Si nos fijáramos en la evolución que sufrimos como personas, no como especie, descubriríamos horrorizados que llega un momento en nuestra vida adulta (no en la de todos, afortunadamente) en el que repetimos diariamente, en un ciclo aburrido, los mismos gestos y rutinas, conviritiéndonos en ciegos que se levantan siempre a la misma hora, salen de la cama con el mismo pie primero, se visten en el mismo orden de prendas, se lavan los dientes de la misma manera, desayunan lo mismo que el día anterior, van al trabajo por el mismo camino, fichan a la misma hora que siempre y su trabajo se desarrolla de la única manera posible, comen lo de siempre, vuelven a casa, recogen a los niños a la hora acordada, se duchan antes de cenar, hablan con su pareja unos minutos, ven algo de la televisión, se acuestan (y ocasionalmente tiene relaciones sexuales), duermen lo que pueden... se despiertan y todo vuelve a comenzar de nuevo y a repetirse de la misma manera mecánica, esclava del sistema y autómata...
No hay ejemplo más claro de la degradación social que sufre gran parte de la población occidental que este. El poder del capitalismo mal entendido ha alienado a la mayor parte de quienes nos rodean, que ni tan siquiera son conscientes de la monótona y tediosa vida que les toca vivir cada día, haciendo suyo el "espíritu de la pesadez" de Nietzsche.La primera película de Michael Haneke tras sus múltiples trabajos para la televisión, es de una madurez cinematográfica (y metafísica, diría yo también) inconmensurable y que para muchos otros directores sería fruto de muchos años de profesión, haciendo un ejemplar ejercicio de síntesis de lo que es el aburrimiento constante de lo cotidiano y de lo que es el nucleo familiar moderno y su desintegración como pilar fundamental. Todo está impregnado de un estado de pavor latente y Haneke nos lo muestra obligándonos a ver las cosas de una forma que habíamos preferido ignorar.
Contar de qué va esta película (o cualquier otra de Haneke) es muy fácil, ya que el argumento es sencillo, pero la forma en que nos llega dicha historia, la manera en la que está presentada es tan densa y compleja, que cualquier atisvo de ligereza previo se esfuma como el humo: Tenemos a una familia burguesa, atrapada en su monotonía, que un buen día decide acabar con todo y borrar cualquier presencia que pueda haber de su existencia.
El argumento está basado en un hecho real, en una noticia que llegó a oidos de Haneke, en la que los miembros de una familia, hartos de todo, decidieron suicidarse juntos y acabar así con su agonía (lo curioso para mi es que los padres de los suicidas, dijeron que el suceso no era tal sino un asesinato y así lo denunciaron a la policía, ignorando incluso la carta que dejaron escrita y en la que detallaban lo que pensaban hacer. La policía no descubrió nada y el caso se dejó como no resuelto).
Desde las primeras imágenes, la influencia de Antonioni es de lo más notable, con esos colores gélidos y fríos que lo impregnan todo y roban sentimientos. Las escenas con las que comienza el film, nos muestran al ser humano como una simple sombra o un ser incompleto, de ahí que no se les vea el rostro sino partes esporádicas de su anatomía y su presencia se limite a realizar algunas de las acciones cotidianas que todos nosotros hacemos cada día de manera mecánica, dejando un papel principal a la tecnología y a las máquinas, que nos alimentan, nos cuidan y nos limpian. El hombre, por suerte o por desgracia, va asociado irremediablemente a la tecnología y para Haneke, las naturalezas muertas están compuestas de tuberías, cables y pantallas de televisión, como podemos ver en la siguiente escena de la película, la del plano-secuencia en el que George, el padre, acude a su puesto de trabajo mientras su mujer, Anna (una increíble interpretación de Virgit Doll), nos lee en off una carta que está escribiendo para sus padres (curioso también este efecto de que la imagen vaya por un lado y la palabra narrada nos traslade a otro lado, como en el trabajo de Godard para su ambiciosa "Histoires du cinema", momento este en el que el pasado y el presente se fusionan para convertir al presente también en pasado).
