cuenta de lo que significan nuestras palabras, de lo que esconden detrás y de la intención que tienen. ¿Cómo no vamos a tener tiempo para respirar si es la base de nuestra vida? Esta frase es el fiel reflejo de lo que nos está ocurriendo.
Tenemos un estrés en nuestra vida que difícilmente podemos gestionar. ¿De dónde viene? Los que ya tenemos una edad y miramos hacia atrás vemos la vida profesional de nuestros padres (fueron la generación de las oficinas, de los negocios… De forma más notable) y no tenían tanto estrés. El ritmo de vida era diferente y aunque viésemos poco a nuestros padres durante la semana, el fin de semana estaban con sus hijos, se viajaba o se hacían cosas de ocio, no se estaba siempre conectado al trabajo y se vivía, en conclusión.
Además aunque siempre se quería más (es algo innato en el ser humano) se tenía más responsabilidad de ir teniendo más según se iba consiguiendo y la ambición era más saludable y también controlada.
Ahora, el ritmo es absolutamente diferente. El trabajo es la base de nuestra vida porque el dinero rige absolutamente todo. Queremos más y más y además, ya. Las redes sociales, Internet, el entorno nos empuja y casi obliga a ser más, a tener más, a que nuestra vida sea mejor que la de al lado y está bien, esa ambición está bien siempre que se controle y no condicione nuestra vida de tal forma que el trabajo más que una responsabilidad sea, una obsesión.
Nos pasamos el día conectados; jamás, ni un minuto, podemos dejar el móvil de lado y en el móvil está todo: mail, llamadas, mensajes, internet… Dejamos todo abandonado si ocurre algo en el trabajo, no sabemos decir NO porque el MIEDO es nuestro acompañante más fiel: miedo a perder el trabajo, miedo a no tener dinero, miedo a no llegar… ¿a dónde o a qué?
Consecuencias del estrés laboral
Y con este escenario ¿qué vamos a tener? Pues un descontrol de vida. Llegar cansados a todo, perder la percepción de lo que realmente es importante, no saber diferenciar qué requiere de nuestra máxima atención y qué no, olvidarnos… ¡Sí, olvidarnos! De aquello que es vital en nuestra vida y que hacerlo puede tener grandísimas y gravísimas consecuencias.
Estamos dejando de vivir para simplemente, sobrevivir. Estamos olvidando lo que es importante y por supuesto que el trabajo lo es ¿pero tanto como para convertir nuestra vida en un auténtico sufrimiento? Pues no, ni de lejos.
Y es que no tenemos ahora tras ver estas noticias y estos sucesos ser drásticos (que es lo que nos ocurre, que somos drásticos y exagerados en todo) sino ser consecuentes y “maduros” y revisar toda nuestra vida. Qué importancia le damos a cada cosa, qué tiempo le dedicamos y sobre todo… Trabajar la atención plena. Mucho de lo que nos pasa es que tenemos la atención dispersa y al finalizar el día sentimos que no hemos llegado a nada y nos entra la ansiedad. Si estás trabajando, estás trabajando (deja el móvil, el periódico, pensar en vacaciones, etc). Si estás con tu familia, hijos o tiempo de ocio… ¡Estás en eso! Y en cada momento, centra tu atención en lo que tienes entre manos.
¿Cómo puedes ayudarte a ti mismo para conseguir esto? Con acompañamiento y coaching es clave para no sentirte solo en este cambio y no desfallecer. Desde Utopía estamos habituados a trabajar con estas circunstancias y te ayudaremos a marcar el camino más correcto para ti, ese que tú elijas y con el que estés satisfecho.