Creo que a estas alturas los lectores de este blog ya sabréis que el Gobierno de España prepara una ley (la de Servicios Profesionales, o LSP) que, entre otras cosas, permitirá a los ingenieros el ejercicio de la arquitectura.
(Acabamos de enterarnos de que aplazan su aprobación: Prolongan nuestra agonía).
El borrador de esa ley quiere hacer patente que no existe distinción entre edificación, construcción y arquitectura, y razona que si un ingeniero sabe hacer una nave tiene que saber hacer una casa.
Surge entonces una duda inmediata: Si un ingeniero va a poder hacer lo suyo y además lo del arquitecto, mientras que un arquitecto seguirá sin poder hacer lo del ingeniero, ¿para qué estudiar Arquitectura?
Se me ocurren muchas líneas de comentarios, pero todas ellas han sido mucho mejor desarrolladas por elocuentes compañeros. Así que tiro por otro sitio.
Tengo dos hijos, y ninguno de ellos está ni remotamente interesado en ser arquitecto. Pero, si les hubiera atraído la arquitectura, ¿qué les podría decir?, ¿cómo les aconsejaría? Uf, qué difícil.
El sentido común dice que estudiar arquitectura es inútil, es una auténtica pérdida de tiempo.
Pero recuerdo mi ya lejana carrera (la terminé en 1985) y me vienen a la mente unas cuantas imágenes, ideas y recuerdos deslavazados:
a) Fullaondo contándonos su viaje a Finlandia con Moneo, para visitar a Alvar Aalto. Le llevaron una caja de 12 botellas de Rioja. Se las bebieron de una sentada entre los tres. (O entre los cuatro. Aalto le servía vino al fantasma de su esposa fallecida hacía poco, que tenía su silla, su plato, sus cubiertos, etc).
b) Oíza subiéndose las gafas a la frente y contándonos por qué una casa tenía que ser caótica mientras que el Aeropuerto de Barajas tenía que ser ordenado, y representando su carrera con maletas y su suegra corriendo detrás de él.
c) Aroca contándonos que El Increíble Hombre Menguante no debería de tener miedo de la araña, puesto que la sección de sus piernas sólo había disminuido al cuadrado, mientras que su peso había disminuido al cubo, por lo que tenía una gran capacidad para saltar y escapar por las escaleras.
d) José María Rodríguez Ortiz, catedrático de Mecánica del Suelo, ingeniero de caminos, dolido porque su hijo había elegido estudiar arquitectura. Hombre de muy fino y mordaz humor y de una socarronería estupenda. Recuerdo que viendo en su clase unas diapositivas de un replanteo de zapatas en un terreno embarrado me entraron las mayores ganas de construir, de rebozarme en el barro, que he tenido en mi vida. Fue un momento epifánico. Años después he hecho muchos replanteos en barro, en polvo seco, en terragueros diversos, y no es tan apasionante.
e) Julián, el del bar, y sus sándwiches de escabeche (y naturalmente, sus pinchos de tortilla).
f) El juego de la peseta, en las mesas del mencionado bar.
g) Mi amigo Emilio García Alonso, y tantas discusiones. Una (mítica entre nosotros) sobre cuál iba a ser nuestro futuro. Yo lo veía muy fácil: Poner un rótulo en el portal de mi casa (la de mis padres) y empezar a recibir encargos. (Curiosamente fue así, pero sin rótulo).
h) Discusiones en el bar, con Emilio, Paco, Iván, etc, sobre la planta de la Casa Farnsworth. "Yo ahí no podría vivir". "Todo el mundo necesita intimidad". Etc.
i) Carvajal corrigiendo en público un proyecto de un alumno. (Me pareció muy cruel la paliza que le pegó, y que su profesor, que había propuesto el trabajo como digno de corrección magistral, no le echara una mano). También fue fantástico cómo desmenuzó la función de la casa y la ubicación del garaje respecto a la puerta principal.
j) Corrales y Molezún en el Johnny, explicando el Pabellón de Bruselas. "Y se nos ocurrió que la pieza resolvía la estructura, la cubierta y el desagüe al mismo tiempo. ¿Cómo es que se nos ocurrió esto, Ramón?" "¡Y yo qué sé!" (Risas de Molezún y de todo el público). "Creo que íbamos en el tren y dejaste el paraguas en el asiento". Y de nuevo, muchos años después, Corrales solo (Molezún estaba ya enfermo) nos lo volvió a explicar en la Escuela, con unas enormes diapositivas.
k) Un profesor de Elementos de Composición (era la asignatura que servía de introducción a Proyectos, y se me dio muy mal la primera vez) preguntándome qué tal iba en las teóricas (muy bien) y proponiéndome que dejara la carrera y cursara alguna ingeniería. Me recuerdo llorando en casa a mis veintipocos años.
l) Leon Krier (el mentor arquitectónico del Príncipe Carlos de Inglaterra) vino a Madrid y dijo que Alvar Aalto y Carlo Scarpa eran arquitectos mediocres. ¡La que se armó!
m) En la cátedra de Carvajal pusieron como ejercicio hacerle una casa a Cela, y vino Cela a explicar cómo la quería. Imposible asistir a su conferencia. Cientos y cientos de personas apretujándose.
n) El puesto de libros de Cristina, abajo, al pie de la escalera, ahí en medio, al paso.