En el supermercado, donde Anna hace la compra diaria, volvemos a ver cuerpors sin rostro, e incluso podremos observar con horror la alienación de la cajera a la hora de cobrar y desarrollar su trabajo, con movimientos mecánicos y vertiginosamente rápidos como de robot. En el supermercado se da especial énfasis a las cifras de lo que cuestan las cosas, a lo gastado económicamente y a como el dinero cambia de manos como quien vende su alma en cada transacción. Todo se compra y todo se vende. Todos tenemos un precio, sea más o menos alto, y todo ello deja un poso de suciedad (como cuando minutos después el coche sale de un taller mecánico y deja en el suelo una mancha oscura de aceite) difícilmente camuflable.
Ya de vuelta en casa, mientras hace las tareas domésticas casi sin pensar, recibe una llamada del colegio en la que le comunican que su hija se ha hecho pasar por ciega (después descubriremos que la niña tiene en su habitación un periódico en la que hay una noticia de una niña que está ciega, pero que siempre está rodeada de familiares que la quieren).
Este es un signo de alarma que debería ponernos ya en guardia ante lo que va a venir, porque parece que la niña necesita llamar la atención ante sus padres para que estos le hagan caso y la madre no es capaz de entablar una conversación con la niña e indagar en el motivo, posiblemente por miedo a la respuesta, y se limita a decir con posterioridad, más avanzado el film "sabes que tu padre y yo te queremos, ¿verdad?". La madre le pregunta a la niña por el suceso, diciéndole que le diga la verdad que no se va a enfadar y no le va a pasar nada. Cuando la niña confiesa, la madre no cumple su palabra y le da una bofetada. La mentira de la madre ("dime la verdad, que no te voy a hacer nada") castiga la mentira de la hija ("no puedo ver"), cuando en realidad son los padres los que están ciegos y no ven lo que ocurre a su alrededor.
Vemos que se suceden los meses (la película recoge momentos esporádicos de su vida a lo largo de tres años), pero todo sigue igual en la existencia de los personajes salvo por pequeños detalles que denotan el paso del tiempo (como el cambio de los cepillos de dientes, que se percibe por la variación de color) y del triste sentido de la vida.
El hermano de Anna acude a casa a cenar en medio de un ambiente gélido. Sin previo aviso, se pone a llorar desconsoladamente, como si algo le doliese desde dentro. Anna se levanta sin decir nada y le consuela mientras le abraza como haría una madre.
La niña lo mira todo con cierto estupor y sin saber bien a que se debe todo esa desgarradora tristeza que parece salir de su tío por cada poro de su piel.
Hasta el sexo parece haberse convertido en rutina para la pareja, que más bien se torna un ejercicio de tristeza y que ha de hacerse porque "toca" y como haciendo un esfuerzo extra.
Más tarde son testigos de un accidente de coche, que observan casi con más curiosidad que con pesar (la escena, tal y como está rodada, me recordó muchísimo a una similar que hay en "Crash" de Cronenberg. Mientras van en el coche, suena de fondo la radio; en la vida de los personajes de Haneke siempre está presente el sonido de algún medio de desinformación como la televisión o la radio, que siempre dan vueltas sobre los mismos temas: crímenes, guerras y religión, los tres pilares sobre los que se asienta el progreso desde tiempos inmemoriales.
Poco después, y sin previo aviso, ella se pone a llorar también de forma desalentadora ante al inquieta mirada de su marido (que comprende lo que está pensando ella) y asustada de su hija. El hecho de que ella se ponga a llorar, nos recuerda nuevamente a Antonioni, concretamente a su "Il deserto rosso", con una protagonista que se pone a llorar sin motivo aparente, como si algo de lo que nos rodea le diera un miedo espantosamente desconocido e incomprensible (como el diálogo de "Mulholland Drive" de Lynch en la cafetería, en el que un hombre le cuenta a otro la pesadilla que tuvo la noche anterior y el pavor que sintió a "eso" que estaba ahí y que no conocía).
Definitivamente sospechamos que algo no va bien cuando comienzan a hacer cosas que no son normales en ellos, como puedan ser cancelar la suscripción del periódico, comprar cantidades ingentes de comida de calidad, presentar la dimisión en el trabajo, decir que la niña no va a ir a clase porque está enferma (y realmente no lo está), vender el coche, retirar todos los ahorros, traspasar el negocio, comprar herramientas de trabajo...
Dicen a todo el mundo que se marchan a Australia, el séptimo continente, de la que hemos visto varias veces durante el metraje imágenes que van variando, de lo estático a lo móvil (lo cual provoca una sensación de intranquilidad difícil de precisar y definir) y que no es otra cosa que el aviso de la preparación del camino hacia la muerte, hacia su podrida utopía personal.
Con las herramientas que han comprado deciden destruir toda la casa, pero ese afán de destrucción, lejos de tener un carácter liberador es más bien una dura tarea y un pesar que va definiendo su triste futuro. Es como si desearan borrar todo rastro posible de su paso por este mundo.
Poco a poco su estado va degenerando y su atrincheramiento en casa nos recuerda al que sufren (aunque ellos de forma forzada) los protagonistas de "El ángel exterminador" de Luis Buñuel, que también afectaba a la burguesía y es el claro ejemplo de una sociedad que tiende a aislarse de los demás y refugiarse en sus feudos particulares.Y al final, cuando están preparados, deciden quitarse la vida y morir, lo hacen en el lugar en el que habían decidido vivir hasta entonces de la misma manera en la que han vivido hasta ahora, con apatía y como si fuese una obligación más. El motivo que les impulsa a tal acción, aunque lo intuimos, tampoco importa. Lo único cierto es que escogieron un camino equivocado para huir de lo que más les asustaba. Su vida. Nuestra vida. La vida y su significado verdadero (que nadie ha sabido reflejar mejor que los Monty Python y su "Meaning of life").
Si ellos mueren, los personajes, es porque nosotros, los espectadores, los empujamos a tal acto en nuestro morboso afán de buscar y descubrir respuestas a algo que no las merece, de tratar de rellenar los vacíos de una vida fragmentada que se parece demasiado a la nuestra.
Para mi, las dos escenas primordiales son aquella en la que ella llora en el túnel de lavado de coches y cuando la niña ve los peces del acuario morir por falta de agua, momentos ambos en los que las protagonistas sienten que algo se ha roto para siempre en su interior y descubren que están preparadas para la muerte. Aunque hay otros aspectos de la película que también merecen un comentario:
Las verjas y las rejas están siempre presentes a lo largo del metraje, como poniendo trabas a la felicidad ansiada, como un muro de Berlín (que se derrumbó ese mismo año) que imposibilita la llegada de la plenitud personal.
Las transiciones espacio-temporales entre un día y otro están marcadas por una rigurosa pantalla en negro, que tienen una duración indeterminada, dependiendo tanto del tiempo real de días que transcurre en lo que hemos visto y lo que vamos a ver, y dependiendo tambiñen de la duración del metraje que acabamos de contemplar, como si Haneke nos dejara el tiempo que el considera suficiente para que vayamos rellenando los huecos y contestándonos a las preguntas que nos puedan ir surgiendo.
Importante es el sonido del largometraje, algo que Haneke cuida mucho (y cuyo mimo nos debe recordar a cineastas como Sokurov o Lynch, que utilizan ese recurso con maestría), llenando la imagen de sonidos orgánicos y mecánicos. Nos parece escuchar cómo la gente come (que aquí come de verdad, no como en otras películas) o respira, incluso casi nos parece escuchar su desidia y la oxidación de sus vidas.
No hemos de olvidar tampoco la influencia que la televisión ejerce en nuestras vidas, y por ello siempre está presente en la obra de Haneke (medio que conoce a la perfección); de hecho, durante la película,, hay una frase sublime en la que uno de los personajes lanza al aire la siguiente pregunta: "¿Qué pasaría si en vez de cabeza, tuviéramos un monitor de televisión para que todos vieran lo que pensamos?". Las ondas de la tele, llegan hasta nuestro cerebro, incrustando sus rayos catódicos bien dentro de nosotros, mutándonos por dentro (no tanto como hacía la sublime "Videodrome" de David Cronenberg) y manipulando nuestros sentimientos, haciéndonos esperar demasiado de la vida.Y al final, cuando todo acaba para la familia, la televisión sobrevive, impertérrita, esperando nuevos ojos que contaminar.
Y ya saben, si ustedes se aburren, no duden en contactar conmigo, que tengo un par de pasajes para Australia que me sobran y no quiero viajar solo hasta el séptimo continente...
Ficha técnica
Título original: Der siebente kontinent / Austria / Wega Films / 1989 / Guión: Michael Haneke y Johanna Teich / 104 minutos / Editada en España por Cameo / Intérpretes principales: Virgit Doll (Anna), Dieter Berner (George), Leni Tanzer (Eva).