ñ) Hablar de Le Corbusier y de Frank Lloyd Wright por los codos, hasta con mi novia, que estudiaba Medicina. Pasiones encontradas.
o) Moneo sujetándose la frente como si le doliera mucho la cabeza, y hablando del Éxtasis de Santa Teresa, de Bernini, con verdadero esfuerzo.
p) Oíza (otra vez) hablando de la cubertería danesa que se compró, y que no funcionaba (porque pretendía comer comida española con ella).
q) Gallinas sueltas en clase de Análisis de Formas, cagándose por todas partes, y los profesores diciéndonos que no las dibujáramos a ellas, sino a su espíritu. (Esto de "pintar el espíritu de la gallina" se ha dicho mucho en la escuela como si fuera una leyenda, pero yo certifico que es rigurosamente cierto). Pintar el miedo, pintar un concierto de rock. No entender nada.
r) Mi amigo Carlos González Tausz y yo, aburridos en la clase de Análisis. "¿Qué hacemos?" "¿Nos pegamos en el campo de rugby?" "Vale". Bajamos al campo, me dio un empujón y me tiró al suelo. Me dio la risa. Se echó sobre mí y nos dio más risa. "¿Te vale?" "Sí. Me rindo". (Qué bien dibujaba. Qué cabrón).
s) No tener dinero en una carrera cara. Calcar los árboles, coches, etc, de letraset para no gastarlos.
t) Ir al SIMO a echar la tarde como un idiota porque Rotring te regalaba un tubo de cartón y Roca una plantilla de aparatos sanitarios. No llegar a tiempo de la plantilla. Agotadas.
u) Adorar Blade Runner porque sale una casa de Frank Lloyd Wright.
v) Adorar la canción de Simón (con acento en la o) y Garfúnkel (con acento en la u) "So long, Frank Lloyd Wright". Buscar como una especie de trascendencia en cada cosa. Ser bobo. Ser completamente imbécil.
w) Mi primer día en la escuela, subir a las aulas de dibujo y soportar un discurso terrible de Helena Higlesias (yo es que siempre le pongo muchas haches) diciéndonos que había ya demasiados arquitectos, y que reconsideráramos nuestro error mientras estuviéramos a tiempo. (No sé qué pensará ahora).
x) Horas y horas, tardes y tardes, noches y noches dibujando en el tablero. Menuda vista tenía yo entonces. La radio puesta todo el día y toda la noche (Antena 3 Radio: Supergarcía en la hora cero, Polvo de estrellas, Gomaespuma). Fumando y fumando. El cenicero deslizándose peligrosamente sobre el tablero inclinado. El pelo calentándose en el flexo.
y) Quedarme sin tabaco a las dos de la madrugada. Fumarme las colillas. Quedarme sin colillas. Salir a la calle a las cuatro. No encontrar otra cosa que una sala de fiestas / puticlub. Comprar una cajetilla de ducados. Saber que todo era un error.
z) Sufrir intensamente y disfrutar aún más intensamente. (Y eso que, no sé por qué extraña chiripa, jamás me tocó hacer una maqueta).
Se me acabó el alfabeto. Vale. Me han ido saliendo de corrido, sin orden ni concierto, y si hubiera más letras seguiría contando batallitas. Pero, en definitiva, ¿qué le decimos a nuestros hijos? (O a nuestros hermanos: Este blog tiene lectores de una insultante juventud).
Pues volvemos al principio: Si somos sensatos, y ellos también lo son, les debemos aconsejar que escojan una ingeniería. Las carreras de ingeniería son duras, pero compensan con una formación muy seria y muy solvente, que sirve para hacer de todo.
Creo que es lo que debería cursar una persona inteligente, lógica, sensata, razonable, perseverante y decidida. Es una gran elección.
Sólo le recomendaría arquitectura a una auténtica cabra. A una puta cabra loca y disparatada. A un ser que buscara una loca e ilógica trascendencia en las cosas más anodinas. A una persona encendida, feroz, hambrienta. A un insensato. A alguien que, contra todo consejo, contra toda tendencia económica, contra todo imperativo legal, necesitara ser arquitecto, y muriese por dibujar rayos en el aire y pisar barro en una zanja, y quisiera casar dos cosas tan incasables.
(¿Por qué será que, a pesar de todo, las notas de Selectividad exigidas por las escuelas de arquitectura siguen siendo altísimas?).
Yo le recomendaría estudiar arquitectura a alguien que no necesitara que se lo recomendase, a alguien a quien ya todo le importara un bledo, a alguien que hubiera saltado al vacío y no tuviera miedo de los posibles fallos de su precario paracaídas. A alguien que, mientras cayera a plomo, gritara que había merecido la pena.
A alguien a quien no quisiese demasiado (no soportaría verlo estrellarse. Se me desgarraría el corazón). A alguien, en definitiva, a quien pudiera admirar con toda mi alma.
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